Sin darme tiempo a reaccionar, el encapuchado se lanzó al ataque. Esta vez reaccioné más rápido: lo esquivé y corrí hacia el bosque, buscando refugio para poder canalizar mi poder.
Al internarme entre los árboles, traté de encontrar uno lo bastante grueso como para ocultarme unos segundos. Al localizarlo, corrí hacia él, me escondí, respiré profundo y comencé a concentrarme. Sentí cómo la energía se estabilizaba dentro de mí; al abrir los ojos, mis manos estaban envueltas en mi poder que vibraba suavemente.
Observé a mi alrededor, intentando encontrar al encapuchado, pero no lo veía.
¿A dónde habrá ido?
Avancé con cautela, cada paso resonaba en la tierra húmeda. De pronto, una corriente helada recorrió mi columna. Al girar la cabeza, lo vi correr hacia mí con una velocidad inhumana.
Me giré de frente, sin dudar, y avancé también hacia él. Cuando estuve lo bastante cerca, lancé el primer golpe, pero lo esquivó con facilidad. Su contraataque fue brutal: me golpeó tan fuerte que salí disparada contra un árbol, destrozándolo al instante.
Sorprendentemente, no sentí dolor. La energía dentro de mí seguía estable, firme, viva.
Entre los restos del tronco, divisé la espada que el lobo me había entregado. La tomé sin pensar; esta vez se sentía más ligera, más mía.
No tuve tiempo para cuestionarlo. El encapuchado venía de nuevo hacia mí. Me puse en guardia, respiré profundo y traté de silenciar mi mente. Dejé que mis instintos tomaran el control.
Cuando intentó golpearme otra vez, lo esquivé y respondí con una patada directa al pecho que lo lanzó varios metros.
—Guau… —susurré entre jadeos—. Me estoy volviendo más fuerte.
Sin detenerme, corrí hacia él. El choque fue inmediato: intercambiamos golpes, su poder contra el mío. Él lanzaba descargas de energía y yo me impulsaba entre las ramas para esquivarlas.
Desde lo alto de un árbol, lo vi levantar la cabeza. Su voz rompió el aire.
—Ya estás preparada para conocer parte de tu poder, pero para hacerlo tendrás que demostrarlo.
Entonces recitó unas palabras en el idioma de los cuatro mundos:
Thyren’shaal mor’kaen varsha Lythr.
Hizo una reverencia. No entendí lo que dijo, pero una energía dorada comenzó a rodearlo, tan intensa que la tierra bajo sus pies empezó a hundirse. Todo temblaba. Me sujeté del árbol para no caer.
De repente se abalanzó sobre mí y me lanzó contra unas rocas. Esta vez sí dolió. Me toqué la cabeza: sentí la sangre tibia entre mis dedos, pero no tuve tiempo para detenerme.
El encapuchado venía otra vez hacia mí. Envolví la espada con mi poder y, cuando estuvo a punto de atacarme, me impulsé con las rocas que aún quedaban firmes. Salte sobre su cabeza y hundí la espada con todas mis fuerzas.
El acero atravesó su cuerpo.
Sin embargo, él extrajo la espada con calma y retrocedió un paso. Sus ojos brillaban con una luz febril. Emitió un destello blanco, y la herida se cerró ante mis ojos.
No podía creerlo. Tanto esfuerzo… ¿y podía regenerarse? ¿Cómo iba a derrotarlo así?
—Si no luchas con todo tu poder, nunca me vencerás —dijo con voz grave—. Saca tu verdadero poder. Ese que escondes dentro.
—Este es todo mi poder —respondí, temblando de rabia y cansancio—. No tengo más.
—Mientes. Si no lo haces ahora, te obligaré.
Mi frustración creció. No tenía otro poder. Si lo tuviera, ya habría salido.
Pero él no escuchó. Avanzó de nuevo y comenzó a golpearme sin cesar. No me dio tregua. Un estallido de energía me lanzó por los aires, y antes de que pudiera levantarme, me pateó con una fuerza que me hizo rodar varios metros.
Traté de incorporarme, jadeando. Corrí hacia un árbol e intenté treparlo, pero me tomó del tobillo y me lanzó contra el suelo. Tosí, limpiando la sangre de mis labios.
—Si no liberas tu poder —dijo con una calma que helaba—, saldré de tus sueños y comenzaré a matar a todos tus seres queridos. Los destrozaré tanto que no quedará rastro de ellos. Ni siquiera podrás darles un funeral.
Su risa me atravesó el alma. Cerré los puños con fuerza. Una sensación desconocida me envolvió, distinta a cualquier poder que hubiera sentido antes. Era más profunda, más viva.
El suelo tembló bajo mis pies. Miré mis manos: el brillo morado había desaparecido.
Ahora la luz era blanca, densa, casi líquida.
Sentí mi cuerpo sanar. No quedaba dolor, solo una energía palpitante y pura.
Corrí hacia él y lo golpeé una y otra vez. Esta vez sus movimientos eran torpes, más lentos. Intentó curarse, pero mis ataques eran más rápidos. No le di oportunidad.
Cuando vi que estaba debilitado, alcé la espada envuelta en energía morada y dije:
—Podrás amenazarme, cortarme las manos o los pies, y no te mataré. Pero si tocas a mis seres queridos… no dudaré.
El encapuchado, en lugar de temer, rió con una calma inquietante. Luego recitó en Tírak’shel:
Lythr shaen varsha mor’kaen, thyren’ael ven’thar kael’n.
(“Oh, mi ama, qué feliz soy al ser ejecutado por usted. Podré por fin descansar. Tome todo de mí; mi poder es suyo.”)
Por la forma en que lo dijo, dudé. No quería matarlo. No quería seguir un ciclo de muerte.
Pero él me miró de nuevo, con los ojos dorados y serenos, y pronunció otra frase en el mismo idioma:
Nael’thra, Lythr’vaen. Shael’kor ven’thir morvath en thyren’al. Kaen varsha’lyth, mor’kaen na thir’varya.
(“No tengas miedo, mi señora. Yo solo soy un recuerdo de tu vida pasada, sellado en tus memorias. Pero si no eres capaz, te haré hacerlo, para que reclames el poder que guardaste en mí.”)
Vi cómo levantaba su mano, acumulando energía. Instintivamente, lancé mi ataque. La espada lo atravesó.
Sus ojos dorados se apagaron.
Una luz amarilla fluyó desde su cuerpo hasta mi arma, y luego se introdujo dentro de mí con una fuerza tan violenta que me doblé sobre el suelo.
No entendía qué ocurría. ¿Acaso esas palabras eran un pacto? ¿Su forma de cederme su poder al morir?
No quería obtener fuerza a cambio de vidas.
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Editado: 02.11.2025