A esos maestros del Conductismo, que cortan un ala para el brote de dos.
A esos obreros de bajo salario, que cuentan historias llamando a soñar.
A esas notas de tinta carmín, que todo marcaron, menos mi destino.
A mis ojos, observadores, que vieron lo que los demás no, viendo inclusive al mismísimo Cristo.
A mis labios que no callaron, a mis manos que nunca frenaron. A mis padres, vaivén de emociones, lágrima y gozo de frágil cimiente. Dicen que el dolor te vuelve invencible, pues cómo habrías de matar a un bandido que no puede morir.
A mi abuelo…
A esos sueños que alto se alzaron, a esas batallas que así me pulieron, a esos rivales que así me retaron, a esas derrotas que mi alma pulieron.
A ese corazón de tinta que nunca dejó de latir.
Y gracias a ti, por haber hecho lo que más importaba. Escuchar.