Recuerdo cuando le mentí a mi madre por primera vez. ¡Qué manera de calcinarme en su ira! ¡Por Dios! Devorado en su llamarada por querer escapar de sus ojos de fiera. ¡Una lástima!
Pero si hay algo que nunca imaginé de aquella vez, fue el que dicha mentira se volviese la marca que hoy dirige mi destino. Destino que hoy me da un lugar entre maestros de la tinta, riendo, comiendo y hablando a la par. Algo para sentirse orgulloso, ¿no?
Aunque por otro lado, ¿en realidad es un destino para sentirse orgulloso? O sea, ¿vivir del embuste para asombrar a los ilusionados? ¿Quebrar la Ley del Padre para deleite de oído en carne? ¡¿Tentar como serpiente a quienes crucen mi calzada para darles de mi fruto?! ¡¡Vaya destino!!
Mas aunque cual broma suena, es precisamente el mayor de mis temores. A mi veneno. A las obras de mi Carne. Al poder de incendiar ojos inocentes. Al poder retorcer corazones con un soplido. Al poder… Y al caos que podría desatar de no cuidar de mi siembra en cada página.
Por esa razón, Cristo, ruego veles mis trazos, y dame sabiduría, ¿pues qué es más peligroso que un tonto vestido en Poder? ¿Qué es más mortífero que el silbido de un malicioso? ¿Qué es más letal que un alma sujeta en la palma de una víbora? Y a juzgar por aquella ballena azul… ya puedo prepararme para lo peor.
¡Cristo, no me falles y cuida mi acero! ¡Que nunca sea usado para dar muerte, sino vida! ¡Vida que enorgullezca este arte, y al Padre de los Artistas!
¡Que así sea! Que así sea, mi gente. Que así sea…