Caminamos durante un buen rato, y mientras avanzábamos me preguntaba qué clase de prueba me pondría el hada.
¿Tendría poderes psíquicos?
¿O quizá alguna forma de comunicarse con la naturaleza?
No la había visto moverse de su casa… Cuando Pipo bajó, ella simplemente regresó a su sitio, como si nunca hubiese despertado. Por el aspecto que tenía al abrir los ojos, supuse que debería volver a ponerse el ungüento que le había aplicado en las manchas negras. Solo se le habían quitado las del rostro; aún tenía en las piernas y en los brazos.
Salí de mis pensamientos de golpe cuando casi me caigo: Pipo se había detenido y yo no me di cuenta a tiempo. Me recompuse de inmediato y levanté la vista hacia él. Estaba sentado, mirándome fijamente. Un segundo después, giró y corrió hacia la rama de uno de los árboles.
Fui detrás de él, pero antes de llegar sentí una vibración en el aire.
Me detuve. Observé a mi alrededor.
No había nada… solo ese zumbido molesto que se hacía más fuerte cada segundo.
Al alzar la mirada, vi a Pipo escondiéndose entre las hojas; por cómo se movían, deduje que estaba temblando del miedo.
Me sobresalté cuando un objeto voló rozándome la cara y se clavó con violencia en el tronco de un árbol.
—¿Qué fue eso? —dije en voz alta.
Me acerqué un poco más para examinarlo. Parecía un aguijón; de él goteaba una sustancia que desintegraba la madera al contacto. El zumbido se intensificó. Al volver la vista, vi a la criatura que lo había lanzado.
Era grande, de aspecto peculiar: su cuerpo tenía escamas como un reptil, pero toda su estructura era la de una abeja. Al final de su abdomen sobresalía una cola, y de ella un aguijón enorme, el mismo que casi me atraviesa la cara.
Entonces entendí: esa sería mi primera prueba en este bosque.
Varias de esas criaturas se alinearon entre sí y comenzaron a lanzar aguijones de manera consecutiva.
Visualicé rápidamente mi poder que potenciaba mis habilidades y formé una afilada espada morada en mi mano. Corté los primeros aguijones con precisión y corrí hacia las criaturas, esquivando otros tantos mientras buscaba algún punto para impulsarme y poder atacar.
No me daban tregua. Lanzaban un aguijón tras otro, capaces de regenerarlo casi al instante. Me seguían con una velocidad sorprendente, así que aumente la mía.
Al ver unas rocas, me dirigí hacia ellas, salté y me impulsé con fuerza. En el aire, alcé mi mano y corté a varias criaturas de escamas anaranjadas; esas sí cedían.
Pero otras tenían escamas rojas, y cuando intenté cortar una, mi espada rebotó. Su piel era extremadamente dura. La criatura me lanzó su aguijón; lo esquivé por poco, aunque me raspó el brazo. Sentí de inmediato cómo se me adormecía.
Caí al suelo, sosteniéndome el brazo que apenas sentía. Cerré los ojos para intentar acceder a la información que había adquirido cuatro meses atrás. Me concentré… y poco a poco, los datos llegaron a mi mente.
Era una especie llamada Lythra’Vaen Shael, que en español se traducía como “reina del cielo”. El color de sus escamas marcaba su rango en la colmena: las verdes eran las que recién cambiaban de forma de larvas; las rojas, las adultas. Eran gobernadas por las hadas y solían ayudarlas en combate.
Estas criaturas habían sido enviadas por esa misma hada, deduje.
Seguí pensando, buscando la manera de vencerlas. Recordé que para derrotarlas necesitaba un hechizo específico que debía ejecutar con mi poder amarillo. Era un conjuro que ataba a la criatura y la cortaba en miles de pedazos. Para hacerlo, debía liberar parte de mi poder.
Salí de mi escondite detrás de las criaturas rojas y me sané con mi poder de curación. Aunque ya podía mover el brazo, aún sentía un leve cosquilleo. No importaba; tenía que recitar el hechizo para que funcionara.
Respiré hondo y dejé que mi poder fluyera. La tierra bajo mis pies comenzó a vibrar. Cuando tuve suficiente energía liberada, llamé la atención de las criaturas. Al verme, volaron hacia mí en línea recta.
Esperé a que entraran en mi rango y recité el conjuro:
“Thyren’shaal vekna’Lor,
Lythr’daen mor’kaen.
Shar’vaen’thor vel’ryn,
Osar’n varsha vekna’ther.”
Al terminar, sentí que el aire se volvía más espeso, vibrando de manera distinta. Todo cayó en un silencio profundo. Entonces, de mis dedos comenzaron a salir hilos amarillos disparados a gran velocidad. Moví las manos y los hilos envolvieron a las criaturas. Estas luchaban violentamente, haciéndome perder el equilibrio, pero ya las tenía bien sujetas.
Liberé mi poder de forma abrupta.
Las criaturas comenzaron a fragmentarse en miles de pedazos, que se convirtieron en cenizas antes de tocar el suelo.
Cuando el último fragmento cayó, detuve los hilos de energía y caí al piso. Estaba realmente agotada… Era la primera vez que usaba el poder amarillo por completo; en mis entrenamientos solo practicaba el poder que potenciaba mis habilidades.
Algo se subió sobre mí. Levanté la cabeza: era Pipo. Me miró un momento, luego saltó al suelo y comenzó a jalar de mi camisa, como apurándome para que me levantara y lo siguiera.
—Dame unos segundos —le pedí—. Necesito recuperarme un poco.
Él se sentó a mi lado, esperando… o al menos intentándolo, porque se movía de un lado a otro con impaciencia. Dudaba que me esperara demasiado antes de obligarme a seguirlo.
Cuando recuperé algo de energía, me puse de pie y Pipo me guio hacia otra parte del bosque. En un momento se subió a mi brazo, aunque seguía indicándome el camino con sus pequeñas ráfagas de viento.
Avanzamos así hasta llegar a una zona completamente distinta.
El aire cambió.
Los árboles estaban quemados, las ramas reducidas a carbón, y el suelo parecía haber sido devorado por llamas antiguas.
¿Qué ocurrió aquí?
¿Aquí comenzaría otra prueba?
Tendría que mantenerme alerta.
Me adentré un poco más, pero de pronto el aire comenzó a calentarse. Un gruñido profundo retumbó detrás de mí y me heló la sangre. Me giré lentamente… y lo vi.
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Editado: 28.11.2025