Kamari.

II

Capítulo largo de entrada <3

 

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Quería matar al que había herido a Azar, pero no podía devolverme. Noté un ave verde, con las plumas brillantes, un mago, si eso era. Los magos ven mediante los animales. No perdí el tiempo al apuntarle y derribarlo de un tiro.

Si no me los quitaba de encima le diría adiós a vivir lejos con mi lobo y le diría hola a la horca.

Mi cuerpo chocó con el del lobo cuando frenó en seco, había un río, crecido, pero los galopes eran más intensos, mucho más y Azar saltó con las fuerzas que tuvo, mojándose las patas mientras que los caballos de la guardia real se quedaban quietos.

Solté una exhalación frustrada por mi lobo cuando se agacho sin fuerzas. Bajé y él se derrumbó.

—No te duermas, Azar—le pedí maldiciendo mientras me quitaba la capa para hacerle presión en la herida—venga, chico.

El lobo parpadeó, pero el esfuerzo se fue a la basura, más cuando me tomaron del brazo doblándolo hacia atrás haciendo que me quejara con fuerza y me removí, sin embargo, me tenían inmóvil.

—¡Suéltame! —gruñí entre dientes cuando empuñó la espada colocándola en mi cuello.

—Tengo a la pequeña ladrona, mi señor.

El comandante real se quitó el casco dejando su rostro a la vista, quitándome el maldito aliento de paso.

Su cabello oscuro corto se movió con el viento, me analizó con la expresión fría en la cara, era muy alto y robusto, tanto que quise desaparecer cuando dio otro paso hacía mí.

Un caballero alto de la realeza es de temer, sus ojos rojos me observaron por un tiempo, tenía una expresión que no me decía nada, no sabía si me iban a matar ahí mismo y solo me centré en ese carmesí de su pupila hasta que Azar lloró cuando un soldado le tocó la herida.

—¡Donde lo dañes, te mato! —lo amenacé y frunció el ceño.

—No sabía que los salvajes se relacionaban con otros salvajes— soltó el pelirrojo poniéndole un pie en la pata del lobo.

—¡No lo toques!

—Al palacio, el rey tendrá que verla—mandó el líder quitándome la corona de la mano.

—¿Y la bestia?

Él hombre volvió a mirarme después de analizar al lobo.

—Sanará.

—¿Y está de aquí? —me señaló el pelirrojo y gruñí de nuevo.

—Tengo un nombre, es Kamari.

—Al lobo lo dejamos, a la ladrona nos la llevamos.

—No lo apartes de mí—le pedí casi en un murmullo—no sanará, necesita medicina.

—¿Por qué no lo pensaste antes de robar la corona?

—No la he robado, lo juro...

—Oma— se acercó más y hundí las cejas.

Un hombre se dejó ver saliendo de una nube verde gigante, era de mi misma altura, con el cabello azulado y los ojos rubí.

—Lo de mi ave fue muy poco cortés— dijo acercándose.

—No lo dañen—el pánico me avasalló los sentidos cuando dos caballeros se le acercaron— ¡No lo dañen! Azar, levántate...

—¿Le tienes nombre? —se burló el pelirrojo.

Lo ignoré centrando mi mirada en el lobo mal herido.

—Esperen, por favor—le supliqué al líder de nuevo—diles, diles que no lo dañen.

Se quedó en silencio.

—¡Por favor! Conozco la condena por robo a la realeza, pero no la robé yo.

—¿Entonces cómo la conseguiste?

—Se la quité a un valkiriano— mis ojos ardieron cuando uno de los caballeros le quitó la manta roja llena de sangre— ¡Diles que no lo toquen! Le tiene miedo al sonido del acero.

—Arrodíllala.

Me hicieron arrodillarme y comencé a moverme con más fuerza.

—¡No lo toques! —seguí al ver como intentaban levantarlo haciéndolo sangrar más.

Rompí en llanto al escuchar a Azar chillar del dolor, ni moverse podía.

—No por favor, no le hagan daño...

—Basta—el hombre intervino logrando que los caballeros se retiraran y se agacho para verme a la cara—. ¿Dónde está ese valkiriano?

—En el bosque... —señalé sentándome del todo en el pasto—está herido.

—Búsquenlo— mandó sin quitarme los ojos de encima.

El mago se acercó al lobo que ya no se movía y le colocó una mano encima liberando esa magia verde del reino primaveral. Aquella que los distinguía de las demás estrellas. Se enderezó al igual que el líder de la realeza y entonces me miró.

Sus ojos saltaron de mí al caballero real que seguía de pie mirándome. Al tiempo los demás llegaron en caballos con el cuerpo del valkiriano.

—Nos atacó.

El mago le dijo algo al líder de los caballeros que sostenía el casco bajo su brazo, él respondió mientras me ponía de pie.

De repente, cadenas aparecieron en mi cuello y en mis manos, fue en un parpadeó cuando el mago chasqueó los dedos diciendo algún tipo de cosa entre dientes y de pronto apareció una especie de agujero debajo de mis pies que me hizo pegar un grito.

Mi pie se dobló y caí sobre algo muy frío, miré donde estaba sentada y noté un piso, blanco como si fuese cristal, podía incluso ver mi reflejo, las orejas puntiagudas con varias cicatrices y mi rostro manchado.

Repasé el lugar levantando la mirada, estaba en el palacio, sí. Había guardias por todo lado, cerca de cada muro, con las lanzas reales plateadas rectas, sus trajes llevaban un azul noche que los diferenciaba de cualquier ejército, las paredes eran muros altos en piedra blanca con algunos ventanales que daban formas, por donde entraba la luz.

Me levanté sin hacer muecas pese al dolor en mi pie izquierdo.

—Con el tiempo te acostumbras a no caerte, es después del quinto transporte—una voz masculina resonó por todo el lugar y de repente vi como los soldados que me habían llevado se agachaban colocando una rodilla en el suelo y la mano contraria sobre la otra.

Miré hacía delante, donde se hallaba un hombre con el cabello oscuro, un poco largo y rizado en el trono.

Era Lortenthot, el rey de las siete tierras tenía el traje real, pantalones y camisa blancos, junto a collares de oro y plata hecho de magia de sirena, sus botas estaban elaboradas en acero puro, tenía una correa de cuero en la cadera y una capa azul le decoraba los hombros.




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