Kairos

CAPITULO TRES

Cuando abrí la puerta, por supuesto que sabía quién estaba detrás de ella.

Parado, envuelto en cuero y en esa sexy chaqueta que adoraba verle puesta, tenia el rostro apenado y triste, como si le hubieran pateado su cachorro preferido.

Si tuviera alguno.

—¿Qué haces aquí Ivan?

—¿Puedo pasar? —preguntó mirándome debajo de sus pestañas, con sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón.

Lo miré un momento, y la angustia en su rostro me provocó tristeza. Hice un movimiento de cabeza, permitiéndole entrar.

Una vez sentados en el salón, esperé.

Y esperé.

Aclaré mi garganta para indicarle que comenzara la conversación.

—Yo… bueno, yo… —pasó una mano por su cabeza— yo quería, quiero disculparme.

Me quedé en silencio, viéndolo. Ni por asomo iba a ayudarle.

—Por lo de ayer, —continuó— me porté como un imbécil y no, no quería gritarte, pequeña.

Asentí, aun sin emitir ningún sonido.

—Y bueno, sé que no es justificación, pero siempre me he sentido protector hacia ti, eres como mi hermanita pequeña —auch— y, bueno no quiero que te lastimen.

<<Ese es tu lugar de honor>>.

—Está bien, entiendo que creas que eres mi hermano mayor, y te agradezco que me cuides, pero eso no volverá a repetirse.

Sus ojos se elevaron para encontrarse con los míos. —Sí, no lo haré —prometió.

—Bien, porque el baile se acerca y no quiero que…

—Tatiana, no puedes seguir pensando…

—Puedo y lo haré —contesté con energía.

—¡Tatiana! —gritó mientras se ponía de pie.

Seguí su ejemplo mientras me colocaba frente a él.

—¡¿Qué Ivan?! ¿Qué? —respiré profundo— Pude haberme graduado hace años, lo sabes, pero quería estar con ustedes, graduarnos todos juntos, y he esperado mucho por este baile.

Sus ojos solo me veían desconcertados, lo veía, él quería debatir, pero solo estaba enojado.

—Pero no es el baile ¿verdad? Ivan, tú no me quieres, pero no quieres que nadie me tenga.

—Nadie tiene que tenerte, eres una niña, entiéndelo, tú eres como mi…

—Si, si, ya lo has dicho muchas veces —me acaricié las sienes porque estaba empezando a dolerme la cabeza—. ¿Sabes lo que se siente Ivan? Querer algo con una fuerza increíble, y que en el fondo sabes que… ¿nunca tendrás? ¿Sentir el rechazo constante, como te pica la piel y como te arde la sangre? ¿Sentirte fea, insuficiente, porque el idiota que quieres, repele tu amor? ¿Sentir los horribles celos y luego sentirte todavía más tonto porque sabes que no tienes derecho?

Un minuto, o quizás una hora de silencio se asentó entre los dos, mientras la compasión pasaba por los ojos de mi primer amor.

Compasión.

—Escucha Ivan, tú me quieres como tu hermana, pero yo nunca te he visto como un hermano y no es un secreto.

Las mejillas del grande y malo Ivan se ruborizaron. Siempre lo hacían cuando se trataba de mis sentimientos. Antes creía que era lindo, ahora creo que nunca significaron lo que yo creía.

Quizás solo le provocaba pena.

—Te he visto desfilar con mujeres una y otra vez, también sé de tus… gustos y preferencias.

—¿Qué? —Si no estuviera molesta, hubiera sido gracioso ver el tamaño de sus ojos tan abiertos.

—Eres un libertino Ivan, sé que te gusta hacer tríos y que sueles tener a una mujer distinta cada noche, sé que incluso has compartido mujeres, y… que te gusta… amarrarlas.

—¡Jesús!

—Mira ese no es el punto, lo importante es que lo sé, y a veces lo he visto, y cada una de esas veces, me ha devastado, ha ido rompiendo pedacito a pedacito mi corazón, han sido, años Ivan.

—Tatiana —murmuró con lástima o vergüenza. No importa en realidad.

—Y nunca, ni una sola vez he hecho un berrinche y mucho menos un reclamo, ¿sabes por qué?

Él se quedó callado, pero tomé su silencio como un no.

—Porque no eres mío Ivan, nunca lo has sido, así como yo nunca he sido tuya.

Nunca ha sido mío.

NUNCA. HA. SIDO. MIO.

Nunca lo será.

Decir esas palabras, en voz alta, me provocó una sensación extraña y tranquilizadora.

Algo se estaba rompiendo dentro de mí, y al mismo tiempo, algo más fuerte estaba asentándose.

—Yo…

—Es verdad Ivan, nuestra cercanía, sin importar de que tipo sea para cada uno, no predispone un derecho sobre el otro. No puedes imponerte sobre mi vida, como yo no puedo sobre la tuya.

—Tatiana, comprendo lo que quieres decir, pero entiéndeme, entiende por favor, eres una niña joder, ¡una niña!

No otra vez con eso. —Entiéndelo tú, —cuando no me respondió, bajé el tono de mi voz— ¿me quieres Ivan?




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