Y así cae la noche con su manto estrellado, y yo vuelvo a mirarte. ¿Cómo te sientes hoy, Luna de Papel? ¿Tan sola como de costumbre, alejada de tu amado rey de cabellos dorados? Te comprendo más de lo que desearía.
Tú y yo somos como mellizos, tan diferentes, pero a la vez tan similares. Compartimos el mismo sabor amargo de la soledad, al igual que el néctar de la dicha mientras contemplamos el crepúsculo. Ambos reímos a tempestades entre gemidos de vil recuerdo, pero aunque la sangre nos brote a cascadas nuestra mano siempre ha de alzarse sobre la tromba. Y eso es lo que me gusta de ti.
Me gusta verte en el cielo, con todo y angustia, para serte franco, pues pese a que el mundo entero te ve en sollozos entre las lentejuelas, no eres una dama que se avergüence de su penuria, ni tampoco una que sucumba ante su tristeza.
Esa eres tú, luna. Una musa. Una diva cuya huella jamás deja de ser un taco fino, ni aunque tu rímel se corra cada noche por las lágrimas. Pues ahí estás tú, alzando la frente, con el rostro tan duro como tu cuerpo de roca, cuerpo de roca blanca, pura, pura cual alma de plata.
Por eso me gustas tanto, Luna de Papel.