Kamari.

XXII.

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Al amanecer, observé a Nala en silencio, el viento movía algunos mechones marrones de su cabello. Nos habíamos quedado toda la noche hablando, había escuchado cada una de sus historias y en ese momento me acordé de Gwynn y Ryan. Mi pecho se apretó al saber que, si no estaban muertos, que era lo más probable; eran los esclavos de Valka.

El caballo y mi lobo estaban descansando a un lado.

Craven tenía los brazos sobre el pecho, cruzados, se había quitado la armadura y ahora solo llevaba su camisa desapuntada. Estiré los pies, tocando la manta y luego me levanté sin hacer ruido. Busqué mi arco y las flechas que se habían salvado del Valle.

Una mano sujetó mi antebrazo e instintivamente miré al que tomó mi extremidad. Él parpadeó mirándome.

—¿A dónde irás?

—Quiero ver que nos espera— señalé uno de los árboles que estaba al borde del camino hecho de piedra— ¿Vienes?

—¿Quieres escalar un árbol? —arrugó las cejas y asentí. —¿Sabes cómo amarrarte una liana a la cadera?

—No— deje que se levantara para darle la espalda—. Lo hago sin lianas.

—Estas loca.

Me acerqué al árbol alzando la cara, no era tan alto, quizás tres metros y medio.

—Necesitamos lianas— lo escuché decir cuando apoyé mi mano en la madera fina y luego estiré la mano hasta alcanzar una rama larga— quizá si corto un trozo de tu falda…

—¿Quieres que te preste mi falda, Craven? —lo miré por un instante antes de apoyar los pies en el tronco, escalándolo, me sostuve de las ramas más gruesas. Una vez parada en la rama firme lo miré, seguía quieto, evaluándome— ¿Vienes o necesitas mi vestido?

—Que graciosa— tiró la espada a la vegetación y apoyó los pies justo donde yo lo había hecho.

Seguí subiendo, tomando las ramas gruesas con mis manos, para sujetarme y luego subir con los pies apoyados en el tronco, que cada que avanzábamos él parecía resbalarse y me detuve cuando noté el lugar desde lo más alto del árbol.

—Mira— le dije, señalando hacía dónde deberíamos ir— allá empieza de nuevo la niebla, no lo entiendo.

Bajé la mirada y observé como intentó subir sin tocarme. Le extendí la mano y él la tomó apoyando la otra en la rama. Su cuerpo se pegó al mío, pero al parecer él no le dio mucha importancia, apoyó una mano arriba de mi cabeza acercándose y supuse que era debido a que intentaba ver.

—¿No se supone que allá debemos ir?

—Se supone—murmuró y medio me giré logrando que bajara la mirada a mis ojos—. ¿Qué? ¿Recordando cómo te encanté desde el primer momento?

—Si—respondí logrando borrarle la sonrisa de imbécil que tenía—. De hecho…

Ladeé mi rostro acercándolo al de él y se quedó quieto, con los labios entreabiertos.

—Creo que estaba pensando en… — lamí mi boca—lo bien que se sentiría besarte, ahora mismo. Nosotros, solo siendo nosotros, viéndonos.

Apoyé un costado de mi cara en la suya, la barba me picó la piel, aun así, lo sentí dejar escapar aire por la nariz.

—Yo lo veo, el universo que eres, luz y oscuridad. Tu sequía y tu riqueza. La dualidad que se pega a la mía.

—Kamari…

—Como dos magnetos.

El pecho me latió con fuerza, había algo mal conmigo. En aquel momento, todo era una pequeña broma para molestarlo, pero dentro de mí no se sentía como eso, quizá me sentía atraída hacía él y a ese punto, no me parecía riesgoso, ese era el problema, que yo no sabía que, tal vez, dichas palabras eran verdad.

Dejé un beso en un costado de su mandíbula y se tensó.

Él se quedó quieto y eché la cabeza para atrás observando su expresión antes de soltar una carcajada, al verlo pálido.

—¿Estás respirando, Craven? —me seguí riendo y él exhaló.

—Joder, pensé que era verdad.

—¿Quién dice que no? —enarqué una ceja y él me dio una mala mirada. —Vale. Creo que deberíamos bajar de aquí. ¿Quieres sostenerte de mí falda?

—Amaneciste con el humor despierto.

—Venga, baja ya— señalé con mi barbilla hacía abajo y extendió su mano para que no me cayera.

Bajamos e ignoré la sensación en el pecho que se extendió hasta mis extremidades.

No lo amas, Kamari.

No, pero en algún punto, podría llegar a hacerlo y ese era el error abismal; no podía dejar que sucediera, porque yo ni siquiera sabía que significaba amar.

—¿Qué demonios estaban haciendo? —Nala se me acercó y miré Craven que terminó de bajar—. Pensé que habían traído comida.

—Estábamos mirando que había hacía el lado dónde debemos ir—respondí.

Ella abrió la boca para decir algo, pero luego la cerró arrugando las cejas, alternando los ojos marrones entre el soldado y yo. Fruncí el ceño y ella se acercó.

—Parece que el árbol libera olores— miró el pino y luego a mí—. Vainilla y almendra.

—¿Así huele?

—Sí— pasó sus ojos a Craven, y quizá desde mi perspectiva, lucía algo sonrojado— debemos avanzar. Antes de que los valkos nos alcancen.

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Mi estomago dolía una vez empecé a reír al notar que el hermano de Faye le tenía miedo a Azar. Habíamos recorrido medio camino ya, pero Craven tenía la piel pálida, mirándole el hocico a mi lobo.

—Es imposible que sepas subir un árbol de tres metros y no puedas subirte a un animal inofensivo— me burlé.

—Este animal no se agacha.

—Él te puede entender, háblale de manera correcta y se agachará.

Craven se puso las manos a los lados de la cadera y el músculo de su mandíbula se flexionó.

—Podrías agacharte— dijo, casi que en un gruñido— por favor.

Azar me miró y asentí viendo cómo se agachaba. Craven pasó una pierna temblorosa por la espalda de mi lobo y apretó con fuerza el pelaje cuando el animal enderezó sus piernas largas y fuertes.

—Demonios— maldijo entre dientes— No está difícil, creo que podría acostumbrarme a esto.




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