Kairos

CAPITULO VEINTIDÓS

Sentía los ligeros y cálidos rayos del sol anunciando el amanecer en mi rostro. Y también sentí algo más, una presencia, había alguien en mi habitación. Fingí estirarme con los ojos cerrados mientras metía una mano debajo de mi almohada, quité el seguro y apunté a quien fuera que estuviera en mi recamara sin pedir permiso.

—¿Por qué duermes con un arma amor? O, ¿ese recibimiento es especial para mí?

Xander.

Xander.

Dios, un poco de autocontrol chica.

Sonreí burlonamente, sin bajar el arma. —Oh, es todo especial para ti, amor.

Él se levantó del sofá donde estaba sentado, caminó en mi dirección, en el punto de mira del arma, hasta que esta le tocó el pecho.

—Tatiana… —su voz ronca le hacía todo tipo de cosas a mi cuerpo.

Bajé el arma, le coloqué el seguro, la arrojé sobre la cama, y estiré el otro brazo, con la palma levantada para callarlo, mientras me levantaba y me dirigía al baño.

—¿Dónde está tu amigo Tatiana? No me digas que se asustó.

Me detuve en la puerta del baño, sin voltear a verlo. —Claro que se asustó, debe estarlo consolando Sammy.

—¿Sammy?

Sentí levantarse mis mejillas. —Su esposo.

Xander soltó una carcajada mientras yo entraba al baño.

Una vez que hice mis cosas de chica y eliminé el olor matutino de mi boca, salí a enfrentarlo.

Pero él ya no estaba.

Caminé hacia la sala, y lo último que esperaba ver, fue el escenario escarlata que llenó mis ojos.

Todo el lugar estaba lleno de tulipanes rojos.

Sus brazos me envolvieron desde atrás, escondiendo su cabeza en mi cuello. Lo sentí inhalar con fuerza.

—Carajo, como te he extrañado —musitó— me atrapaste con ese truco, pequeña alborotadora.

Mi cuerpo estaba arrojando montones y montones de cálidas sensaciones, por fortuna, mi cerebro era más listo. —Bonito, pero no lo suficiente para perdonarte. —Y me arranqué de sus brazos—. ¿Cómo pudiste entrar?

—Hiciste demasiado para llamar mi atención cariño, ya me tienes aquí, pero ¿no me quieres?

Ignoré su destellante tono seductor. —Xander, ¿cómo entraste?

—Te conozco Febe.

Eso detono algo en mí. Se rompió mi casi nulo control.

Caminé hacia él, pinchando con mi pulgar su pecho.

—Tu ya no me conoces Xander Costello, me abandonaste hace mucho tiempo, conociste a la niña ingenua que te dio su virginidad, no me conoces ahora.

—Y, sin embargo, logré romper tus códigos, aunque acepto que me demoró bastante —su sonrisa ladeada destellaba en su rostro.

Sentí rodar mis ojos por su coquetería. Me encantaba porque era tan él…

Aghrr… no puedo ablandarme tan rápido.

Le di mi mirada más fulminante.

—Tatiana, estaba haciendo lo correcto, dejando que vivieras tu vida sin…

—¡Sin ti! Me dejaste en esa cama de hospital, ¿para qué? ¿Para hacerte sentir mejor con un auto sentido de nobleza?

—Yo…

—Y no me dejaste por completo, ¿o sí? Te sentí todas las veces, acechando.

Se acercó tanto, que me acorraló cuando mi espalda tocó una pared. Sus manos envolvieron mis brazos, su toque enviaba deliciosas vibraciones a mi cuerpo.

—Dejarte es lo más difícil que he hecho en toda mi vida, pero fue lo correcto —su voz estaba llena de solemnidad y dolor—, Tatiana, sé que fue lo correcto.

—¿Lo sabes? Porque suena como si estuvieras convenciéndote a ti mismo.

Su mirada bajó un poco. —Lo hice, todos los días me decía que era lo correcto, que no debía intervenir en tu vida, y cuando llegó el punto en que ya no podía convencerme, yo…

Negué, volteando mi rostro. —Tardaste demasiado.

—Tatiana…

—¡Fue demasiado! Me dejaste cuando mas te necesitaba, los dos hicimos un bebé, pero yo fui quien se rompió, tu me dejaste en pro de integridad y heroísmo para proteger una pseudo inocencia, no estabas ahí, no lo estabas…

—Lo hice —susurró—, estaba ahí, en la misma azotea que tu ese día, estaba por salir de las sombras cuando te detuviste, le prometí a tu prima que mantendría las distancias, y lo hice, lo mejor que pude, pero siempre estuve ahí, cuando lloraste por primera vez en aquel parque al ver al bebé y asustaste de muerte a la madre, cuando te emborrachaste y misteriosamente terminaste en cama acobijada después de vomitar todo el bar en tu baño, cuando salías de terapia, estuve ahí.

Es muy probable que mi boca estuviera muy abierta en ese momento, siempre lo sentí, pero la mayoría de las veces creía que era mi imaginación jugando con mi desesperación.

Y el estuvo ahí, en esos momentos donde fui demasiado débil…

—¿Katya sabia de esto? Ella te obligó…

Negó con su cabeza sin dejar de mirarme. —No, no me obligó a nada, pero hubo paz tras mi promesa, desde ese día en el hospital.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.