En el fondo entiendo a Cristo, puesto que quién más que un artista entendería a otro. El amar a tus creaciones, a pesar de que su aroma resulte abominable.
Defectuoso.
Aberrante.
Esos somos los humanos.
Pero a pesar de todo, portamos su aura, así como nuestros folios portan la nuestra; así como cada trazo, cada letra, cada roce con el lienzo, es un instante en que recaen nuestros besos, abrazos y dulces susurros de puro afecto, instantes que prevalecen en la memoria tras impregnar nuestra fragancia en cada rosa de nuestro jardín.
Y sí, es triste, es triste cuando una flor se marchita en cruda muerte, pero nada, nada habrá de quitar del Cosmos aquel zumbido en aquel florecer. Y eso, es lo más grandioso de ser un artista. Aunque duela.
Bueno, al menos yo, sólo espero que mis rosas no se marchiten en vano. ¡Y espero Yo no marchitarme en vano!