Kael’varya / Los Cinco Mundos

“Donde comienza el control del poder”

Hoy se cumplían los quince días para realizar la segunda sesión. Estaba nerviosa, no sabía qué podía ocurrir esta vez… y tampoco podía evitar pensar que tendría que contarles lo sucedido en la biblioteca. Mis manos ya no dolían; cada noche me ponía el ungüento y eso calmaba cualquier molestia. Lo extraño era otra cosa: estaba sanando demasiado rápido. En cualquier otra circunstancia, unas quemaduras como esas habrían dejado cicatrices por meses, pero en apenas diez días apenas quedaban marcas. Solo sentía un leve escozor, como un recordatorio.

Durante este tiempo, nada tan inquietante como lo vivido antes me había vuelto a suceder. Sin embargo, algo nuevo comenzó a intrigarme: el animalito morado parecía confiar un poco más en mí. Se acercaba para pedirme fruta, aunque huía en cuanto intentaba acariciarlo. A veces, incluso me lanzaba ráfagas de viento juguetonas que apenas me despeinaban. Nada peligroso, pero sí desconcertante. Quiero pensar que en algún momento se convertirá en mi amigo… incluso ya tengo un nombre en mente. Solo espero que pronto me deje tocarlo.

El timbre interrumpió mis pensamientos. Fui a abrir y allí estaban Marina y Eduardo, saludándome. Pero en cuanto Marina reparó en mis manos, sus ojos se abrieron con horror. Me tomó con delicadeza la mano, examinando cada rincón de la piel, mientras Eduardo me preguntaba qué había ocurrido.
Solté un suspiro y comencé a explicarles: había estado leyendo sobre los poderes que alguna vez tuvieron los seres humanos en la antigüedad… Apenas terminé, los dos guardaron silencio. Fue Marina quien rompió la quietud, con un rostro cargado de preocupación.

—Si ya eres capaz de experimentar el poder en la vida real —dijo en voz baja—, debemos apresurarnos en descubrir tus sueños. Solo así sabremos qué tipo de poder posees.
Su advertencia cayó sobre mí como un peso. Si antes ya me sentía presionada, ahora era como si me ahogara en la idea: debía despertar mi poder. Ya no podía refugiarme en pensar que solo era un trabajo extraño, limitado a limpiar y cuidar. No… había algo mucho más profundo detrás, y lo estaba alcanzando más rápido de lo que quería aceptar.
La curiosidad pudo más que el miedo. Necesitaba respuestas. Así que, sin rodeos, le pregunté a Marina si era cierto lo que había leído: ¿de verdad los humanos tuvimos poderes y los perdimos por nuestra codicia?

Marina asintió lentamente.

—Sí. El libro que leíste es real. Nuestros antepasados, cegados por la ambición, privaron a las nuevas generaciones de los dones que compartíamos con los otros mundos.
Aquellas palabras me helaron la sangre, pero había algo que aún no encajaba.

—¿Y por qué en la historia no se menciona nada sobre esos cuatro mundos? —pregunté con cautela.
Marina entrecerró los ojos, como si eligiera con cuidado sus palabras.
—El guardián y su ama decidieron ocultarlo todo. Temían que, si los humanos descubríamos cómo liberar esos poderes otra vez, destruiríamos la Tierra… y pondríamos en riesgo a los otros mundos. Pero —su voz se volvió más grave— no sé si fue accidente o intención de la ama, ese bloqueo quedó con una fisura. Solo puede abrirse si alguien experimenta vivencias sobrenaturales o entra en contacto con especies de los otros mundos.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Marina prosiguió, como si no quisiera dejarme espacio para dudar:

—Aquí, en Cochapamba, la energía nunca ha sido normal. Y desde que el señor Hunt se estableció en el pueblo, muchas personas comenzaron a sentir cosas extrañas en su cuerpo. Eso que llamas “raro” no es otra cosa que su poder queriendo salir… pero la mayoría prefiere ignorarlo, pasar desapercibidos.
No resistí la pregunta:

—¿Por qué?

Ella me sostuvo la mirada.
—Piénsalo, Estefanía. Si alguien descubriera tu poder… ¿qué pasaría?
Me quedé callada. Ella misma respondió:

—Los gobiernos te encerrarían para estudiarte, te tratarían como un experimento. Y más allá de eso, cada potencia querría apropiarse de ese poder para destruir a sus enemigos. Sería el fin, no solo para ti… también para la humanidad.

Sentí un nudo en el estómago. Tenía razón: lo que me estaba ocurriendo debía permanecer en secreto. Ni mi familia ni mis amigos podían saberlo.

Solo ellos.

Tras unos minutos de silencio, no pude más y les pregunté directamente a Marina y a Eduardo si alguna vez habían experimentado un poder. Se miraron entre sí. Marina le dio un leve asentimiento a Eduardo, como dándole permiso para hablar.
Él se giró hacia mí.

—Ven, quiero mostrarte algo —me dijo con una sonrisa tranquila, pasándome un brazo por los hombros—. No te haré nada malo. Te prometo que será algo genial.

Dudé, pero lo seguí hasta el jardín. Al mirar hacia atrás, vi a Marina observándonos con una expresión inquietante, como si su mirada presagiara un peligro que aún no podía comprender.

Cuando llegamos, Eduardo me indicó que me quedara quieta en un punto mientras él retrocedía unos metros. Cerró los ojos unos segundos y, al principio, no entendí qué debía esperar. Pero de repente, una luz anaranjada comenzó a brotar en su mano. En cuestión de segundos, su palma ardía en llamas.

Me quedé con la boca abierta. Eduardo sostenía el fuego como si fuera parte de él, y me miraba con media sonrisa.

—Mira, Estefanía. Este es mi poder. Hace algunos años logré invocarlo. No fue a través de sueños, como en tu caso. A mí… me golpeó de lleno.
Su voz bajó de tono, recordando:

—Una noche comencé a enfermarme. Fiebre, mareos… mi cuerpo se sentía como si ardiera por dentro. Nadie me decía nada. Solo me daban remedios extraños que sabían horrible. Después de semanas, una noche el fuego simplemente brotó de mis manos. Fue entonces cuando mi familia me confesó la verdad: pertenecemos a una de las familias antiguas del pueblo. Y guardamos el secreto del fuego.

Lo interrumpí, directa:

—Entonces… ¿ese es el secreto que ocultan las familias antiguas?
Eduardo asintió con seriedad.
—Sí. Y te lo cuento ahora porque lo que te está pasando ya no tiene vuelta atrás.




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