A lo largo de esta novela encontrarás fragmentos, símbolos y frases escritas en un idioma ficticio llamado Tírak’shel, una lengua ancestral que pertenece a los Cinco Mundos.
Este idioma forma parte del misterio y la historia de fondo del universo de Kael’varya.
No necesitas entenderlo todo desde el inicio —ni la protagonista lo hace—, pero poco a poco, palabra a palabra, descubrirás que cada término encierra un significado profundo… y una verdad olvidada.
Si te interesa descubrirlo junto a Estefanía, te invito a prestar atención a los símbolos y las frases.
Al final de cada capítulo donde aparezcan nuevas palabras, encontrarás su traducción en un pequeño glosario.
***
Al subir las escaleras, aún con la mente atrapada en el libro blanco, llegué al siguiente piso. Bastó un primer vistazo para darme cuenta de que este nivel era completamente distinto. Solo había una entrada, flanqueada por muros altos cubiertos de musgo y sombra. Parecía… un laberinto.
No tuve que deducirlo por mucho tiempo: un letrero metálico en la pared lo decía claramente.
"Laberinto experimental – Acceso con precaución"
Como en los otros dos pisos, había una carpeta al inicio. Pero esta era distinta: más gruesa, con las esquinas dobladas y las páginas desgastadas, como si hubiera pasado por muchas manos. Parecía contener algo importante. La tomé con cautela… y comencé a leer sus instrucciones.
El contenido era claro:
“Limpia todos los pasillos del laberinto.”
Al final, en negritas, una nota añadía:
“Ponte la linterna en la cabeza y toma el mapa que está al final de la carpeta. Te ayudará a no perderte.
Si decides no llevártelo, no me hago responsable si te extravías… en los mundos que guarda este laberinto.”
Tragué saliva. ¿Mundos? ¿Qué significaba eso?
Ya no sabía si el señor Hunt era un investigador, un místico… o ambos. En cada piso había advertencias, instrucciones precisas, límites sutiles que no debía cruzar. Comenzaba a sospechar que más allá de sus estudios, también experimentaba con la mente humana. Porque esto no era una simple rutina de mantenimiento. Se sentía como una serie de pruebas mentales, diseñadas para medir mi resistencia psicológica. Y tenía la extraña impresión de que si cometía un solo error… algo se apoderaría de mí. Algo dentro de este lugar.
En ese punto, no podía evitar preguntarme si realmente valía la pena quedarme aquí, solo por el dinero.
Pero ya había dado mi palabra.
No era de las que se echaban atrás.
No sabía si esa terquedad era una cualidad o un defecto, pero siempre fui así: si empezaba algo, debía terminarlo, aunque me costara la paz. Muchos podrían decir que era tonta, ingenua, o que no valoraba mi vida. Tal vez…
Pero mis principios estaban firmemente arraigados. Y aunque una voz interior me rogaba que huyera, había otra —más profunda, más antigua— que me sujetaba a este lugar.
Decidida, tomé la linterna, me la puse en la cabeza, agarré el mapa, la escoba…
y crucé el umbral del laberinto.
Cuando entré al laberinto, descubrí tres caminos. Dos estaban marcados con señales de “prohibido el paso”; el tercero tenía una flecha tallada directamente en la piedra. Siguiendo el mapa que el señor Hunt había dejado, avancé en línea recta.
Las paredes y el suelo estaban cubiertos de telarañas que fui retirando con cuidado. A cada paso, la luz se desvanecía un poco más. Recordé la linterna y la encendí. El sendero no era difícil… si uno sabía leer las señales y no perdía de vista el mapa.
Pronto aparecieron símbolos grabados en las paredes. Eran idénticos a los que vi en la casa de Mariana, pero esta vez no brillaban: solo eran tinta seca, sombras olvidadas sobre la piedra.
Hasta que uno reaccionó al contacto de mis dedos.
Comenzó a brillar.
Y, al mismo tiempo, el talismán que me había entregado la anciana en la plaza se iluminó dentro de mi bolsillo. Al acercarlo al símbolo, la pared se encendió por completo con una energía antigua. Sentí, por un instante, que comprendía ese lenguaje. Como si ya lo hubiera leído antes… en otro tiempo.
La inscripción decía:
“Los valientes que completen este laberinto son los guerreros más fuertes de los cinco mundos.”
¿Quiénes eran esos guerreros? ¿Otros como yo habían estado aquí? ¿Y ese talismán… era una llave o solo una coincidencia?
¿Y si la anciana sabía más de lo que aparentaba?
Guardé esas preguntas en silencio y seguí caminando.
A partir de ahí, no volví a ver símbolos. En cambio, comenzaron a aparecer cuadros colgados a lo largo de los muros. Paisajes sombríos, figuras humanas de mirada vacía… tan vívidas que casi parecía que respiraban.
Cada cuadro tenía una inscripción. Uno mostraba un castillo rodeado de árboles convertidos en ceniza. En el centro, un joven con expresión de angustia. La placa decía:
“Kaarn’veth D’ræl.”
No reconocía ese idioma. Era antiguo. Ajeno. Familiar.
Finalmente, llegué a una puerta con un letrero que decía “Salida”. La crucé, esperando encontrar otro pasillo de la mansión… pero para mi sorpresa, había regresado al punto de inicio.
El laberinto me había devuelto. Como si me hubiese evaluado… y aprobado.
Dejé los implementos: la escoba, el balde… Guardé la linterna. Me dirigí a subir al siguiente piso.
Pero me detuve.
En la puerta colgaba un cartel, escrito en letras grandes y rojas:
“Prohibido pasar hoy. Puedes continuar mañana.”
Me quedé inmóvil.
¿La casa sabía lo que debía hacer?
¿Tenía voluntad propia?
Sentí un escalofrío en la espalda. Como si algo —o alguien— me estuviera observando. Sacudí la cabeza. Absurdo. Mariana había dicho que el señor Hunt mantenía todo en orden, y que solo necesitaba ayuda por temporadas.
Y, sin embargo…
Si tenía tanto dinero, ¿por qué no contrataba a alguien permanente?
Se lo pregunté a Mariana una vez. Solo me respondió que él lo había intentado antes, pero no funcionó. Luego cambió de tema. No insistí. Su lealtad hacia él era inquebrantable.
Ahora lo entendía.
Esta casa no era una simple residencia.
Era un ser vivo.
Y con razón…
Nadie más quería acercarse.
***
Nota
El idioma que escucharás susurrar entre pasillos, inscripciones y símbolos es el Tírak’shel, una lengua ancestral que no solo comunica… conecta mundos.
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Editado: 05.10.2025