La Iglesia Ortodoxa Rusa en Chicago, estaba abarrotada. Cuando llegamos, Enzo me guio hasta el frente, a un lado de Yekaterina.
Ella estaba sentada, con la cabeza en alto viendo hacia adelante, ignorando todo a su alrededor, el luto no la vestía, ella vestía el luto.
Mi prima y maestra, nunca se había visto tan poderosa y completa como en este momento. Sabía que era una fachada, nadie se preocupaba y amaba más a Aleksi que Katya, esto debe estarla destrozando.
Estaba por agarrar su mano, pero un movimiento negativo, casi imperceptible de su cabeza, me detuvo.
Busqué a los chicos, pero solo encontré a Kirill, sentado justo detrás de nosotras junto al tío Maxim, que estaba entretenido tecleando con fuerza en su móvil y la tía Olga, que igual que siempre, estaba indiferente, aburrida. Kirill no se veía nada bien, si el hedor de vodka que provenía de él, los golpes en su rostro y su cuerpo aletargado eran una señal de ello.
Cuando el funeral terminó, todos se pusieron de pie. Yekaterina me hizo una señal discreta para que fuera detrás de ella, y fuimos las primeras en salir, las demás personas lo hicieron después de nosotras.
—No te separes de mi ni un maldito minuto Tanya —murmuró Yekaterina, solo para mis oídos.
Hombres de la Bratva salieron de la iglesia, cargando el féretro en sus hombros, y sosteniéndolo con sus manos enfundadas en guantes blancos. Estábamos avanzando, cuando un hombre detuvo todo el movimiento.
Ivan, vestido con un traje sastre negro y con guantes blancos estaba frente al féretro, le dio una mirada mortal a uno de los hombres que lo sostenían, para ocupar su lugar.
Si Kirill se veía mal, Ivan… él… estaba destrozado.
Un pequeño temblor sacudió a Katya cuando vio a Ivan. Supongo que también le impactó ver el aspecto tan maltratado que lucía.
Su traje estaba impecable, sus zapatos brillaban y su cabello estaba peinado a la perfección. Pero… su rostro tenía unos cuantos golpes, y, lo que lo hacía lucir, vencido y destrozado, eran sus ojos vacíos.
El cementerio se había despejado de los dolientes que despedían a Aleksander Ivankov.
Ver bajar el féretro, fue horrible, aunque su ausencia era una quemadura constante, me sentía entumecida, como si todavía no lo procesara. Kirill e Ivan parecían estatuas, todo su cuerpo estaba endurecido, sus ojos destellaban solo odio.
Dolor.
Yekaterina y yo estábamos por subir a un auto, cuando el tío Maxim nos alcanzó.
—Hola pequeña Tatiana, ¿Cómo estas querida?
Él no solo, no saludó a Katya, la estaba ignorando.
—Hola tío, estoy… yo…
—Ahora que Aleksander no está, —interrumpió con fuerza, como si no le importara mi respuesta—, debes pensar en tu futuro pequeña sobrina, sé de tus habilidades, creo que será mejor que vengas conmigo, te instalaré todo lo que necesites…
—El cuerpo de mi hermano acaba de ser enterrado y tu…
—Yekaterina, nunca aprendiste a cerrar la maldita boca —sus ojos se apartaron de mi para ver a Katya—, no creerás que vas a permanecer en la cima, ¿o sí? No eres tan estúpida —se carcajeó— o quizás, subestime tus ambiciones, eres…
Yekaterina tomó mi brazo y tiró de mí, dándole la espalda al tío Maxim para subirnos en el coche, pero él nos detuvo con su grito.
—¡Maldita zorra! —jaloneó el brazo de Katya— ¿¡Como te atreves a darme la espalda?!
Katya me soltó y levantó su mano libre en una palma recta, un movimiento por el rabillo de mi ojo me dio la respuesta, detuvo a todo el sequito que la acompañaba, en especial a Enzo, su letal hombre de confianza y mano derecha, después me colocó detrás de ella. Me soltó de nuevo y con su brazo sujeto por Maxim, lo forzó a caminar hacia atrás, se dio una vuelta arrastrando el brazo que le sujetaba, impulso el cuerpo de mi tío sobre ella y lo hizo caer en un golpe fuerte y seco. Su cuerpo se quedó quieto en el suelo, mientras el puntiagudo tacón de Katya le golpeaba la garganta, y entonces, ella…
Ella abofeteó el rostro de Maxim con su zapato.
Todo sin quitarse las gafas ni despeinarse.
Metas.
Cuando ella lo soltó, Maxim se puso de pie con evidente dificultad, su rostro estaba tan rojo como remolacha.
—Iré tras de ti Yekaterina —gruñó.
Ella le enseñó una sonrisa mostrando todos los dientes, perversa y demasiado oscura, destinada solo a sus enemigos.
—Haz lo mejor que puedas Maxim, y si tuviste algo que ver con la muerte de mi hermano, asegúrate de hacerlo bien, porque el infierno será un centro vacacional comparado a lo que te haré.
Cuando llegamos a la mansión de Yekaterina, ordenó despejar cualquier personal del salón del bar.
La vi beberse un cuarto de botella de vodka de golpe.
No habíamos hablado en todo el camino, en ese momento, su fachada cayó, ella se veía tan, exhausta. Se sentó en un sofá frente a mí, sacándose sus zapatos altos en el proceso.
—Enana, entiendo que lo que te diré no va a gustarte, pero —acarició su frente con tres dedos— necesito…