La frase rebotó en mi cerebro como una cuchilla afilada. Ryby, Azar estaba en Ryby donde los valkos ya habían tomado ventaja y yo no sabía si iba a sobrevivir. Sentí miedo por el lazo que compartíamos, por lo que mi corazón se llenó de pavor.
—Nala —miré a la morena con el pecho apretado— no lo puedo dejar morir.
—Lo sé, pero no puedo abrir un portal a Ryby, tú sí—musitó con las expresiones manchadas de culpa, pero no más que la que yo sentía—. Lo siento mucho.
No me preocupaba yo misma. Me preocupaba él. Podía sentirlo ahí, en el fondo de mi tórax asustado, ¿y si lo lastimaban? ¿Quién estaría ahí para ayudarlo? ¿Cómo se defendería de la magia roja si llegaban a hallarlo? Lo peor era que probablemente tenía mi olor impregnado en el pelaje. ¿Entonces? ¿Qué harían ellos con él solo para encontrarnos?
Sin embargo, algo alimentó esas náuseas. Por más que respiraba intentando hacer energía para poder abrir portales o mover la tierra, ya no podía sentir la magia que siempre corría por mis venas en Ryby e incluso en Akávarium. No sentía nada, solo miedo.
Lo entendí, mi magia no podía funcionar aquí, la energía era completamente distinta, aquí estábamos indefensos, no teníamos más poder sobre las ondas, no podríamos mover nada. Yo ya no sentía la energía de Nala y probablemente ella no sentía la mía.
Me quedé quieta al captar una gota tibia recorriendo mi mejilla. No.
Nunca lo había hecho.
Craven clavó los ojos ahí y Nala hizo lo mismo. Lágrimas. Los recuerdos de Azar me abofetearon desde el fondo de la mente, mis memorias se removieron cuando lo hallé siendo un cachorro indefenso, cómo lo críe y como me defendió cuando no tenía a nadie más.
Ahora mi lobo había tomado un sacrificio que no le correspondía y de repente quise quemarlo todo. Si alguno debía morir esa sería yo, no él. Y si moríamos, tendríamos que hacerlo juntos.
—Kamari…
Sacudí la cabeza dándoles la espalda y me limpié el rostro. No sabía si era la magia de la estrella a la que nos habíamos movido, pero aún sentía dos lazos tirando de mí, el de mi lobo, y el de…
Pasé saliva respirando hondo por la boca antes de enderezar la espalda y mirarlos.
No podíamos darnos el lujo de quedarnos en aquel lugar. Era no solo estupido sino suicida, estaba muy segura de que este lugar era completamente diferente ya que la vegetación no era verde sino un amarillo zanahoria extraño, uno que jamás había visto en mi vida, algunas hojas se deslizaban con suavidad hasta nuestros pies, la temperatura no era ni tan fría ni tan caliente, pero el viento que sacudía al oeste agitó mi cabello.
—Voy a necesitar nuevas armas—le hice saber a Craven quién asintió con un gesto de cabeza, luego miré Nala—. ¿Cómo salimos de aquí?
—No lo sé. Este reino está prohibido para mí después de que renuncié a estar dentro de los magos— respondió con un tinte de frustración en la voz—. Creo que está estrella pertenece a los stireanos o quizá a los Arianos, aún no estoy segura.
Apreté los dientes observando la composición del ambiente. Todo tenía color naranja, los pastos, el maíz, el cielo. No sabíamos donde estábamos, tampoco la raza que habitaba la estrella y mucho menos sus peligros, pero estaba muy segura que si habían.
Si Azar estuviera conmigo rastrear a los enemigos sería mucho más fácil. Mis ojos volvieron a arder, pero me obligué a mantenerme en pie, por él, tenía que salir viva y buscarlo.
—Las armas son lo más importante por ahora— Craven rompió el largo y crudo silencio— enfoquemonos en sobrevivir ¿Quieren?
Asentí postrando mi mirada en los tallos de los árboles, luego me acerqué. Mi piel picó de repente al notar destellos rojos moviéndose en la madera que no parecía ser muy dura, toqué con la punta del dedo el tronco y una chispa me hizo quitar el tacto.
Luego mi visión entró en trance.
Rojo vivo.
Una mujer con el cabello en llamas.
Caballeros moviendose.
Sangre.
Guerra.
Magia.
Magia roja.
Peces verdes.
Agua.
Un salón gigante en piedra, entre el hedor del bosque anaranjado, la piedra moviendose para darle paso a una energía mayor. Magia roja. Dormida.
El fin de lo que era.
—Kamari… —una voz femenina—¿su nombre era Kamari?
El cuerpo en el que estaba se movió, por todo el salón hasta llegar a la fuente, respiró hondo como si notara que había sido interceptado por alguien más, se asomó para ver el agua en el que brillaban los dos peces y entonces vi su reflejo.
Una hembra, con el cabello oscuro y varios mechones verdes, sus ojos tan rojos como una piedra preciosa, luego un destello en verde.
—¡Kamari! —el grito de Nala no fue suficiente para hacerme reaccionar cuando fui lanzada al aire contra otro arbusto por una especie de energía mucho más fuerte.
Apoyé las manos en el suelo antes de levantarme y vi a una mujer con el cabello rojo baya, las cejas del mismo tono y los ojos en fuego, observandome. Detrás de ella, un animal gigante, con la cara de un zorro y las patas altas y fuertes, el pelaje brillante anaranjado y blanco, dos alas de membrana luminosa que lucían como una aurora boreal y garras de cristal del color de la sidra.
Enterré los dedos en la tierra, pero antes de que pudiera atacarla con las uñas, el animal se movió, rápido, apenas visible para mí y reapareció detrás de mi columna. Giré en un momento retrocediendo cuando alzó una de las patas y quiso golpearme como si fuera un juguete de lana, logré rodar sobre mi eje esquivando el segundo ataque antes de que emitiera entre los colmillos un tipo de silbido que se metió en mis entrañas.
Me agarré los oídos, tapandolos cuando algo se sacudió dentro de mí y volví al suelo de rodillas con las piernas magulladas, dobladas. Apreté los ojos gruñendo al sentir el dolor apretar todos mis nervios, mi cuerpo se tensó y luego mi boca se abrió y vomité un líquido espeso negro apoyando las manos ahora sobre la vegetación.