Kamari.

XII

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Oma volvió a los días, no recuerdo exactamente con cuantos hombres, pero estoy segura de que la cantidad triplicaba el ejercito principal del rey Lortenthot.

Craven venía entre ellos con cinco hombres más altos que portaban vestimentas rojas, noté como bajó con varias manchas de sangre en la cara del caballo, se acercó a la reina repasándola de pies a cabeza.

—¿Todo en orden? —preguntó su hermana y él asintió con la cabeza antes de mirarme.

—Tu marido viene detrás—señaló logrando que ella no estuviera tan tensa, para luego pasar los ojos a mí—. Necesito hablar contigo, a solas.

Miré a la reina que enarcó una ceja en dirección a Craven para luego dar un ademán.

Seguí al soldado hasta su carpa, empezó a quitarse la armadura y luego me miró.

—¿Estás esperando a que tengamos sexo o qué? —solté cuando se me acercó sin expresión alguna—. ¿Qué quieres?

—¿Por qué tan reacia?

—Craven—siseé.

Elevó una comisura mostrando la burla cada que me sacaba de quicio.

—Moveremos al pueblo de este lado, el aprendiz puede hacer muchos más escudos e impedir otro ataque— me dio la espalda desabrochando sus pantalones—, por otro lado, nosotros iremos al norte, necesitamos irnos de aquí, ya que Oma logró hacer un cambió en la sangre de un valkiriano que capturamos.

—¿Otro?

—Sí, está vivo, y necesita que pruebes directamente de la sangre. El rey estará con nosotros.

—Tu hermana está débil—comenté logrando que se tensara— supongo que ya lo sabes, sin embargo, creo que lo más coherente en está situación es que, su marido se quede con ella.

—Lortenthot es un soldado raso—se giró acribillándome con los ojos— si las cosas se salen de control puede protegerte.

—Yo me protejo sola.

—Una cosa es lo que piensas y otra...

—Y otra la que no has visto—lo interrumpí malgeniada— ese día defendí a la reina de algo que pudo ser inevitable, necesito que entiendas que aquí la que menos necesita protección soy yo.

—Y yo necesito que tu entiendas que eres lo único que puede salvar esto—volvió a decir— ¿entiendes? Tú eres el último recurso que tenemos, para desgracia de todos.

Me quedé callada por unos cortos minutos.

—Iré con veinte soldados más si quieres, no escucharás una queja de mi parte y prometo hacerte caso— pasé saliva intentando aliviar el hecho de que estaba haciendo de lado a mi orgullo—, pero, deja al rey aquí, con ella.

—¿Por qué estás tan preocupada por mi hermana?

—Estoy cumpliendo con mi papel.

—¿De esclava?

Gruñí y él soltó una risa pequeña.

Craven no solía reírse conmigo, de hecho, nunca lo hacía, solo para burlarse cosa que provocaba un ladrido rabioso en mi interior.

—¿Debo saber algo más? —cuestioné y él me miró con el cejo fruncido.

—¿Algo más?

—Algo sobre los valkos.

—No—se enderezó repasándome de pies a cabeza— te ves como una mujer, que milagro.

Tomé una de las copas que se mantenían en el piso vacías y se la tiré a la cara haciendo que se riera con más fuerza mientras yo salía maldiciéndolo.

Oma nos informó lo que pasaría, nos transportaríamos al lugar donde el mago tenía al valkiriano.

—Entren—señaló una vez la energía se dibujó debajo de nuestros pies.

El portal nos llevó hasta la casa del mago.

Los tres nos quedamos perplejos, el lugar que antes parecía un santuario ahora estaba... destrozado, el muro, se había quebrado y la poca magia que los tres sentíamos flotar en el aire lo sostenía. Craven se llevó las manos en automático a su espada mientras mi corazón latía con fuerza.

«Azar»

El mago activó un escudo alrededor de nosotros.

—¿Qué pasó...?

—Silencio— Oma alzó la voz.

Algo movió el piso debajo de nosotros, vi como de los lados salieron seis valkos, apreté los labios y Craven me observó por un breve instante antes de bajar una daga al suelo y patearla en mi dirección.

—¡De pie! —mandó un valkiriano cuando me agaché— Bastarda.

Recogí la daga sin hacer caso y luego vi como alzó una de sus manos haciendo que la magia roja se expandiera por el suelo acabando con la poca que había de Oma.

Diles, que pueden rendirse ahora o morir en el intento— escuché una voz en mi cabeza y de inmediato miré al mago.

Empuñé con mucha más fuerza la daga hasta que la energía roja golpeó con fuerza y quebró el escudo de protección.

El mago cerró los ojos y yo me tensé cuando el escudo comenzó a tornarse de un color escarlata.

—Oma—siseó Craven una vez lo que nos protegía se rompió como un trozo de vidrio y los valkos comenzaron a caminar hacía nosotros.

Coloqué mi espalda recta girándome hacía las dos criaturas que caminaron en línea recta observándome.

—Oma, espero que tengas algún plan— susurré preparándome para lo que se avecinaba.

—Cúbranme la espalda.

—¿Qué?

Uno de los valkos uso magia para tumbar a Craven y me moví corriendo antes de tirarme al suelo barriéndole los pies para lograr tumbarlo, pero no pude pues la energía me levantó escudriñando en mi mente y tirándome al suelo en cuestión de segundos.

—¡Oma, deja de rezar y ayuda! —le gritó el soldado y al cerrar los ojos el tiempo se detuvo.

Sentí como la piel de mis brazos se desprendía, apenas si logré parpadear viendo como la magia del pisciano subía hasta mis ojos y algo en el fondo de mi mente se abrió.

Vi a una valkiriana dar a luz mientras su pareja la sostenía, pero el bebé nació muerto.

Tanto padre como madre comenzaron a descargar la ira en lo que parecía eran los recuerdos de un valkiriano. Mis ojos captaron cada cosa, cada etapa de la vida y luego... luego un ejercito de valkos provenientes de mi estrella.

Triplicaban el ejercito de Ryby, centinelas y millones de soldados tenían los ojos de un color carmesí fuerte.




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