Kai caminaba con paso ligero entre los callejones, su cola erguida y sus ojos vigilantes. De repente, escuchó un maullido bajo proveniente cerca. Giró la cabeza y vio a un gato negro, con pelaje brillante como el carbón, sentado en lo alto de una pila de cajas.
-¿Qué haces aquí, Sombra? -preguntó Kai, acercándose con curiosidad.
Sombra lo miró fijamente, sus ojos verdosos brillando con picardía.
-He encontrado algo interesante en la esquina, pero los humanos ya me vieron. No tengo mucho tiempo -respondió Sombra.
Aunque sus palabras eran ininteligibles para el oído humano, Kai comprendía perfectamente lo que decía.
Kai asintió. Sabía que las calles no eran un lugar fácil para los gatos. Los humanos podían ser impredecibles, a veces amigables, pero otras veces problemáticos o peligrosos. Pero eso no detenía a Kai ni a sus amigos.
-¿Y qué encontraste? -preguntó Kai, moviendo la cola con curiosidad.
-Un trozo de pescado muy grande -dijo Sombra, saltando de las cajas y aterrizando suavemente sobre el suelo. Sus patas ligeras lo hicieron casi invisible en la sombra.
Kai rió, moviendo los bigotes. Sus ojos resplandecían de emoción.
-Vamos, vamos a buscarlo antes de que alguien más se lo lleve -dijo.
Los dos gatos se adentraron rápidamente en las calles. Kai y Sombra, a pesar de sus diferencias de colores y tamaños, compartían algo en común: la necesidad de sobrevivir.
Mientras corrían entre los edificios, un tercer gato se unió a ellos. Era una gata de pelaje gris y ojos azules intensos, conocida como Luna.
-¿Están pensando en robarle el pescado a los humanos otra vez? -preguntó Luna, entrecerrando los ojos con diversión.
-Solo si nos dejan -respondió Kai con una sonrisa traviesa.
Luna se unió a ellos sin pensarlo. Los tres gatos se movieron en silencio, trabajando en equipo, sabiendo que no podían confiar completamente en los humanos, pero que juntos siempre podían lograrlo.
Kai y Sombra se movían rápidamente entre los edificios, guiados por el olor del pescado. Luna, que ya los había alcanzado, saltaba con agilidad entre las sombras, también emocionada por la oportunidad de una buena comida.
Cuando llegaron a la esquina, el trozo de pescado estaba allí, en el suelo, justo donde Sombra lo había dejado. Era grande, con un brillo tentador bajo la luz del sol.
-¡Allí está! -exclamó Kai, casi sin poder contener su emoción.
Pero había un problema. El trozo de pescado estaba en el borde de una pequeña acera, y para alcanzarlo debían subir a un muro bajo que lo separaba. Los tres gatos se miraron por un momento, sabiendo que debía ser un trabajo en equipo.
-¿Quién va primero? -preguntó Luna, mirando el pescado y luego a sus amigos con una sonrisa traviesa.
-Yo -dijo Sombra, con tono de confianza, pero al ver el muro, dudó un segundo.
Kai, siempre rápido para actuar, saltó primero hacia el muro, pero cuando llegó a la cima, se dio cuenta de que el pescado estaba justo fuera de su alcance. Necesitaba más altura.
-¡Necesito un empujón! -gritó Kai, mirando a Luna.
Luna, que estaba justo debajo de él, se colocó en posición. Con un rápido movimiento, saltó y empujó a Kai con las patas traseras, lanzándolo ligeramente hacia arriba.
-¡Oh! -Kai exclamó, aterrizando casi encima de Sombra, que había comenzado a treparse por otro lado.
-¡Cuidado! -gruñó Sombra, moviendo sus patas traseras para tratar de zafarse.
Kai, en su afán por conseguir el pescado, no pudo evitar reír. A pesar del caos, estaba claro que entre ellos todo era un juego.
Finalmente, los tres gatos se apiñaron encima del muro. Luna, que era más ligera y ágil, fue la primera en dar un salto decisivo y agarrar el trozo de pescado con sus dientes.
-¡Lo tengo! -gritó Luna, levantando el trozo en su boca, mientras Kai y Sombra quedaban mirando con sorpresa y un poco de frustración.
-¡No es justo! -protestó Kai, con su cola enroscada por la irritación. Pero al ver la sonrisa de Luna, no pudo evitar sonreír también.
-¡Es lo que pasa cuando no dejas que los demás te empujen! -dijo Luna, con una risa juguetona.
Sombra, resoplando de irritación, se acomodó sobre el muro y comenzó a lamerse las patas.
-Bueno, al menos hay para todos -murmuró Sombra, mientras Luna comenzaba a repartir el pescado con generosidad.
-¡Eso sí! -dijo Kai, aliviado de que no todo fuera competencia. Aunque siempre bromeaban, en el fondo, sabían que compartir era lo que los mantenía unidos.
Los tres gatos se acomodaron en el muro, disfrutando del festín mientras el sol comenzaba a calentarse, y la ciudad seguía con su ruidosa rutina a sus pies. En ese momento, el callejón, el pescado y la compañía de sus amigos
parecían ser todo lo que necesitaban.