Kael El Dios Del Fuego

27: EL PRECIO DE LA GUERRA

Las compuertas de la nave se abrieron con un siseo metálico. Uno a uno, los viajeros descendieron al helado suelo de Glacerya, donde la escarcha aún no se derretía por completo. Frente a ellos, como una figura salida de las mismísimas entrañas del infierno, Tharion los esperaba con su ejército encendido.

Su armadura brillaba con la furia de tres orbes elementales: Ignis, Darkness y Glacier, que resplandecían incrustados en su pecho como trofeos robados al equilibrio del universo. Sus soldados, envueltos en fuego oscuro y garras de ceniza, se alzaban detrás de él, como si el mismísimo sol se hubiese fracturado en mil llamas vivientes.

Tharion dio un paso al frente, con una sonrisa torcida en el rostro.

—Regresan... solo para morir. Qué conmovedor.

Nadie respondió. Kael lo miraba sin parpadear. Aeris, a su lado, tragaba la angustia como si fuese lava. Aysha endureció la mirada, el frío de su planeta envolviendo su cuerpo. Valentina soltó el aire por la nariz, concentrada, lista.

Y entonces, el mundo estalló en guerra.

La batalla fue como una tormenta sin control. Yelena, Sophia, Frederick, Teresa y Aenara se lanzaron contra el ejército de Tharion. El hielo y el fuego chocaban como antiguos rivales. Yelena disparaba con precisión quirúrgica, cubriendo a Sophia, mientras Teresa abría paso entre las líneas enemigas con una furia contenida. Aenara se movía como un cometa, controlando el fuego con una elegancia y fuerza que parecían antiguas.

A pocos metros, el verdadero infierno se desataba.

Kael, Aysha, Aeris y Valentina enfrentaron directamente a Tharion. Se lanzaron contra él con toda su fuerza y habilidades combinadas, pero el poder de los tres orbes lo hacía casi invulnerable. Cada golpe era desviado, cada ráfaga absorbida o contrarrestada. Como un dios hecho de destrucción, Tharion los derribó uno por uno, dejándolos heridos sobre el suelo fracturado de Glacerya.

Pero el ejército enemigo no era infinito. Uno a uno, los soldados de Tharion cayeron ante la resistencia férrea del grupo. Cuando el último se desplomó, un silencio espeso cubrió el campo. Todos, heridos y jadeando, miraron hacia el verdadero monstruo.

Ahora estaban todos frente a Tharion.

—¿Todavía tienen esperanzas? —escupió con desprecio.

Fue en ese momento de tensión cuando Yelena alzó su arma. Apretó los dientes y disparó una sola bala, revestida de energía estabilizadora. La bala surcó el aire y se incrustó en el pecho de Tharion con un estallido metálico.

El Orbe Ignis cayó de su armadura, rodando entre el hielo y el fuego.

—¡Ahora! —gritó Kael.

Aeris se lanzó y lo recogió, sintiendo de inmediato el calor ancestral envolver su cuerpo. En un giro de valentía desmedida, Aeris enfrentó a Tharion a solas. Fue un combate breve, pero brutal. Aeris no buscaba ganar... buscaba desequilibrarlo.

Con una maniobra desesperada, golpeó con toda su fuerza el centro de la armadura de Tharion. Los otros dos orbes —Darkness y Glacier— cayeron al suelo.

Tharion tambaleó.

—¡Kael! —gritó Aeris, arrojándole el Orbe Ignis.

Kael lo atrapó con las manos abiertas, sintiendo el poder de su elemento vibrar en su interior como si despertara por primera vez.

Y entonces Aeris lo miró, por última vez.

—Esto acaba hoy.

En un último movimiento, Aeris cargó a Tharion, volando con él hacia los cielos gélidos, hacia el espacio abierto donde el frío era tan absoluto que ni el fuego podía sobrevivir. El choque fue silencioso, y solo el resplandor de dos figuras cruzando el firmamento quedó en los ojos de quienes miraban desde abajo.

Aysha, en un gesto desesperado, extendió sus manos al cielo, manipulando las corrientes de hielo. Una columna de energía congelada atrapó los cuerpos y los atrajo de regreso. Cayó uno solo.

Aeris yacía entre los brazos del hielo. El frío no la había conservado... solo detenido el fin unos segundos más.

Estaba muerta.

El tiempo pasó como en un sueño roto. El grupo regresó al planeta Ignis, donde el fuego aún ardía, pero sin sed de destrucción. En el gran salón del castillo, bajo la mirada de las multitudes y las antorchas danzantes, se celebró la Ceremonia de Honor.

Los nombres de los caídos fueron tallados en piedra y memoria. Aeris, heroína de los elementos, fue la última en ser nombrada. Sus hermanos y amigos la despidieron con una reverencia profunda, sin lágrimas... solo fuego en el alma.

Cuando el momento llegó, Kael se levantó frente a todos.

—Este mundo necesita una reina —dijo, girando hacia su prima—. Aenara, tu corazón es más sabio que el mío. Tu llama es justa. El trono de Ignis será mejor contigo.

Aenara, sorprendida, se arrodilló, pero Kael la levantó con una sonrisa tranquila.

—Y yo... yo custodiaré el orbe. No como rey. No como guerrero. Sino como su guardián. Desde hoy, seré el Dios del Fuego, no para dominar... sino para proteger.

Las llamas danzaron más altas en las torres del castillo, como si el propio planeta aprobara.

La era de Tharion había terminado.

Pero la historia de los elementos... apenas comenzaba.




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