Y vi al flautista hijo de los vientos, tocar flauta de plata a los pies de cerros de oro. Y jóvenes de todas partes danzaban hechizadas al compás de su sonata.
Giraban y giraban sobre la acera y la gente miraba, frenando el mundo. Sí. El mundo. Frenaron el mundo para Bandera, frenaron el mundo para su gente, como si la mano de la Muerte nos hubiera robado el alma para encerrarlas en el vacío.
Todo se detuvo.
Salvo, sí, el volar de las rosas que cubrían la calle de tan preciosa melodía.
Mas para sorpresa de los presentes, la ley se alzó en el acto. Se alzó en el acto la ley, como era de esperarse en casos así, puesto que, como saben, no hay peor crimen contra el Estado que adueñarse del tiempo… Salvo quizá el perseguir a tu gente, pero difiero de la política.
Sin embargo, ¡Dios, he ahí el milagro! ¡He ahí el milagro, el milagro del arte y de la unión! ¿Pues quién hubiera imaginado que delicadas mariposas ahuyentarían así sin más a tan fornidos perros de guerra? ¡¿Quién lo hubiera previsto?! ¡Díganme! ¡Díganme, señores, que los escucho!
¡Atónitos vimos el aletear de hadas de batalla! Atónitos vemos el sepultar en arte a los invasores. Sepultarles en arte hasta que se alejaron. Vimos así como el arte fue capaz de vencer al hierro, hierro forzado a escapar, hierro forzado al retirar, así como huyen de la Pobla, así como huyen de los traficantes.
Fácil es ser bravo con los inocentes cuando el hierro del Estado carga tu arma, ¿no es verdad, mi buen amigo? ¿Cuándo fue que la policía murió para el heroísmo? ¿Cuándo? ¿Acaso esta vivió lo justo para convertirse en la nueva villana? Fue la pregunta que grabé en la moneda, la moneda que a manos del artista fue a volar. ¡Gran espectáculo, mi buen amigo! Gran espectáculo.
Y me fui a casa.