Doscientas mil para la toma de once, casi un millón para el anochecer.
Un grito de guerra que no parecía tronar desde la Unidad Popular.
Por supuesto, charlatanes se subieron a los corceles, los mismos que hace días con desprecio les miraban. Los mismos que, atónitos, les miraron bajo las plumas del crepúsculo.
Claro, y por supuesto que han de mirarles con recelo, más que mal, la sombra de su viejo enemigo cumple hoy la profecía de los caídos, aquella que al Capital gritó la apertura de las grandes alamedas en que la libertad caminaría sin ataduras. Profecía que hoy hace temblar al hombre rico, quien se ha dado cuenta de que su adversario ha vuelto del Inframundo, ahí, clamando justicia con voz de soprano, voz aguda, cual hoz de Valkiria, y teme.
¡¿Pero cómo no han de temer si aquel fantasma ya les tiene su corazón entre los dedos?! ¿Si no por qué sus perros de choque rondan las calles con dagas al aire, esos, la nueva camada de Patria y Libertad? ¡Fascistas!
Bueno, nada más fascista que un burgués con miedo.
¡Nada personal, señores! Nada personal…