Como ya no tenía nada que hacer en los siguientes pisos, me giré para bajar. Sin embargo, algo llamó mi atención: una puerta que no había notado antes. Me acerqué… era un elevador. ¿Cómo no lo vi antes? Juraría que, cuando subí, no había ningún ascensor. Pero con todo lo que había visto, no dudaba que simplemente no me hubiese fijado. Si era así, me habría ahorrado todas esas escaleras.
Al ingresar, noté que, como todo lo demás en esa casa, también tenía un mensaje extraño. En la pantalla, justo al lado de las puertas, se leía:
“Piensa a dónde quieres ir para bajar o subir… pero piénsalo bien, porque si no, podrías terminar al otro lado del mundo.”
No sé qué tan chiflado esté el señor Hunt, pero estos mensajes me estaban agotando. Tendría que preguntarle a Mariana si sabía algo más sobre eso. Aun así, decidí no arriesgarme con el ascensor sin más información, así que dije con firmeza que quería ir a la planta baja.
Creo que lo hice bien, porque en un segundo ya estaba allí. Me dispuse a salir, aunque no pude evitar pensar en qué tipo de tecnología usaría ese hombre. Me encantaría hablar con él sobre eso… y, si era posible, que me presentara a sus contactos. Tal vez podría lanzar mi propuesta e invertir, por fin, en mi negocio soñado.
Pensando en todo eso, comencé a preparar el almuerzo. No me había dado cuenta antes, pero en los pisos superiores me había demorado casi cuatro horas limpiando. Si hubiera tenido que encargarme de todos los niveles, no quiero imaginar a qué hora habría terminado.
Después de almorzar, decidí pasear por el jardín. Era amplio, lleno de flores de distintos tamaños y colores. Curiosamente, cada una tenía una pequeña etiqueta con su nombre, como si se tratara de un jardín botánico.
Al este de la mansión había una bodega. Intenté abrirla, pero estaba cerrada con un candado. Justo cuando estaba por soltar el picaporte, vi una sombra deslizarse hacia el bosque que se extendía detrás de la casa.
Movida por la curiosidad —y esperando que no fueran ratones, porque les tengo fobia— me adentré tras la sombra. Lo único que logré distinguir fue una criatura pequeña, de color violeta. No podría decir si era un insecto o un mamífero; apenas alcancé a ver su parte trasera.
Fue entonces cuando noté un cartel clavado en el suelo:
“Peligro. No pasar. Por favor, acomode la piedra si la ve movida.”
Miré hacia abajo y, en efecto, había una piedra más sobresaliente que las demás. La recogí y la coloqué con cuidado en su lugar.
Después seguí caminando por el jardín, pero descarté rápidamente pasar más tiempo allí. Todavía me encontraba cansada del viaje. Me giré hacia la mansión y me dirigí a mi cuarto. Comencé a arreglar mi ropa en el clóset y ordené la habitación. Al terminar, miré la hora: sorprendentemente eran las cinco de la tarde. Salí y preparé la cena. No me demoré mucho, hice algo sencillo, cené rápido… y me fui a dormir.
**
Al día siguiente…
Retomé mi rutina, esta vez sí tuve que alimentar a los reptiles. Me sorprendió la diversidad de especies que tenía el señor Hunt. Al observar las etiquetas, noté que no solo eran de Ecuador, sino de diferentes partes del mundo. Como con las plantas, comencé a leer cuidadosamente las instrucciones de alimentación.
Mientras caminaba por los terrarios, me encontré con una especie de lagarto blanco con manchas rojas que parecían brillar.

Al acercarme, el animalito me miró fijamente y comencé a marearme. Aparté la vista como pude y vi un letrero junto a unos lentes que decían: “Póntelos.”
Sin dudarlo, lo hice. Al fijar mi vista en el lagarto con los lentes puestos, el animal me ignoró completamente. En la placa leí unas palabras en aquel idioma del laberinto “Laztzen Vothul”, y más arriba, en español: “Lagarto Ignótico”
Decía que debía ponerme siempre los lentes, ya que esta especie podía hipnotizar a quien le viera directamente a los ojos, tomando control total sobre la voluntad de su víctima. Era sumamente inteligente. Si se alimentaba correctamente, no te veía como una amenaza… pero los lentes debían mantenerse siempre fuera de su vista.
Le di de comer y continué con el resto de las especies. Solo una zona omití, pues un letrero advertía: “que estas especies debian ser alimentadas solo cada 15 días.”
Me dirigí a la biblioteca. Como no estaba desordenada, fui directo al tercer piso. El mismo mensaje extraño seguía en la pared. Igual que el día anterior, tomé el ascensor, almorcé… y como ya no tenía nada pendiente, me puse mi chaqueta, tomé las llaves del pichirilo y salí rumbo al pueblo.
Conduje rumbo al pueblo, deseando con ansias un café bien cargado. Mariana me había mencionado que su restaurante estaba junto a la plaza, y que servían desayunos, almuerzos y todo tipo de infusiones. Aparqué el pichirilo y entré. Al abrir la puerta, una pequeña campana sonó, anunciando mi llegada.
Mariana me vio enseguida. Me recibió con una sonrisa cálida y se acercó con una taza en la mano.
—¡Justo a tiempo! ¿Un café fuerte? —preguntó, como si supiera exactamente lo que necesitaba.
Asentí con una media sonrisa. Me senté cerca del mostrador y, mientras lo preparaba, eché un vistazo a mi alrededor.
El restaurante era acogedor, pero algo me llamó la atención de inmediato: los mismos símbolos que había visto en las paredes de su casa decoraban discretamente este lugar. Estaban grabados en la madera, tallados en las esquinas de los estantes, casi como si fueran parte de la decoración… o tal vez un hechizo camuflado.
Reuní un poco de valor. Cuando Mariana volvió con la taza humeante, le pregunté en voz baja:
—He notado esos símbolos antes… también estaban en tu casa. ¿Qué significan?
Mariana me observó con una expresión que se volvió más seria, más pesada. Su voz bajó a un susurro:
—Son símbolos que han pasado en mi familia de generación en generación… pero es un secreto. Si te lo contara, la suerte que nos ha protegido durante décadas se rompería.
Hizo una pausa y añadió con un tono más sombrío:
—Muchas de las familias más antiguas del pueblo también los tienen. No todos los símbolos son iguales, pero todos guardan algo. Hay quienes prefieren no hablar de ello… y otros, que no toleran a los curiosos. Si empiezas a hacer demasiadas preguntas, te verán como una entrometida. Y aquí… los secretos se protegen con uñas y dientes.
La miré unos segundos, en silencio. Luego le pregunté, con más firmeza:
—¿Y lo que pasa en la mansión del señor Hunt? ¿También es parte de esos secretos?
Respiró hondo y asintió lentamente.
—El señor Hunt no es un hombre cualquiera —susurró—. Es un investigador… pero no del tipo que publica en revistas. Él no solo desmiente mitos: los comprueba. Pero sus hallazgos no son bien vistos, así que la gente empezó a decir que tiene pactos con cosas que no pertenecen a este mundo.
—Entonces… ¿todo eso que he visto desde que llegué no es una coincidencia?
—No. Pero mientras sigas sus instrucciones, estarás a salvo.
Sus palabras me helaron un poco. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Entonces le pregunté algo que me carcomía:
—¿Y por qué nadie me dijo nada? ¿Por qué mi hermano Fabián no me lo advirtió?
—Fue todo muy rápido —respondió Mariana con cierta incomodidad—. El señor Hunt necesitaba ayuda con urgencia. Fabián ya había visto parte de las investigaciones y no se asustó, por eso le pareció que no había riesgo. Y como él no podía estar para la fecha acordada… te sugirió a ti. Dijo que eras confiable, discreta, y que podías manejar lo que fuera que vieras en esa casa.
Sentí un nudo en el estómago. Por un lado, estaba molesta. Me habían ocultado algo grande. Por otro… no podía evitar sentirme conmovida por la forma en que Fabián hablaba de mí.
Suspiré y dije:
—Cuando lo vea… no se va a salvar de mis reclamos. Pero está bien, me quedaré hasta que él pueda venir.
Mariana asintió, comprensiva.
—Solo recuerda: si decides marcharte, tendrás que firmar un acuerdo de confidencialidad. Nada de lo que veas o vivas en esa mansión puede salir a la luz. Y si te vas… Fabián no podrá volver a trabajar allí. Se rompería el contrato que firmó.
Tomé otro sorbo de café. El sabor era intenso, amargo… y perfecto para despejarme las ideas. Empezamos a hablar de otros temas: del pueblo, su familia, su infancia. Yo también le conté cosas sobre mí: mi carrera, mis sueños, mi empresa de tecnología.
Cuando terminé el café, le agradecí y salí del restaurante. Decidí pasar por la librería. Quería buscar libros que pudieran ayudarme a entender… o al menos sobrellevar todo lo que estaba experimentando.
Al entrar, me recibió un chico de mi edad, con gorra de lana, chaleco con el logo de Metallica y pantalones rotos. Tenía un aire relajado y un brillo curioso en los ojos.
—Bienvenida —dijo con una sonrisa ladeada—. Puedes buscar lo que quieras. Estoy en la caja si necesitas ayuda.
Comencé a recorrer los estantes. Me llamaron la atención varios libros sobre fenómenos naturales. Tomé “Viaje al centro de la Tierra”, que había leído en la adolescencia, pero que ahora parecía tener un nuevo significado. Luego encontré “Fenómenos de la naturaleza” de Reader’s Digest, “La vida secreta de los árboles”, “Los secretos de la Tierra” de National Geographic y un libro pequeño: “El libro de los fenómenos inexplicables” de Charles Berlitz.
Con todos esos libros en brazos, me acerqué a la caja. El chico me miró con interés.
—Me llamo Eduardo —dijo mientras escaneaba los libros—. No te había visto antes. ¿Eres nueva en el pueblo?
—Estoy cuidando la casa del señor Hunt —respondí sin pensar.
Su rostro cambió de inmediato. Me miró como si acabara de decir que vivía en un castillo encantado.
—¿En esa casa? —murmuró—. Si es así, no gastes tu dinero en estos libros. Lo vas a malgastar.
Me incomodó su tono. Le extendí el dinero con frialdad.
—Deberías meterte en tus propios asuntos —le dije sin mirarlo.
Cuando estaba por salir, lo escuché murmurar:
—Solo… ten cuidado con el guar…
No terminó la frase. Salí casi corriendo. Pero una mano me detuvo: era Eduardo. Me miraba con preocupación.
—¿Por qué saliste así? No era mi intención ofenderte.
Lo miré con frialdad.
—No necesito que me aconsejes sobre qué comprar ni cómo actuar en la mansión.
Pareció entender. Bajó la mirada y luego me dijo:
—Te acompaño un rato, si no te molesta.
Acepté en silencio. Caminamos sin decir nada durante algunos minutos. Fue él quien rompió el hielo.
—No tienes que estar tensa conmigo —dijo con una sonrisa—. A veces hablo de más cuando estoy frente a chicas lindas.
Solté una carcajada. Él curvó los labios en una sonrisa cómplice. Me contó que nació en el pueblo, que a los 18 se inscribió en la universidad, pero abandonó porque no era lo suyo. Prefirió abrir la librería.
Yo también le conté un poco sobre mí, sobre la universidad, sobre mis planes de crear una empresa de tecnología. Él silbó.
—Eres una cerebrito —bromeó.
Nos reímos.
Al doblar la esquina, vi a la misma viejecita que me había entregado el talismán. Sentí la necesidad de hablar con ella. Me acerqué, mientras Eduardo se detenía a mirar algunos de sus amuletos.
—Disculpe, señora… ¿podría decirme algo más sobre el talismán que me dio?
La anciana me observó con intensidad.
—Ese talismán… despierta recuerdos olvidados que estás lista para recordar. ¿Ya has visto algo?
—Algunos símbolos brillaron al contacto —respondí.
Su mirada se volvió aún más penetrante. Me tomó del brazo con fuerza. Su voz temblaba:
—¿Quién eres? ¿Qué haces en este pueblo? ¿Cuál es tu poder?
Me estremecí. Apenas pude responder.
—Solo vine a cuidar la mansión…
Pero ella no parecía escucharme. Repetía las preguntas, una y otra vez. Solo se detuvo cuando Eduardo se acercó, interrumpiéndola con una pregunta sobre un atrapasueños.
La señora Dolores me lanzó una última mirada, y murmuró:
—Ten cuidado… ciertas fuerzas van a buscarte por lo que eres.
No entendí. Eduardo se echó a reír.
—No te preocupes, Estefanía. La señora Dolores está un poco loca. El otro día me dijo que era un diamante, y la semana pasada, me estaba saliendo una cola. Vende amuletos que brillan cuando hay poca luz. Solo eso.
Sus palabras me tranquilizaron, aunque algo en el fondo me decía que la anciana no estaba del todo equivocada.
Subí al pichirilo. Eduardo se despidió con una sonrisa… pero las palabras de Dolores seguirían retumbando en mi mente durante mucho tiempo.
**
Narrador externo
Esa noche, mientras el pueblo dormía y la neblina se arrastraba entre las casas como una criatura silenciosa, la señora Dolores empujaba su carrito de amuletos por las calles empedradas. La farola más cercana parpadeaba con una luz tenue, lanzando sombras largas y distorsionadas sobre el suelo.
—Tanta prisa, tanta prisa —musitaba, mientras ordenaba sus objetos dentro del carro—. Pero nadie escucha… nadie entiende...
Sus dedos arrugados se movían con precisión, guardando cada colgante, piedra y talismán como si fueran piezas de un antiguo ritual. Iba tarareando una melodía que solo los más viejos del pueblo recordarían… una canción que hablaba de puertas entre mundos, de guardianes y de aquello que no debía ser despertado.
De pronto, una sombra cruzó detrás de ella. No era una persona… al menos, no una común.
Dolores se giró en seco. Sus ojos centellearon. No había nadie a la vista. Apretó los labios, y sin vacilar, tomó un pequeño amuleto con forma de espiral. Lo arrojó al aire con un movimiento rápido, casi inhumano. El objeto se expandió en el aire como si flotara en una dimensión distinta, dejando tras de sí una estela de luz dorada.
Pero la sombra se movió aún más rápido. Giró en el aire, esquivó el talismán, y aterrizó con gracia sobre un poste de luz, justo frente a ella. Una figura encapuchada, delgada, con el rostro parcialmente cubierto por un pañuelo oscuro, la observaba desde las alturas. Sus ojos… brillaban de un tono violeta imposible.
—Bruja… —dijo el desconocido con voz grave—. No te metas en lo que no entiendes. Tu final podría estar más cerca de lo que crees.
La señora Dolores soltó una carcajada seca, sin rastro de alegría.
—¿Miedo? ¿Crees que a mi edad eso significa algo? He vivido suficiente para saber que mi amo tenía razón… Solo si conquistamos el poder más grande de los Cinco Mundos, podemos gobernar. Y ella… ya comenzó a despertar.
El encapuchado descendió sin esfuerzo del poste, como si desafiara la gravedad misma.
—Entonces estás destinada a morir esta noche —murmuró.
Ella se preparó para lanzar otro talismán, pero no tuvo tiempo. En un parpadeo, el extraño ya estaba detrás de ella. Le susurró al oído:
—¿Y eso que dijiste antes? ¿Dónde quedó tu convicción? Estás temblando, vieja bruja… hueles a miedo.
Dolores intentó hablar, pero sus manos ya no respondían. Una cuerda oscura —hecha de energía más que de materia— ataba sus muñecas sin que ella comprendiera cuándo ocurrió.
—Por favor… no me mates —suplicó con voz temblorosa—. Si desaparezco, sabrán que algo ocurre. Yo fui enviada después de que mi hermano, el más querido por nuestro amo, dejara de dar señales… Si yo también desaparezco, se encenderán todas las alarmas.
El encapuchado soltó una carcajada gélida.
—¿Quieres que te cuente un secreto? —dijo acercándose a su oído—. Yo maté a tu hermano.
Dolores jadeó, sus ojos se llenaron de lágrimas que no llegaron a caer.
—Pero tienes razón —añadió él, ya más frío—. Matarte solo llamaría demasiado la atención… Así que haré algo mejor.
Elevó su mano derecha, y una luz verde oscura comenzó a formarse en su palma. Mientras la energía vibraba, empezó a recitar palabras en un idioma que parecía desgarrar el aire mismo.
Cuando la luz tocó la frente de Dolores, esta comenzó a retorcerse. Sus ojos se volvieron completamente negros y, con un grito ahogado, se desplomó.
El encapuchado la tomó en brazos y caminó hacia una casa antigua al borde del bosque. Abrió la puerta con un gesto de la mano, la depositó cuidadosamente sobre una cama rústica, y salió dejando el lugar en silencio absoluto.
Al cruzar el umbral, susurró a la nada:
—Ahora que lo sabemos, ¿qué haremos, hermanos?
La sombra se disolvió en la niebla. La noche lo engulló como si nunca hubiera estado allí.
Mientras tanto, muy lejos de imaginar lo ocurrido, Estefanía dormía profundamente en su habitación en la mansión. Ignoraba que, más allá de los símbolos, de los lagartos brillantes y de las puertas con mensajes enigmáticos, alguien la estaba observando… desde más allá de los límites del mundo visible.
Porque cuando una protectora despierta, los guardianes —y también los enemigos— comienzan a moverse.
Y esta historia… apenas comenzaba.
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Editado: 05.10.2025