Nos separamos, y levanté la mirada hacia mi hermano. Él me observó con una expresión profundamente cariñosa antes de preguntarme si ya me sentía mejor. Solo asentí.
Fabián nos condujo hacia el sofá; me senté, Mariana se acomodó a mi lado, Rodrigo y el señor Hunt tomaron lugar al frente, y más alejado, Eduardo seguía de pie junto a la ventana, apenas girado hacia nosotros. Aún podía verse la ira tensándole el rostro, como una sombra imposible de disimular.
El primero en hablar fue el señor Hunt.
—Señorita Escobar…
Lo interrumpí al instante:
—Puede decirme Estefanía.
Él asintió una sola vez, aceptando la corrección, y retomó:
—Estefanía, como ya te habrán dicho, nosotros somos los guardianes elegidos por la Kael’varya para proteger, junto a ella, los Cinco Mundos. Estuvimos en guerra durante siglos…
—¿Siglos? —lo interrumpí, incrédula.
—Sí, Estefanía —continuó sin perder la calma—. La Kael’varya nos otorgó vida eterna, como la suya, para ayudarnos a enfrentar a las fuerzas del mal que la acechaban. Querían derrotarla para gobernarlo todo, pero sus intentos fueron frustrados por ella… y por nosotros.
Hizo una pausa breve, como si midiera el peso de lo que estaba a punto de decir.
—Hubo un tiempo en que creímos haberlos derrotado a todos —prosiguió—, pero alguien dentro de nuestro propio círculo nos engañó.
No pude contenerme:
—¿Quién los traicionó?
El señor Hunt negó con un gesto cansado.
—Nunca lo descubrimos. Y cuando ocurrió la muerte de la Kael’varya… tuvimos que huir. El jefe de esa organización deseaba que todos los guardianes murieran con ella. Sabía que, si existía la posibilidad de que reencarnáramos, intentaría corromper nuestro poder para arrastrarnos a su bando.
—¿Y ustedes nunca sospecharon que esa organización seguía existiendo? —pregunté.
Respiró profundamente antes de contestar:
—No sospechábamos de nada, Estefanía. Nosotros mismos vimos el cuerpo del enemigo y lo incineramos. Era imposible que hubiese sobrevivido. Pero el jefe… nunca murió. Solo se ocultó para entrenar, haciéndose más fuerte, recurriendo a hechizos prohibidos para superar incluso a nuestra Diosa.
Un estremecimiento recorrió mi espalda.
—Tras creerlo muerto —continuó—, nos dedicamos a reconstruir los mundos, a reparar lo que aquella organización había destruido.
Su mirada se detuvo en mí, estudiando cada reacción.
—En esa época, nuestra Ama decidió retirar los poderes a los seres humanos de la Tierra.
Debí mostrar desconcierto, porque él preguntó:
—¿Tienes alguna duda?
Asentí.
—¿Por qué les quitó los poderes?
Aunque ya lo había leído y escuchado de Rodrigo y Eduardo, quería oírlo de él.
—Porque muchos humanos empezaron a codiciar el dominio de los otros mundos —respondió sin rodeos—. Y no podíamos permitir que dañaran mundos que habían sufrido guerras interminables. Solo dejamos que ciertas familias dispersas por la Tierra conservaran la capacidad de despertar el antiguo poder… junto con la historia y el idioma de los Cinco Mundos.
Mientras los mundos se reconstruían, pasaron cien años de relativa armonía. Nuestra Señora permanecía la mayor parte del tiempo en nuestro mundo.
Lo interrumpí nuevamente:
—¿Hay más mundos aparte de los Cinco?
Esta vez, fue Mariana quien respondió, su voz suave cargada de nostalgia:
—Sí, Estefanía. Pero solo en los Cinco puede existir vida. Los demás son desérticos, tóxicos o inhabitables. Sin embargo, el mundo donde vivía nuestra Ama era distinto. Durante siglos, antes incluso de que existiéramos los guardianes, ella recorrió los Cinco Mundos y adaptó su propio mundo para que contuviera un fragmento de cada uno. Allí coexistían especies que jamás podrían vivir juntas en ningún otro lugar. Ella creía en la armonía de todas las criaturas… y nos inculcó esa visión.
—¿Cómo se llamaba ese mundo? —pregunté.
Mariana sonrió con melancolía.
—Syl’Kaer Nath’voryn. La Kael’varya lo llamó así porque reunía un pedazo de todo: especies olvidadas, seres perseguidos por su poder, criaturas cazadas sin razón. Ella veía el alma, Estefanía. No el nivel de poder, ni el estatus social. Te hacía sentir verdaderamente único en el universo.
—¿Y ese mundo todavía existe?
El señor Hunt respondió:
—Sí. Pero lo ocultamos con un hechizo para evitar que fuera corrompido. Las criaturas y las personas que sobrevivieron… nos rogaron ser puestas en un estado de inervación. Querían despertar solo cuando la Kael’varya regresara. Al ser mortales, no podían vivir tanto tiempo como nosotros para esperarla.
Y así lo hicimos.
Un escalofrío me recorrió.
Un mundo entero… dormido, esperando a su diosa.
El señor Hunt continuó, con un tono más frío. Su expresión se endureció, pero alcancé a ver destellos de dolor e impotencia.
—Ese mundo fue nuestro hogar. Vivimos nuestros días más felices allí… hasta la noche en que la Kael’varya nos envió a Eduardo, Mariana y a mí al Mundo de Ozar. Los demonios habían invadido una aldea.
Lo interrumpí:
—Si eran tan poderosos… ¿por qué no envió solo a uno?
—Porque eran demasiados —respondió él—. Habían entrado por una abertura dimensional. Años sin actividad… y de pronto, un enjambre.
Al llegar, encontramos aldeanos muertos y otros heridos de gravedad. Pero lo más extraño fue hallar demonios muertos.
—¿Por qué? —pregunté.
—Porque los aldeanos tenían un nivel de poder demasiado bajo —explicó—. Era imposible que ellos los hubieran derrotado.
Investigamos. Y al analizar las heridas… reconocimos la marca del grupo que creímos haber destruido.
Había infiltrados entre aldeanos y demonios. Seguidores del Amo. Una emboscada.
Con todo nuestro poder los eliminamos, pero antes de que el último muriera, le preguntamos por qué habían atacado.
Su respuesta nos heló la sangre:
—Queremos separarlos de su Ama… para poder matarla.
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Editado: 15.12.2025