Si hay algo que me molesta, es la gente falsa. La que constantemente ha de cambiar su postura con tal de salvar su cola de las hojas opositores.
¡Cobardes!
Ayer nada más escuché tus declaraciones. Ayer. En el cierre del cántico de Ward. En la hora de su última aventura. Y déjame decir que tus manos carraspeadas me dijeron más que toda tu lengua de cobra. Y me diste risa. Una penosa y asqueada risa.
Así que las doncellas no pueden amarse, ¿eh? ¡Pero si tus dedos adoran los besos entre princesas!
Siempre hablas de ellas entre los burdeles, entre los clubes, entre cervezas y orgías bajo las sedas de lo clandestino. Siempre soñaste con un trío, una fiesta con una gata y una pantera. ¡¿Y quién sabe cuántas veces le diste una vuelta al cine porno en busca de una violeta que hiciera juego con unos claveles?!
¡Ah! Pero cuando en medio de la lucha, una doncella le entrega su amor a su adorada, a su flor de dulce cuarzo, a quien casi debe lamentar tras un suspiro del destino, ¿entonces se vuelve aberrante?
¡Viejo, ahí se te murió el fetiche! ¡Ahí se marchitó tu lujuria y se convirtió en agua de sierpe amarga como la hiel!
Después de tantas noches a solas, deseando al ilícito un chasís entre ninfómanas, de pronto les odias tras un inesperado ademán. ¡Que su amor es forzado! ¡Que su presencia envenena a los niños! ¡Que su inmundicia enriquece a la tele! Pero nunca pensaste eso de las chicas nuevas en PornHub, ¿no es verdad? Nunca pensaste eso, y realmente nunca te había importado, pero como el soplo de los vientos, de pronto un aura de ira te arrebalsa por el cuerpo.
Y puedes llamarme feminazi (aunque ni lo sea), o puedes llamarme pervertido (que me halaga), pero aunque dispares contra mis letras, no ahogarás lo que ya reluce en tu cara.
Y sé que puede hasta sonar robado, pero es que la situación me lo pide a gritos, pues pareciera que el amor entre doncellas es un crimen, cuando no se ofrece para tus pajas.