Algo que aprecio de los niños es su mente de pluma. Mente que navega en sentimientos sobre veleros de saberes, mente que se alimenta de luz, mente que enamora a la oscuridad. Mente de brisa que acaricia mil parajes con ese tan tibio soplo llamado Voluntad.
Curioso.
Es curioso, debo decir. Curioso. Curioso el hecho de que tan jóvenes son, y aun así ven la vida con mayor madurez que la mente de un adulto. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo?
¿Y cómo no? Si día a día se anidan y aprenden en aquel valle entre la vanidad y la severidad, sin izar, repito, sin izar bandera en un lado, o en el otro. ¿Así cómo no ver la vida con tanta plenitud?