La 119 inicia su marcha en esta fría noche de invierno. Y se sumerge en el destello de cobre de todas las calles camino a casa.
De pronto, lo escucho. Escucho el chasquido del tiempo al ritmo de cajas unos asiento atrás. Un ritmo de cajas a la altura de Soma, a la altura de King Cole, de Ziegler, de Robles. Un ritmo afrodisíaco que se aferra a mis oídos como el beso de mi Diosa, beso que me recorre la piel a susurros y se entrelaza a mis dedos cual pacto de amor eterno. Y me adora. Nos adoramos.
¡Música, placer culpable! Licor que me obsesa entre cada trago, dejándome caer en nubes de olor a miel y sabor a hiedra; nubes en las que río, lloro, suspiro de emoción, sucumbo ante el miedo, y aprendo. Aprendo. Me descubro a mí mismo. A través de esos rincones oscuros de tremendo placer. De placer culpable. Sabroso, y culpable.