Kamari.

XIX.

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Faye de alguna manera lo había hecho.

Justo lo que Nala pidió.

La luna llena decoró el cielo, avivando el aullido de los lobos, incluido el mío. Oma salió con Craven detrás, Nala silbó y Faye se quedó quieta cuando nadie habló.

—¿Qué hace? —le pregunté a la reina.

—Llamando a los refuerzos.

«¿Refuerzos?»

Mi espalda se enderezó cuando escuché golpes en el pasto, observé a Craven quién estaba tranquilo y luego vi como cuatro caballos llegaban. Moví los hombros hacía atrás mientras el mago le entregaba las armas a cada uno.

—¿Todavía sabes usarla? —se burló de Nala quién forzó una sonrisa antes de blanquear los ojos—. Solo es una broma.

—Guárdalas para ti, Oma.

Llegó delante de mí quitándose la correa de cuero negro del hombro y entregándome lo que guardaba las flechas.

—Son de hierro— comentó y anclé mis ojos el arco en el momento en que me lo mostró. Fino, brillante, antiguo—. Para ti.

Mis manos temblaron por un instante, sujeté el arco sintiendo el frío recorrer mi tacto. Acomodé la armadura y luego le silbé a Azar quién se mantenía a un lado, con los ojos brillándole en la oscuridad.

Se sentó, permitiéndome subir a su espalda. Esperé aún con el arma en la mano, medía por lo menos todo mi torso, era increíble.

Le acaricié el pelaje a mi lobo viendo como cada uno subía a su caballo. Oma se puso al frente con su caballo y empezó a guiarnos.

El bosque era gigante y según el mago, debíamos atravesar la gran Muralla para poder llegar al abismo. Lo primero que hicimos fue escabullirnos entre la vegetación, en la oscuridad, solo con las luciérnagas guiándonos.

Al principio pensamos que íbamos en círculo. Nos preocupamos, ya que, teníamos comida en las bolsas, armas y vino, sin embargo, eso se nos agotaría. Los caballos estaban exhaustos y el bosque se tornaba con las horas más y más grande, creímos que no estábamos haciendo nada y luego, dos lunas después, hallamos una fuente, que conectaba con un río.

Había especias de todo tipo, hojas cortas y largas, anaranjadas, los pinos gigantes decoraban desde la raíz hasta el cielo y la niebla nos rodeaba los pies.

—Descansemos— indicó Craven y accedimos para coleccionar agua.

—¿A dónde vas? —pregunté viéndolo dejar su espada— y sin armas.

—Relájate, este terreno es seguro, monté un par de veces, lo conozco como la palma de mi mano, lo tengo controlado.

Nala bajó con Oma para observar el mapa. Yo me quedé sobre Azar antes de mirar a Faye que parecía pálida, su barbilla temblaba y entonces, bajé de la espalda de mi lobo para caminar en su dirección.

—¿Qué sucede? ¿Tienes frío?

—Estoy un poco cansada, eso es todo...

—No luces bien— miré su piel, erizada y fría.

Miré a mi lobo y luego a Faye de nuevo.

—Baja—le indiqué— No hemos dormido tanto, venga, baja ya.

Ella bajo las piernas del caballo que caminó hacía el agua, dispuesto a beber. Su cabello rojizo estaba escondido bajo la capa larga verde.

—Ven—le extendí mi mano y ella la tomó.

Suspiró y el humo salió de su boca, haciendo que le temblaran los labios. Acaricié el pelaje de Azar, ordenándole sentarse en el suelo y él obedeció.

—Acurrúcate con él—dije y ella dudó— es caliente, su pelaje te hará dormir. Buscaré comida.

Faye asintió y noté como se sentaba cerca del lobo, acercó su mano al abdomen del animal que movió la cabeza, asustándola, aún así, ella la colocó, intrigada y suspiró. Azar se relajó con el tacto de la reina, dejando que se acostará a su lado.

Busqué a Craven con los ojos, sin embargo, no estaba. Solté una maldición entre dientes, el lugar estaba helado, cada que subíamos más frío se hacía.

—Iré a conseguir hojas— les avisé y Oma asintió mirando a Faye, que ya estaba dormida.

Acomodé mejor el arco en diagonal, sobre mi pecho. Coloqué la capota sobre mi cabeza, mirando hacía el cielo, un par de ocasiones, cuando sombras de aves pasaron sobre mi cabeza. Seguí el agua, mirando el camino de rocas que lo rodeaba.

Pasé la pequeña fuente de agua transparente antes de encontrar una serie de arboles llenos de frambuesas. Recogí varias, poniéndolas en el bolsillo de mi vestido, la garganta de pronto me picó, «sed». Me acerqué al agua, colocando las manos y vi mi reflejo.

Cabello negro, ojos rojizos, cicatrices en el cuello y...

Un sonido hizo que las puntas de mis orejas se levantaran. Giré la cara sintiéndome extraña.

«Sangre» Un olor a sangre me avasalló el olfato, no era de valkiriano, pues no tenía el mismo aroma que el mío. Tomé el arco, sacando una flecha de hierro, sintiendo el peso, la acomodé. Una sombra pasó cerca de un árbol corriendo y no dudé en disparar, dándole al tronco.

—Demonios—me moví hacía el arbusto, sacando otra flecha y al apuntar veo el rastro de sangre.

Es roja.

Mis ojos se paralizan en los charcos.

—Craven— murmuré para mí, sintiendo un pinchazo de dolor. —¡Oma! ¡Nala!

El rastro se perdía detrás de un roble tumbado y entonces, escuché un grito ahogado, lo que hizo que mirará hacía arriba.

Craven se estaba removiendo con fuerza, intentando zafarse de una trampa silenciosa hecha con lianas, tenía un paño en la boca. ¿Qué cojones?

Siguió intentando gritar removiéndose y luego escuché una espada. Apreté la flecha dándome vuelta, lanzando una patada adelante dándole a una persona bajo una manta. Le barrí los pies, intenté tumbarlo, pero fue más rápido dándome una patada en el vientre, mientras él empuñó la espada con ambas manos, levantó los brazos, listo para matarme.

Me protegí con lo largo de la flecha cayendo al piso.

Me levanté esquivando el siguiente ataque, desenfundando mi daga y enterrándola en su pierna haciéndolo caer.




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