Kamari.

XXIII.

┌─────── ∘°❉°∘ ───────┐

Y ahí estábamos, Nala, Craven, yo y mi lobo.

Al borde del abismo.

Con la tribu a nuestro alrededor, tomados de la mano, algunos desplegaron sus alas volando para terminar el circulo y abrirlo.

Habían accedido, pero tuvimos que esperar hasta el anochecer, cuando la luna estuvo completamente llena y visible ante nuestros ojos. El frío nocturno me erizó las mejillas, quemándolas al instante, las nubes apenas si se distinguían cuando nuestros ojos empezaron a captar la luz verde, que emergía de la tierra.

Los iris de la tribu se tornaron verde, uno oscuro, intenso en la oscuridad. Sus vestidos estaban rodeados de esa energía sagrada, una que parecía desprenderse de los cuerpos de cada uno, acumulándose a nuestro alrededor.

El macho, jefe de la tribu recitó una oración. Sagrada al parecer y la energía se aplacó sobre el borde del abismo. Al momento, desapareció. La tribu volvió a la tierra, retrocediendo, soltando sus manos, cada vez estaban más y más lejos. Los que nos recibieron, solo la mujer y macho que nos hablaron al llegar, se quedaron quietos, mirándonos.

—¿Qué sucede? —preguntó Craven después de un tiempo de silencio— ¿No funcionó?

—Buen viaje— la castaña le dio una sonrisa media a Nala quién frunció el ceño.

—¿Perdón...?

Un grito salió de mi garganta cuando el abismo se abrió en su totalidad, dejándonos caer en un hoyo oscuro. Craven maldijo y Nala intentó agarrarse de algo, sin embargo, terminamos cayendo, hasta que sentí gotas de agua, estrellándose contra mi rostro.

Intenté hablar, pero el aire y el vapor me callaron antes de sentir como mi cuerpo entró de golpe al agua. Mi boca y ojos se apretaron, conteniendo el aire en mis pulmones.

¡Demonios! Sentí como algo cayó encima de mí hundiéndome. Intenté patalear pues para nadar no era muy buena, siempre usaba a Azar para poder cruzar ríos y jamás me hundía lo suficiente, no como ahora. El poco aire que tenía se me acabó y el pecho me comenzó a arder, mi corazón latió con fuerza, exigiendo oxígeno, mi mente empezó a dar vueltas y cuando las piernas me fallaron, cuando me rendí...

Una mano se aferró a mi brazo tirando de el, otro me rodeó la cadera y me sacó durante segundos que se extendieron para mi como si fuesen horas. Mi cara salió a la superficie y tosí con fuerza parpadeando, me dolía el pecho mientras Craven me arrastraba a la orilla de lo que parecía un lago profundo.

Nala estaba recuperando la fuerza y el hermano de Faye me apoyó en la roca haciendo que apoyara mi cabeza contra la misma. Abrí la boca cerrando los ojos varias veces y mi estomago se infló mientras recuperé aire.

—Oye, oye— Craven me tomó el rostro con ambas manos— ¿estás bien?

Asentí sintiendo el cuerpo frío.

—Soy de raza de fuego... yo... no soporto el agua... —tartamudeé y él hizo un ademán con la cabeza, en señal de que comprendía lo que estaba diciendo.

—Me debes una.

Volví a asentir con la cabeza. —Gracias, machote.

Negó riéndose y se acostó a un lado. Nala se quejó quitándose la mitad de la blusa de mala gana mientras mi lobo se sentó con las orejas gachas, le miré mal y me dio la espalda gruñendo.

—Lobo mal agradecido, casi me estripas— refunfuñé antes de mirar a Craven—. ¿En dónde estamos?

Él observó a Nala, quién se levantó observando el agua, como si recordara algo y enarqué una ceja.

—No puede ser—la escuchamos murmurar.

—¿Qué?

—Es imposible.

—Nala, ¿podrías dejar de repetir eso? ¿Qué sucede?

—El agua—nos miró, confundida—no es de esta estrella, no es de Ryby. Es de la mía.

Arrugué las cejas.

—¿Y eso que significa?

—¿Cómo llegó el agua de tu estrella a esta? —Craven parecía pensarse algo—. Solo se podría mediante un portal.

—Exacto.

—¿No es un poder de La Sombra? —indagué.

—Esta prohibido mezclar reinos, su cadena en El Santo es la muerte.

Mi lobo caminó hacía mi dirección lento, como si intentara reconocer el lugar.

—¿Qué sucede? —me acerqué a él y luego noté como agachaba el hocico, mostrándome uno de los peces que se movían bajo el agua.

Retrocedió y yo moví el arco todavía en mi torso, acomodando las flechas que quedaban en la correa de cuero que coloqué sobre mi hombro. Tenía el cabello húmedo aún, me arrodillé sintiendo como el agua se deslizaba por mi barbilla y noté como el pez se tornaba de diversos colores.

Se acercó nadando hacia mi y luego se alejó como si huyera de algo.

Una ola de agua se levantó delante de mí, Azar me arrastró tomándome de la correa de las flechas hacía atrás. Caí hacía atrás antes de verlo saltar, mostró todos los colmillos y luego cayó al otro lado, con algo metido en la boca.

Giré levantándome rápido antes de correr hacía Craven quien ya tenía a mano su espada.

Nala levantó con su magia toda la energía del agua, con los ojos iluminados en celeste, mostraba los dientes apretados, como si le costará sostener su propia energía. Volteé nuevamente la cara, notando que detrás del muro de agua que la morena construyó, había una figura.

El triple de alta que mi lobo. Era un animal, gigante. Una bestia que yo no supe reconocer podía ser un valkiriano, sí, pero ¿qué hacían aquí?

Alisté el arco, mi lobo retrocedió, con los ojos en un verde encendido. Apunté hacía la figura que se movió como un depredador y disparé justo donde era el pecho.

—¡Muévanse, allá! —gritó Nala dejando caer el muro, mientras una oleada de agua hacia un hueco entre las rocas y entonces pude ver arena.

Salté a la espalda de Azar, Nala se desplomó en el agua mientras la bestia se dejaba ver.

Si, era un jodido lobo.

Que parecía una mutación de mi especie y un lobo. Con los ojos con flamas rojas, en dos patas, con varias cicatrices alrededor. El agua se desvaneció dejando la salida aún lista en caso de un escape. No íbamos a lograr vencer a esa cosa. No así, no solos.




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