No hay sedante más poderoso para el espíritu que el oxidado sabor a tedio deslizándose sobre la lengua.
Ese brebaje de olor a fierros y fangosa textura que te congela el esófago y te derrite cual cera las pestañas sobre la cara. Y petrifica tu cuerpo. Lo petrifica. Hasta que sus pedazos se desmoronan hasta aporrear el suelo y convertirse en seco polvo, polvo de grisáceo brillo que luego, presa del viento, se esparce por el olvido al ritmo de flautas de marfil cuya sonata de fría escarcha marca el deceso te tus energías…
En otras palabras… tengo paja.