Kairos. Simple palabra pero a su vez compleja. Una que no debería ser tomada a la ligera. Una que fluye por nuestras vidas a la par del mismísimo viento.
Los antiguos griegos llamaban por ese nombre al Tiempo, al Momento, ese que revolotea por nuestros ojos sea de día o de noche, ya sea entre sueños o anhelos. Esos pequeños instantes que resplandecen en las pupilas al andar por los valles de la nostalgia.
Por supuesto, no todo es luz y malva, sino, tan divertido no sería. Pero aunque sea hiedra y tinieblas lo que se escurriese por esos cristales, nada quita el valor de ese componente, ese que vuela entre las nubes para recordarnos aquello que no deberíamos olvidar. Y aunque sí, a veces su vuelo resulte cruel, ese viejo zorro bien sabe de lo que habla, y nada quita que de ese soplo, algo bueno se pueda aprender.
Pues el Kairos es eso en esencia, el aprender. El aprender de un músico, que se gana la vida en la calle; el aprender de una ruptura, que pasados los días te vuelve más fuerte; el aprender de tus amigos, de tus acciones, de malas decisiones o de bromas de burdo follaje. Cada momento es valioso y de cada momento se aprende algo nuevo, y en tiempos como estos, donde no se sabe a dónde hay que ir, pero sí se sabe que vas retrasado, no es mala idea darse un respiro a toda esa locura, darse un respiro y mirar al tiempo, y apreciar por un instante el sinfín de maravillas que entre sus alas se vislumbran. Incluso en la odiosa ironía que regresa a humillarte, de vez en cuando, al conectar con ese momento que tanto dolor te ha causado.
Sin más que decir, empieza este viaje. Este viaje por pequeños pasajes que estructuran mis pensamientos y que dan forma a lo que yo suelo llamar “mi historia”, una historia de altos y bajos, de besos y decepciones, y breves instantes en que vago perdido en mis sentimientos.
Bienvenidos.