Kael’varya / Los Cinco Mundos

“La Caída de los Guardianes”

Al escuchar ese nombre, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Había algo inquietante en él… una mezcla imposible de terror y nostalgia. Ese reconocimiento repentino me obligó a cuestionarme: ¿qué sabía realmente de mi vida pasada?, ¿qué verdades enterradas estaba a punto de descubrir?, ¿cómo había sido yo… antes de morir en mi existencia anterior?

Me perdí en aquellas preguntas durante un instante, hasta que la voz del señor Hunt me arrancó de mis pensamientos. Explicó que solo pudieron enterrarlos, pero no tuvieron tiempo de procesar sus pérdidas ni llevar el duelo en paz, porque debieron esconderse de inmediato para no ser asesinados por el grupo liderado por Vor’Kael.

—Pero nuestro plan… —dijo el señor Hunt mirándome directamente. Hizo una pausa antes de continuar, como si buscara las palabras exactas—. Nuestro plan era permanecer ocultos solo el tiempo necesario para descubrir cuáles eran las debilidades de la organización de Vor’Kael.

Se quedó callado otra vez, como meditando lo que estaba a punto de revelar. Soltó un suspiro, alzó la mirada y añadió con una solemnidad que me heló la sangre:

—En este punto de nuestra historia, Estefanía, te vamos a relatar las experiencias que vivimos durante muchos años… todas con un solo objetivo: destruir a Vor’Kael.

Y fue entonces cuando comprendí que su historia no era solo un relato del pasado… sino la sombra que había gobernado sus vidas, extendiéndose incluso hasta este momento.

***
Narrador externo

En aquellos años oscuros para los Guardianes, idearon innumerables estrategias para cazar a Vor’Kael. Intentaron forjar alianzas, pero la influencia de aquel ser maligno ya se había propagado por los cuatro mundos. Solo la Tierra permanecía a salvo, protegida por el sello que impedía la entrada desde los otros reinos.

Así pasaron los años persiguiéndolo. Años en los que la sombra de Vor’Kael parecía moverse con voluntad propia, siempre un paso adelante, como si disfrutara del juego macabro.
Mientras los Guardianes se debilitaban, él no hacía más que fortalecerse: reunió aliados poderosos, y los reinos que alguna vez habían jurado lealtad a la Kael’varya comenzaron a inclinarse hacia él, cegados por el poder que ofrecía.
Bajo una sola condición: que informaran de inmediato cualquier rastro de los Guardianes restantes… para eliminarlos.

Aquellos que un día fueron los héroes más grandes de la historia se convirtieron en seres odiados por los gobernantes y temidos por los aldeanos. Corría el rumor de que quien ayudara a un Guardián sería castigado con la muerte de sus seres queridos, mientras el culpable era obligado a revivir, una y otra vez, la agonía de perderlos.

Nadie quería enfrentar un destino así. Por eso, cuando escuchaban siquiera un susurro sobre los Guardianes, los denunciaban de inmediato.

Cristofer, Eduardo y Mariana tuvieron que caminar entre sombras. No podían confiar en nadie… o casi nadie. Solo en algunos aliados provenientes de mercados clandestinos y lugares remotos: personas que habían sufrido a manos de la organización y estaban cansadas de vivir bajo su control.

Con ellos, los Guardianes formaron un grupo pequeño, silencioso, pero resistente. Y fue en ese tiempo que descubrieron una posibilidad que transformó su lucha: la Kael’varya y sus hermanos podrían reencarnar. No sabían cuándo ni en qué mundo, pero existía una alta probabilidad de que su esencia volviera a encenderse en otro ciclo.

La noticia encendió una chispa de esperanza… pero también abrió heridas antiguas.

Eduardo no podía perdonar a Cristofer por haber preferido quedarse en la aldea cuando la Kael’varya estaba en peligro. Cristofer no necesitaba que se lo recordara: la culpa lo consumía día y noche. Él, siendo el mayor de los guardianes, debía protegerla… y no lo logró. Cada día desde entonces había sido un infierno para él.

Había deseado morir muchas veces, pero sabía que, por el bien de sus hermanos vivos y de los mundos, no podía rendirse. Al saber de la reencarnación, se juró que esta vez protegería lo que antes no pudo… y protegería también a los Cinco Mundos.

Le dolía ver el sufrimiento de Eduardo. Y Mariana, aunque parecía más fuerte, era solo una fachada. Por dentro estaba tan rota como ellos: había sido la más cercana a la Kael’varya.

Cristofer, al ver que las heridas no sanaban y que la tensión aumentaba, entendió que necesitaban separarse por un tiempo. Con pesar, les propuso dividirse para investigar sobre la reencarnación y los movimientos de la organización. Eduardo y Mariana no se opusieron; sabían que, aunque los unía la misma causa, no podían seguir juntos sin destruirse más.

Así, cada uno partió hacia distintos mundos, sin romper completamente la comunicación, pero aceptando que la distancia era necesaria para sobrevivir.

Al relatar todo esto, el señor Hunt hizo una pausa. Eduardo se quebró. Se alejó de nuevo, con la mirada vacía, como si la carga de siglos enteros hubiera descendido otra vez sobre él. Pero no era el único. Hunt y Mariana compartían ese mismo brillo apagado, una tristeza antigua que ninguna victoria podía borrar.

—Cuando supimos con certeza que sí reencarnarían —continuó el señor Hunt—, comenzamos a investigar con la ayuda de nuestros aliados de los otros mundos. Hace unos doscientos años logramos hallar a nuestro hermano —dijo señalando a Rodrigo—. Lo encontramos en Vael’droth Kaer’vyn, el Mundo del Corazón.
Pero el hallazgo no trajo alivio… sino horror.

Rodrigo había renacido en una familia que lo maltrataba con crueldad. Lo dejaban sin comer durante semanas; apenas sobrevivía gracias al poder que aún lo protegía… y a restos de comida que encontraba a escondidas.

Cuando finalmente lograron rescatarlo, él no los reconoció. Temblaba al verlos acercarse, aterrorizado, convencido de que ellos también le harían daño.

***
NOTA DE AUTORA




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