Mientras miraba tus fotos, no dejaba de pensar en tu rostro de mora. No dejaba de pensar en esos instantes que hoy relucen ante el Kairos. Y me queman. Me penetran. Me penetran la carne como agujas.
Intento hablarle a esos lienzos, sintiendo cómo te manifiestas de pronto frente a mis párpados. Y me besas. Y me muerdes el labio. Me muerdes como nadie más lo había hecho, hasta hacerme estremecer.
Atónito, y a la vez acongojado, te rodeo entre mis brazos y fundo mi pecho en el tuyo. Y te miro. Te miro entre lágrimas estallando por la nostalgia. Pero cuando me doy cuenta, mi lamento se vuelve mayor, pues no estabas ahí…