Mientras leía a la pequeña Gil, me llegó a la mente un remoto recuerdo.
Aquella chica.
Aquella chica que fue violada.
Aquella chica que lloró en mis brazos y me suplicó amor, y auxilio, auxilio a un corazón hecho pedazos traicionado por los labios que tanto le juraron el protegerle.
Triste…
¡Triste saber que esos mismos labios que le juraron devoción a esa, su musa, bañaron sin culpa su carne en veneno, y la desgraciaron! Triste saber que una rosa fue deshojada sin pena y abandonada como si nada a los pies de la calzada. Triste. Y más triste es que ese animal, hasta el día de hoy, siga suelto vagando en las calles.
¡¡Cobarde!!
¡¡Eso es lo que es esa basura!! ¡¡Un cobarde!!
Y lo más triste de todo es que entre esas lágrimas no solo se ahogaba ella. También yo. También yo me hundí en ese pozo mientras escuchaba en su relato, también yo me sumergí en esas aguas mientras la contenía en el más cálido abrazo, también me quemé en ese veneno mientras daba todo por rescatar esa sonrisa, sonrisa de niña inocente, corrompida por la maldad de un miserable. Sonrisa que no pude rescatar.
Tarde era, debo decir, pues su sangre rodó por el suelo, aun con todo el amor que pude darle. Su sangre rodó por el suelo mientras sus ojos, ciegos de llanto, se tornaban hacia adentro, alejándose de los míos, alejándose de mis manos, alejándose de todo el dolor que por dentro la carcomía.
Eso fue lo más triste de todo. El que tanto su vida como la mía, terminasen regada en aquel charco a ser roída por fría lluvia.