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La sexta colina era un juego mental.
La vegetación cubría un campo entero con flores silvestres en tonalidades oscuras, dientes de león y rosas, parte de la montaña tenía nieve y agua, y entre más subíamos el hielo comenzaba a hacerse presente, varias capas con formas triangulares salían de las esquinas, deformando el camino.
Tenía los dedos congelados, los labios temblorosos y sentía el cabello mojado.
Pese al frío no subí al lomo de mi lobo, sentí su cansancio y sobre todo: el hambre que exigía devorar carne. Podría controlarlo, pero si no salimos de allí, probablemente sería la única sobreviviente con el lobo.
Un lugar donde el agua era espejismo puro. Acaricié el pelaje de Azar, me permití sentir el viento tibio que acarició mis mejillas en un frote gentil. El atardecer no existía allí abajo, la oscuridad y el día se alternaban proporcionalmente dando una vista nocturna llena de pinceladas rojas y moradas en el cielo.
Apoyé mi espalda en las patas traseras de Azar, él no hizo nada, solo observó el mismo punto, con los ojos esmeralda perdidos.
Una mano se posó en mi hombro y en cuanto volteé Nala me mostró un trozo de hielo que había recogido en la palma de la mano.
—Puedo moverlos, ¿podrías intentar ayudarme con el resto?
—Sí.
—Continuemos— sugirió ella—. Craven no está muy bien y creo que tú tampoco.
Le ofrecí una mirada de entendimiento. Claro que él no estaba bien, había perdido a su rey, tuvo que dejar a su hermana y a la mujer que amaba en otro refugio, y los tres sabíamos la duda que se sembraba desde el fondo de su inconsciencia: ¿sobrevivirán?
La verdad era que, la probabilidad era mínima, pronto ellos serían atacados, mi instinto me lo decía y si no solucionabamos las cosas a tiempo, morirían, uno por uno. En consecuente, nosotros igual. Craven se mantuvo estático por un momento.
Sus ojos dieron con los míos y el ambiente cambió. Un aire tensó se postró ante nosotros, no pude apartar los iris y retuve el aire por un segundo.
Casi lo escuché pasar saliva.
Azar se movió detrás de Nala y volví a tierra queriendo no darle tanta importancia al asunto. Lo cierto es que mi corazón palpitó de una manera extraña y una descarga de adrenalina corrió por mis venas valkas.
No me gustó para nada, así que evité el contacto con Craven durante las siguientes horas.
Pudimos mover entre todos las capas que nos impedían pasar. Avanzamos otra punta de camino, pero esa mala sensación apareció ahí, en el fondo de nuevo. Craven me sostuvo cuando el mareó de la altura y del agua quemaron mis poros. No podría mantenerme dentro de la montaña.
Me aferré al brazo del soldado que me ayudó el resto del camino y pese al dolor punzante de los huesos no me permití doblar las rodillas.
Fuerza.
Recordé mi época de esclavitud.
Una hembra sobrevivió a los valkos. La única esclava entre machos que querían asesinarme.
Había llegado lejos y no me podía rendir, no aún.
Mi mirada se distorsionó hasta que llegamos a la cima, Craven pasó su brazo por detrás de mi cintura y me pegó a él. Emitía calor, algo extraño viniendo de un soldado y a tal temperatura. Me aferré a la piel que lo cubría del frío y exhalé mientras Nala hablaba haciendo una invocación.
Observé sus pupilas, azules brillantes, la energía surgió de la palma de su mano y se extendió por todo su cuerpo, sus labios siguieron moviéndose. Sentí la piel erizarse bajo la ropa que llevaba, Nala juntó la magia haciendo una bola de energía azúl celeste y el piso tembló.
La sensación de ser observada me perforó el abdomen. Mis orejas se curvaron solas y supe que no estábamos solos.
Tomé aire por la boca y me centré en el agua. No podría controlarla toda, era imposible siendo una valka, pero podría moverla y el hielo.
—¿Dónde están? —indagó Craven como si leyera mi mente.
—Subiendo, se mueven rápido.
—No te voy a soltar.
—No voy a caer, idiota— le ofrecí una sonrisa que lo hizo ladear la cara.
—Si lo haces, me moveré rápido—prometió en voz baja y asentí sintiendo el vacío cuando me dejó buscando su arma y postrándose con mi lobo que gruñó.
Me centré en el hielo. Lo sentí. El frío tocando mi palma, imaginé cómo se movía formando tres barreras. El dolor cortó un pedazo de mi concentración, pero logré alzar un muro que protegía a Nala. Ella volvió a mover la mano.
La energía me talló la espalda.
Mi cuerpo no estaba listo para ello.
Y dolió.
Sentí un líquido deslizándose desde mis oídos hasta la piel de mi cara. Sangre.
Mi nombre sonó en la lejanía y mis piernas se debilitaron de tal manera que casi fue imposible no caer. Casi.
Sentí como el agua me envolvía desde atrás, tomó mi vestido y fui arrastrada a una corriente que mareó mis sentidos de Valka, el frío quemó mi piel y lo que comenzó como ardor con el pasó del tiempo se fue convirtiendo en algo diferente.
Calidez.
Mis rodillas tocaron suelo al igual que mis manos y escupí el agua que se me había atorado en la garganta. Agua que me debilitaba.
Jamás había visto algo igual.
La atmósfera de Akvárium la estrella azulada donde la magia del agua no era sólo fuente de vida, sino de poder y memoria, era líquida en sí misma. Todo en aquel lugar flotaba con la cadencia de una respiración oceánica. Desde el instante en que mis pies tocaron su superficie —si es que podía llamarse superficie a esa neblina brillante y ondulante que sostenía mi cuerpo—, sentí cómo mi sangre respondía, palpitando al ritmo de un pulso ancestral.
Los cielos del reino invierno no eran cielos. Eran ríos suspendidos sobre nuestras cabezas, donde criaturas etéreas nadaban entre constelaciones sumergidas. Los astros, sumidos en su sopor profundo, parecían luciérnagas atrapadas bajo un velo cristalino. Cada estrella era una gota viva, y cada gota, un oráculo.
Editado: 18.05.2025