Kamari.

I

Les recuerdo que este es un borrador, en caso de que encuentren errores de ortografía. 


┌─────── ∘°❉°∘ ───────┐

El olor a frutos frescos llenó mi olfato, balanceé mi cuerpo hacía adelante ladeando la cara un poco, estiré las piernas para luego abrazar la rama gruesa que me estaba sosteniendo, me incliné más y dejé que mi mejilla tocará la madera fina del árbol.

El sol me acarició la frente y parte de la mitad del rostro. Respiré tranquila antes de escuchar al lobo gruñir, el lugar tembló obligándome a enderezarme mientras colocaba la flecha en el arco apuntando hacía la izquierda en línea recta.

Yo estaba en uno de los árboles que simulaban ser un pasillo por el sendero del bosque embrujado, aunque de eso no tenía nada.

Un cuerpo venía corriendo rápido, acercándose a mí, usando magia para aumentar la velocidad con alguna hechicería únicamente de los seres del bosque, de las serpientes blancas, animales con sangre negra usada para correr sin ser captado.

Pero esa no era una serpiente blanca, era un ladrón pisciano probablemente, tomé aire por la nariz con lentitud y disparé la flecha dándole en uno de los tobillos.

Azar, mi lobo, gruñó.

Había cuidado a la criatura desde que la encontré, cuando era tan solo una cría, con una madre muerta. Su pelaje negro brilló bajo la luz solar, resaltando la melena y los ojos pistacho, le mostró los dientes al pisciano que estaba debajo de una capa roja arrodillado sangrando.

De un brinco llegué a la vegetación, acercándome a lo que había capturado que intentaba moverse. Le quité la tela que cubría su rostro y él alzó la cara mostrándome su naturaleza.

Pareció tan sorprendido como yo, no era un pisciano sino un valkiriano. Sus pupilas negras me analizaron, la piel pálida como la de la luna estaba manchada, él sangraba, su cabello negro azabache tenía barro y apretó los dientes mostrándome los colmillos superiores.

—¿Qué hace un valkiriano por estas tierras? —pregunté mirándolo fijamente.

—Una pisciana hubiese sido fácil de matar, incluso estando colgada en ese árbol—enterró las uñas afiladas en el pasto— pero tu no eres tan diferente a mí, hueles como yo.

—No soy como tu—endurecí el rostro.

—Claro que no—se sostuvo la herida— bastarda valkiriana.

Saqué la flecha de su tobillo haciéndolo sangrar más y gritó. Iba a mandarlo al carajo, mandarlo al estomago de Azar, pero entonces noté algo brillante en una bolsa de cuero remendado, que era imposible de conseguir.

Una corona.

—¿De dónde la sacaste? —volví a interrogarlo señalando el objeto— ¿a quién se la robaste?

—No te importa.

Enterré la punta de la flecha que había sacado anteriormente en la mano que tenía apoyada en el suelo.

—A mi lobo no le haría mal una merienda hoy, la sangre de los ladrones apesta.

Apretó los dientes mirándome.

—¿A quién se la quitaste?

—Vete al carajo, bastarda.

—Azar—lo llamé canturreando y me aparté logrando que el valkiriano intentará tomarme el tobillo— no puedo decirte que será rápido porque... no lo será. Es un lobo de veneno, ya sabes como termina este cuento.

—¡Espera! —suplicó y enarqué una ceja— ¡no dejes que esta cosa me coma!

—No te va a comer. Solo te hará sentir mucho dolor hasta quedar paralizado.

—¡Eso no me ayuda! —se arrastró más y el lobo agachó el hocico— ¡A un carruaje real! ¡Se la quité a una dama de un carruaje real!

—¿Carruaje real?

—Traen invitados—aseguró temblando—herí a un guardia del carruaje y le robé las joyas a las damas, junto a una bestia y le quité el pelaje.

—¿El pelaje de una bestia?

—¡Ayuda! —se agitó casi que llorando cuando Azar volvió a abrir la enorme boca.

—Azar—suavicé el tono y el lobo se detuvo.

—¿Qué pelaje?

—El de otro lobo como este, una cría—hizo una mueca arrugando la nariz, en modo de disgusto—darían el doble por sus colmillos.

—¿Mataste a un lobo de su especie?

—Era pequeño.

—Idiota—mascullé.

—¿Eh? —frunció el ceño— el lobo era una cría, me sirve más a mí que a ellos...

Azar entendía, no solo los comandos, sino el significado y le mostró los dientes abriendo la boca para rugirle haciéndolo gritar.

—¡Por amor a la madre luna! —se acostó totalmente y cerró los ojos lloriqueando—me arrepiento de todo, mátame de una vez y no dejes que el dolor me dejé paralítico.

—No estás muerto—me acerqué acariciándole el pelaje al lobo—. Tranquilo, chico.

El valkiriano parpadeó confundido mientras el lobo se alejó bajando un poco las orejas con pelos verdes.

—¿Le hablas a la bestia?

Le pisé la herida y se quejó.

—¡Lo siento!

—La única bestia que veo aquí eres tú. ¿De quién era la corona?

Él soltó un suspiro de irritación.

—Yo qué se. Parece ser de alguien de la realeza, quizá un invitado...

Entonces pensé, eso me podría cambiar los últimos días de no haber comido nada, pues en el bosque de las tinieblas no pasaba ningún animal y prender fuego era imposible por la humedad de los arbustos.

Si iba con el Vendedor, él podría darme las monedas de oro para comprar alguna propiedad y esconderme allí. Y la verdad que me maravilló la idea.

—Me la quedo.

—¡La he ganado yo!

—Eso debiste pensarlo antes de meterte en estás tierras matando a una serpiente blanca para conseguir su magia. Además, no la necesitas, yo sí.

—Estás demente cuidando a esa cosa... lobo...

—La flecha tiene veneno, cortesía de Azar—me arrodillé para tomar la bolsa con comida y otras tonterías como joyas, pasé mi vista al valkiriano herido y le tiré los anillos de la realeza antes de raparle la capa roja y ponérmela encima de los hombros— quédate esas tonterías, no las necesito, créeme que le daré un mejor uso a la corona que tú.




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