Dentro del auto reinaba un silencio tan denso que parecía cortarse con un cuchillo. En el asiento trasero, Estefanía yacía inconsciente; su piel estaba de un pálido tan siniestro que, de no ser por el suave ascenso y descenso de su pecho, cualquiera habría pensado lo peor.
Los dos pasajeros del frente, sumidos en sus propios pensamientos, no mostraban emoción alguna. Era imposible adivinar lo que pasaba por sus mentes. El silencio se mantuvo intacto durante todo el trayecto hasta la mansión.
Apenas se detuvieron, Mariana rompió el mutismo con voz baja pero firme:
-Eduardo, llévala a su habitación. Yo voy a preparar el remedio.
Eduardo asintió sin decir palabra.
Tomó a Estefanía con cuidado y se la llevó. Mariana, en cambio, subió al piso donde el señor Hunt guardaba las plantas que García le había enviado buscar. El olor de las hierbas la envolvía mientras las escogía una por una, recordando con inquietud las indicaciones. Cuando terminó, se dirigió a la repisa del rincón. Entre frascos polvorientos encontró uno con una etiqueta que decía.q "Nyth'varya". Ni siquiera se inmutó por la lengua extraña; sabía perfectamente lo que decía el frasco.
Con el frasco en mano, volvió a la habitación. Eduardo acomodaba a Estefanía sobre la cama. Mariana le tendió las hierbas y el líquido.
-Ayúdame a triturarlas y mézclalas con esto -ordenó.
Eduardo obedeció en silencio, machacando y mezclando. Mariana lo observó un instante y, al fin, suspiró:
-No teníamos otra opción, Eduardo. Tuvimos que hacer lo que pidió el señor García... a mí tampoco me gustó la prueba para Estefanía.
El mortero golpeó con más fuerza. Eduardo levantó la mirada, irritado:
-No debimos permitir que la hiciera. Había otras opciones, como la cámara de Hunt.
-No teníamos esa opción -respondió Mariana con calma-. Sabes que cuando Cristofer se sumerge en una investigación se desconecta del mundo. Es casi imposible contactarlo.
Eduardo maldijo al científico entre dientes. Mariana intentó continuar:
-Eduardo...
Pero él la interrumpió, con un tono entre súplica y enfado:
-No podemos seguir sometiéndola a este tipo de pruebas solo para demostrar su poder. Te lo ruego. Ella no sabe en lo que se mete; ingenuamente, o por parecer valiente, aceptará. Pero nosotros no debemos permitirlo. Prométeme, Mariana, que no volveremos a exponerla así.
Mariana bajó la mirada un instante y luego respondió con voz firme:
-No puedo prometerlo. No sé si las pruebas serán aún más difíciles... incluso si tendrá que arriesgar su vida. Cuando sepamos más sobre el poder que está liberando, tendremos que diseñar estrategias para que aprenda a controlarlo. Si la sobreprotegemos cometeremos un gran error; podríamos condenar no solo a Estefanía, sino también al pueblo. Ese poder que está despertando no pertenece a ningún elemento conocido... es algo distinto, algo que todavía ignoramos.
Eduardo resopló, frustrado. Prefirió no contestar. Continuó triturando y mezclando en silencio. La habitación se llenó de un olor fuerte y extraño.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire como un secreto no dicho. Ninguno quiso romper ese hilo invisible de preguntas y temores. La conversación quedó inconclusa, y el ambiente, cargado de misterio, parecía observarlos desde las sombras.
Mariana le indicó a Eduardo que levantara con cuidado la cabeza de Estefanía. Con manos firmes, ella acercó un frasco a la nariz de la joven; un aroma penetrante hizo que Estefanía reaccionara apenas, lo justo para poder administrarle el remedio.
-Ábrele un poco la boca -susurró Mariana.
Eduardo obedeció y, con suavidad, separó los labios de Estefanía. Mariana vertió lentamente el líquido oscuro. La muchacha frunció el ceño con una expresión de asco, pero logró tragarlo todo. De pronto, comenzó a retorcerse de dolor; sus manos se aferraban al pecho como si se estuviera ahogando.
Mariana, alarmada por los movimientos bruscos que podían provocarle más lesiones, ordenó con urgencia:
-¡Sujétala, Eduardo! ¡El remedio tiene que hacer efecto!
Eduardo trató de inmovilizarla, pero para estar enferma, Estefanía parecía poseer una fuerza inesperada. Mariana tuvo que ayudarlo, aferrándose a los brazos de la joven para evitar que se golpeara. Entonces, sin previo aviso, del cuerpo de Estefanía estalló una onda de poder que los lanzó a ambos por los aires.
El impacto fue seco. Eduardo y Mariana cayeron lejos de la cama, aturdidos. Tardaron unos segundos en incorporarse.
-¿Estás herida? -preguntó Eduardo con la voz entrecortada.
-No... -respondió Mariana, masajeándose los brazos-. Me duele, pero no me he fracturado nada. ¿Y tú?
-Igual -dijo él, levantándose con esfuerzo-. Adolorido, pero sin heridas.
Se miraron en silencio antes de acercarse de nuevo a la cama. Estefanía yacía desmayada, inmóvil. La habitación estaba impregnada de un olor extraño, mezcla de hierbas y algo indefinible, como ozono después de una tormenta. Ambos sabían que el remedio estaba haciendo su efecto; ahora solo quedaba dejarla descansar y vigilarla.
Sin decirlo en voz alta, comprendieron que, hasta que Estefanía se recuperara, debían protegerla y cuidar la mansión. El aire alrededor parecía cargado de secretos y presagios, como si las paredes mismas estuvieran observando.
****
Cuatro días después...
Narra Estefanía
Comencé a abrir los ojos, pero tuve que cerrarlos de inmediato: la luz era demasiado intensa. Tenía la boca seca y todo el cuerpo me dolía. Intenté de nuevo, poco a poco, hasta que logré enfocar y reconocer dónde estaba. Era mi dormitorio.
Al girarme, vi a Eduardo. Me sonreía.
-Buenas noches, bella durmiente -bromeó suavemente.
Quise devolverle la sonrisa, pero hasta ese simple gesto me dolió. Intenté incorporarme, pero él me detuvo con cuidado.
-No hagas ningún esfuerzo. Aún estás débil -dijo, ayudándome a acomodarme mejor en la cama.
Con voz ronca apenas audible le pedí:
-¿Podrías pasarme un vaso de agua?
-Claro que sí -respondió, saliendo del cuarto.
Mientras volvía, me quedé mirando fijamente el techo. ¿Qué había pasado? Solo recordaba haber estado imaginando mi poder... y después, todo en blanco. Tendría que preguntarle a Eduardo.
Regresó a los pocos minutos con el vaso y me ayudó a beberlo en pequeños sorbos. Cuando quedé satisfecha, dejó el vaso en la mesita de noche y volvió a sentarse junto a mí. Noté que se sentaba en el piso.
-¿Quieres una almohada para estar más cómodo? -pregunté.
Negó con la cabeza.
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Editado: 05.10.2025