Kamari.

IX

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Después de la fiesta me volví a meter en mi habitación, me disculpé con Gwynn diciéndole que me sentía agotada, aunque en verdad lo que estaba era dolida y eso lo pude sentir calándose hasta mis huesos cuando lloré en silencio, tenía rabia, una ira descontrolada y hacía Craven y hacía mí.

Porque no había sentido tanto miedo como ahora, porque tenía un pánico irreversible en que las palabras del caballero fueran ciertas, me lo merecía, había sido horrible, solo que no sabía cómo actuar luego de eso.

Al día siguiente esperaba no tener que salir de la cama. Me puse agua camuflando los ojos agotados y rojos ocultando lo afectada que había estado la noche anterior, como pude me levanté y salí para ver a la reina quién tomaba té en el comedor.

Para mi desgracia Craven estaba ahí.

—Buenos días—me saludó la reina y solo asentí en su dirección—. ¿Ya comiste?

—Sí—mentí.

—¿Cómo la pasaste anoche?

—Bien.

—¿Te divertiste?

—Sí.

Ante mis respuestas monosilábicas ella decidió volver a hablarle a Craven mientras yo clavaba los ojos en la mesa, esperando órdenes.

El día pasó rápido y en cuanto llegué a mi habitación me acosté, no había comido nada, no tenía hambre.

Los siguientes dos días me limité a contestar lo debido y comer un pan casi que disecado, Faye no se demoró en notar que mi cara empezó a volverse pálida, además creo que Ivory notó que le había tirado mi plato a los animales.

Fue en la cena, me mantuve de pie hasta que mis plantas dolieron y Gwynn estaba atendiendo al rey, ocupada, le mentí en la cara durante dos días, me sentía mal por hacerlo, pero estaba convencida de que me sentiría aún más patética intentando explicárselo.

Faye comía a gusto con Onyx y con Craven quién comentaba cosas que los hacían reír y yo servía el vino cuando se acababa.

—¿Quieres sentarte? —me preguntó ella.

—No.

—¿Por qué le tiraste la comida está tarde a los perros? —indagó y no la miré.

—Parecían mas hambrientos que yo.

—Ya se habían alimentado, mi deseo es que comas.

—La próxima vez les daré de comer, luego los meto a la estufa y me los como para cumplir sus deseos, su majestad.

—No es gracioso.

Me encogí de hombros. —Perdone, es un humor que tratamos en Valka.

—¿Te sucede algo?

—No.

—¿Puedes contestarme algo más que un no, si o un como ordene?

—¿Qué quieres exactamente que te diga?

Ella parecía afligida y Craven se dio cuenta interfiriendo.

—Respóndele bien—me ordenó—ella no te ha hecho nada, es la reina intentando hacer que estés bien mientras tú te empeñas en comportarte así.

—¿Cómo? ¿Cómo una bestia asesina? —me erguí más y él cerró la boca—disculpa, se me olvidaba que daño todo lo que toco, no me exijas más o por lo menos inténtalo, sabiendo como soy.

—¿De qué hablas? —me cuestionó Faye— no eres ninguna bestia.

—Soy valkiriana—gruñí.

—Pensé que te habías adaptado o por lo menos que lo tomaste en cuenta.

—Una estúpida charla no hace que me sienta en casa.

—Ten cuidado como le hablas—siseó Craven— es tu reina...

—No es mi dueña, pero no le debo amor, ni respeto.

—Le debes la vida.

Él se tensó de inmediato cuando lo miré.

—¿Me lo dices a mí o a ti? —cuestioné observándolo con frialdad— ¿Tú también se la debes? ¿O es un pacto de amantes?

La reina hundió las cejas y él fijó sus ojos en mí.

—¿De qué habla? —preguntó Faye a Craven—¿cómo que amantes?

Parecía desconcertada y eso me hizo apretar mis manos en puños.

—Es mi hermana menor—soltó él, entre dientes y me sentí estúpida.

Onyx parecía contener la risa ganándose una mirada de pocos amigos por mi parte.

—No sabía que en esta familia practicaban incesto, lo siento.

—Cierra la boca—se levantó Craven mirando a Faye por un breve segundo— me retiro con ella... debo hablarle de un asunto importante.

Asintió y jure que era como si se estuvieran comunicando sin hablar.

Craven me tomó del brazo con fuerza y no hice ningún ademán en soltarme cuando me llevó hacía un lugar apartado, no era mi alcoba, de hecho, quedaba lejos. Me empujó una vez llegamos y entró cerrando la puerta a sus espaldas.

—Si te vas a desquitar con alguien, hazlo conmigo—se acercó a mí furioso—a mi hermana no vas a meterla en este lío.

Miré la puerta sin decir nada.

—Habla.

—No tengo nada de qué hablar—lo miré, confusa.

—Si, si tienes, saca ese maldito veneno que tienes en contra de mí.

—¡Yo no tengo nada contra ti!

—¡Lo que hiciste allá abajo! —me señaló— ¡es la prueba de que me odias a muerte! ¿Piensas que no me doy cuenta? ¿Qué lastimaste a Faye solo para molestarme?

—Yo no hice tal cosa...

—Lo hiciste—me interrumpió—sabías que se estaba esforzando al igual que Gwynn para hacerte sentir bien, de otra forma no te hubieran dejado salir el día de la fiesta y solo le contestaste cortante, porque el látigo de la indiferencia es tu castigo hacía otro ¿no es así?

—¡Mi intención no era lastimarla! —enfurecí—. ¡Además, si me hubieras dicho que era tu hermana en vez de seguirme la corriente con lo de la amante...!

—¡Lo habrías hecho igual!

—¡No! —lo empujé cuando se acercó más haciendo que apretara la mandíbula— No lo habría hecho, de ninguna manera, a ti por el contrario te habría ignorado por el resto de mis días.

—Bien, escucha—se me atravesó al verme intentando irme de ahí—. Ya hablaste tú, ahora es mi turno.

—¿Qué? —lo miré con aburrimiento.

—Iba a pedirte disculpas de igual forma. No estuvo bien lo que dije el otro día, nada de eso era cierto, dije malas cosas, fue un momento de rabia porque pensaba que quizás habías tirado todo por la borda hablando con Muhammad, que le habías contado lo de los valkos y la magia roja...




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