Kael’varya / Los Cinco Mundos

“Cuando la verdad comienza a despertar”

Narración de Estefanía

Abrí lentamente los ojos. Un dolor profundo me recorría el cuerpo. Intenté incorporarme, pero un latido agudo en la cabeza me obligó a tumbarme de nuevo.

En ese instante, una sensación helada me atravesó: lo sucedido en el bosque no había sido un sueño. Había ocurrido de verdad. Y antes de desvanecerme, vi con absoluta claridad el rostro de la persona que me salvó.

Solté un suspiro largo, intentando calmar la tensión en mi pecho. Deseé, con toda mi fuerza, que aquella imagen solo hubiese sido un engaño de mi mente… una distorsión provocada por el descontrol de mi poder. Porque si realmente era él, no sabía cómo iba a reaccionar al enfrentarme a esa verdad.

Respiré hondo, me incorporé despacio y dirigí la mirada hacia donde estaban los demás. Pipo, el hada y el lobo descansaban; sus heridas estaban vendadas y parecían estables.

Pero no estaban solos.

A unos pasos de ellos, una figura permanecía sentada, con la cabeza inclinada y el rostro completamente cubierto por una capucha. Aquella presencia me hizo detenerme en seco.

Un temblor involuntario recorrió mi cuerpo. No supe si era miedo, un aviso de mi intuición o la anticipación de algo que no quería enfrentar. Sin embargo, una sola idea se impuso sobre todas las demás, debía acercarme y descubrir si lo que había visto era producto de mi imaginación o era real.

Cuando llegué, me detuve justo frente al hombre encapuchado. Extendí mi mano; me temblaba ligeramente, aunque había intentado controlar mis emociones antes de acercarme.
De pronto, el individuo sujetó mi brazo con firmeza y, con una voz profunda que me heló la sangre, dijo:

—¿Estás preparada para conocer mi verdadera identidad?

Tragué saliva. Aunque mis pensamientos eran un caos, respondí con voz firme que sí, que estaba lista.

Él alzó la cabeza lentamente, y en cuanto su mirada morada chocó con la mía, una corriente de ira me atravesó por completo. Antes de pensar siquiera en lo que hacía, le lancé un puñetazo directo al rostro.

El impacto lo hizo retroceder. Se llevó la mano a la cara, sorprendido, mientras yo trataba de procesar lo que estaba pasando. ¿Era esto una broma cruel? ¿Un juego del destino? La frustración me quemaba por dentro. Avancé hacia él, dispuesta a golpearlo de nuevo.

Pero levantó ambas manos en señal de rendición.

—Espera, Estefanía —rogó—. Si sigues así te lastimarás.

Su voz… su presencia… todo encajó como una verdad que no quería aceptar. Un grito ahogado escapó de mi garganta.

—¡Maldito Eduardo! —casi escupí—. ¿Por qué me dijiste que solo tenías el poder del fuego? ¡Era mentira! Tienes más… puedo sentirlo. Eres parecido a mí, pero diferente.

¿Por qué me mentiste?

Él guardó silencio por un momento. Luego soltó un suspiro pesado.

—Como te he dicho en otras ocasiones, Estefanía… no puedo revelarte ciertos secretos. Podrían ponerte en peligro.

—¿Qué peligro, Eduardo? —le respondí con la voz quebrada por la frustración—. ¡Nunca me dices nada! ¿Cómo se supone que voy a saber si estoy en riesgo si nadie me explica nada? Me dejan sola para que lo vaya descubriendo a la fuerza. ¡Tú me viste! Estaba asustada por no entender lo que me pasaba. No puedo dormir por la incertidumbre de lo que me va a suceder. ¿Crees que era prudente ocultarme que tienes un poder similar al mío?

Eduardo bajó la mirada.

—Era necesario que lo descubrieras por ti misma. Nosotros no podemos interferir… nadie puede influir directamente en el poder que está despertando en ti. Un solo paso en falso, y en lugar de ayudarte a proteger los mundos, tu poder podría corromperse… y destruirlos.

—¿“Nosotros”? —lo interrumpí con un sobresalto—. ¿A quiénes te refieres? ¿No estás solo? ¿Hay más personas involucradas?

Eduardo asintió lentamente.

—Entonces dime quiénes son tus cómplices —le exigí.

—No puedo —susurró.

—¿¡Qué!? —exclamé.

Mi poder morado se manifestó en mi mano, afilado como una espada.
Si no me lo decía por las buenas, lo sacaría por las malas.

Eduardo retrocedió unos pasos.
—No estás todavía a mi nivel, Estefanía. Si me atacas así, solo te quedarás sin energía.

—No me importa —murmuré con rabia.

Canalicé mi poder blanco, dejé que me envolviera, y me curé por completo. Eduardo abrió los ojos sorprendidos: era la primera vez que veía mis nuevos poderes en acción.

—Ahora que estoy sana, escucha bien —dije elevando la voz—: si no me dices lo que quiero, será mejor que te prepares para pelear. Y no voy a contenerme.

Eduardo levantó la mirada hacia el cielo y murmuró entre dientes:

—Está bien… pelea, Estefanía. Si logras hacerme un rasguño, te diré lo que quieras.

—Te haré más de un rasguño, idiota —le respondí.

Él soltó una risa arrogante.

—Ya lo veremos, debilucha.

Esa sola palabra hizo que mi ira aumentara. Y como había descubierto con los ogros, esa emoción desbordaba mi poder. Lo dejé crecer. Lo dejé arder.

Canalicé mi energía amarilla y recité un hechizo que endurecía mis músculos como acero durante diez minutos. Esperaba que ese tiempo fuera suficiente para lastimarlo.

Con mi poder morado formé una espada en mi mano derecha. En la izquierda invoqué un escudo, mezclando blanco con morado. Coloqué también un poco de poder en las plantas de mis pies para poder impulsarme hacia el cielo.

Corrí hacia Eduardo sin dudar.
Atacaba sin descanso, pero él esquivaba con una facilidad insultante.

—Estefanía —habló mientras se movía con agilidad sobrenatural—, si no te esfuerzas más, no podrás cortarme ni un cabello con esa espada. No estoy usando ni el uno por ciento de mi poder.

—¡No juegues conmigo! —le grité—. ¡Pelea de verdad!

Mi ira se intensificó, y aunque era una emoción oscura, sabía que podía usarla como combustible. Mi energía recorrió cada parte de mí, como si despertara una nueva versión de Estefanía… más fuerte, más peligrosa.




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