Kairos (2019)

Poema XXIII

Por mucho que su canto haga eco de forma tan tenue, no hay que olvidar, artistas, que cada melifluo del Kairos es único. No hay que olvidar que la sombra del tiempo no siempre fue una sombra, y que cuando abrimos los ojos para ver más allá de las arenas, es el tiempo, el que se vuelve sombra, y la sombra, la que se vuelve tiempo.

 ¡Por eso no pueden, oh, artistas, caer en los laureles de la pereza!

 No pueden tomar esta sombra a la ligera y derramar su tinta en orbes de fría Nada. No. El Tiempo no es una fugaz saeta para que le tomemos su retrato en un vago apunte, pues su corazón porta más vida de la que cabría en tan simple trazo, trazo con el que deshonraríamos su presencia y la trayectoria que registra su aura.

 Y es esta aura, la chispa que da vida a la obra. La chispa que trae al Kairos a nuestros óleos y tiñe de vida a nuestro lienzo, conectándonos con generaciones que ahora son parte de nuestras vidas, y a la vez nos tomas como parte de la suya. 

 ¡Así que no sean necios, artistas! No subestimen al Señor de las Eras. Al contrario, escúchenlo. Escúchenlo atentos, pues aunque su aliento no entone más que un susurro, basta sólo un melifluo para convertir el vacío en Vida, y la Vida, en un vacío. 




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