Kael’varya / Los Cinco Mundos

“La lengua de los cuatro mundos”

Estaba absorta en mis propios pensamientos cuando salía de mi habitación. No sentí que alguien se acercaba; solo cuando escuché un “hola” casi se me detiene el corazón. Mi pulso intentaba volver a la normalidad cuando una carcajada estruendosa rompió el silencio que había reinado minutos antes.

—¡Casi me matas del susto! —le lancé a Eduardo mi mirada más fulminante.
Rodrigo observaba resignado a Eduardo. Este, aún riendo, se acercó y, como era su costumbre, me despeinó el cabello antes de darme un abrazo.

—Hola, cerebrito —bromeó Eduardo.

—Yo sí sé saludar como la gente —dijo Rodrigo con una sonrisa, y me abrazó con normalidad.

—Hoy venimos a hacerte compañía —explicó Eduardo, mientras Rodrigo acababa de saludarme—. Mariana estará en la cafetería.

Yo asentí con la cabeza, aún recuperándome del susto.

—¿Quieren desayunar conmigo? —pregunté.

—Claro —respondió Rodrigo.

—Nos vendría bien —añadió Eduardo.

Nos dirigimos juntos a la cocina. Mientras preparábamos algo rápido, la tensión inicial se fue disipando.

—Hoy será el día —dijo Eduardo mientras cortaba pan.

—¿El día de qué? —preguntó Rodrigo, intrigado.

—De investigar a la criatura que Estefanía alimenta en el jardín del bosque —respondió Eduardo.

Una sonrisa enorme se dibujó en mi rostro. Me lo había prometido días atrás, cuando todavía estaba recuperándome.

—¿En serio? —pregunté, intentando contener la emoción.

—En serio —confirmó Eduardo—. Hoy me quedo todo el día, hasta que tengamos que ir a la casa del señor García.

Me quedé en silencio, pensativa. Eduardo, mientras tanto, le contaba a Rodrigo sobre el misterioso animalito. Rodrigo me miró con la misma sorpresa con la que Mariana me había mirado días atrás. Yo fingí indiferencia y seguí comiendo.

—¿De verdad los animales se comportan así contigo? —preguntó Rodrigo, al fin.

—Eso dice Mariana —respondí encogiéndome de hombros—. Que incluso los reptiles y los insectos se emocionan cuando me ven.

—Es verdad —confirmó Eduardo—. Cuando Mariana los alimenta, se esconden. Con ella no reaccionan así.
Recordé la conversación que había tenido con Mariana.

—Le pregunté si mi poder podría tener algo que ver con esa conexión —dije—. Se quedó pensativa y me dijo que podría ser una posibilidad, aunque no concordaba con el aura que emití en las sesiones anteriores ni con lo registrado en la cámara del señor García. Me sugirió que investigara en mis sueños, que tal vez allí encontraría pistas.

Rodrigo me tocó el hombro y me hizo sobresaltar por segunda vez.

—Estás muy pensativa… —comentó Eduardo—. ¿Te preocupa la sesión de esta noche?

—Sí… —admití—. Me intriga la conexión con los animales y lo que pueda descubrir.

—No te preocupes —me dijo Eduardo con calma—. Estar tranquila te ayudará a descubrir más sobre tus habilidades o a seguir entrenando.
Yo asentí en silencio. Seguimos comiendo hasta terminar lo que quedaba en nuestros respectivos platos. Después, entre los tres, limpiamos la cocina y nos dirigimos a los pisos superiores. Cada uno eligió un piso: Rodrigo anunció que se quedaría en el nivel de las plantas, reptiles e insectos; Eduardo dijo que limpiaría el piso del laberinto; y yo me dirigí al piso de las estatuas y reliquias.

Con la rutina de siempre, comencé a limpiar cada sección con las sustancias específicas. El tiempo se me escapó sin que me diera cuenta; cuando terminé, salí y me encontré con Eduardo bajando las escaleras. Me detuve y lo esperé.

—Hoy te tocó limpiar el lado del laberinto que tiene luz —le comenté.
—Sí —respondió, ajustándose la manga de la camisa—. Es menos pesado de lo que pensaba.

Comenzamos a bajar juntos. Entonces, la pregunta que llevaba días en mi cabeza volvió a asomar.

—Eduardo… —dije en voz baja—, ¿por qué en el quinto piso todavía no se puede acceder?

—Ese piso es diferente. Nadie ha podido subir. Tienes que cumplir ciertas condiciones para que te deje pasar. Solo Hunt puede entrar allí.

—¿Y qué hay ahí para que nadie pueda subir? —pregunté, incapaz de ocultar mi curiosidad.

—No lo sé —contestó con un tono burlón—. Y deja de ser chismosa, que en una dama no se ve bien.

No le di importancia; sabía que lo decía con sorna. Nos dirigimos directamente a la biblioteca para investigar a la criatura. Al entrar, Rodrigo ya estaba allí, sentado en una mesa. Leía un libro de cubiertas gastadas.

Me acerqué y pude ver que se trataba de un texto sobre maldiciones y cómo combatirlas.

—¿Te interesa investigar sobre estos temas? —pregunté.

Rodrigo levantó la vista, esbozando una sonrisa.

—Me gusta investigar de todo un poco —respondió—. Pero lo que más me atrae es lo sobrenatural. Como el señor Hunt: desmentir mitos y confirmar lo que sí existe.

—Seguro lo lograrás —le dije.
Rodrigo cerró el libro con cuidado.
—También voy a ayudarles a buscar sobre la especie que quieren investigar.

Nos movimos juntos hacia el área de especies y comenzamos a buscar entre los estantes. Pasó una hora sin encontrar nada. Yo iba pasando los dedos por los lomos cuando, de pronto, noté un libro con empaste negro. El título estaba en aquel idioma que ya se me hacía familiar: “Syrn’kael Nyth’vor”. Al ojearlo, vi que no había nada traducido a ningún idioma conocido, pero en sus páginas estaba la especie que buscábamos.

—Chicos, ya encontré… pero no podremos leerlo. Está en otro idioma —advertí.

—Entrégamelo —pidió Eduardo.
Así lo hice. Para mi sorpresa, tanto Eduardo como Rodrigo comenzaron a leer de manera natural. Me quedé mirándolos como si de pronto les hubiera crecido una cabeza. Ellos levantaron la vista al mismo tiempo.
—Ustedes… ¿pueden leer lo que dice ese libro? —pregunté, sin poder ocultar mi asombro.

Rodrigo miró a Eduardo con un destello de alerta. Eduardo me miró sorprendido y solo pudo decir:




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