Kamika: Dioses Guardianes

1. La Marca del Destino

 

Lansing, Míchigan actualidad

 

El viento frio penetraba mi ropa sin cuidado, y la densa niebla de otoño me generaba cierto escalofrío.

El cielo estaba opaco y sombrío, con varias nubes que anunciaban lluvia; las hojas de los arboles otoñales caían al suelo y se amontonaban en pequeños grupos que aumentaban su tamaño con el transcurrir del tiempo, y lo más notorio de todo: el olor a humedad que impregnaba el aire.

Me dirigía a clase a toda prisa con mi mejor amiga, Sara; ya estaba demasiado tarde, y llevábamos cinco minutos de retraso, lo cual era fatal considerando las estrictas normas la preparatoria.

—Ailyn, si no te hubieras quedado dormida, no estaríamos llegando tarde —reprochó Sara con impaciencia, mientras mis pies intentaban alcanzar los suyos.

—Lo siento, anoche no dormí bien.

Era cierto, la noche anterior no había podido dormir bien por un extraño sueño que tuve, y el cual había tenido con anterioridad. Una y otra vez, noche tras noche, era lo mismo; al igual que mi estado al despertar: sudorosa y llorando.

«La noche no tenía rastro de luz de luna; el bosque a mi alrededor era espeso y húmedo, tan escalofriante como la casa embrujada el día de Halloween. Miré a mi alrededor, confundida, pero en ese lugar solo había vegetación.

Sin embargo, de un momento a otro una gran tristeza me inundó, tan profunda como la perdida de una persona cercana. Quería llorar, para apaciguar el terrible nudo en la garganta, ese que no me dejaba respirar.

Era una sensación asfixiante, y desesperante. Añoraba algo, o a alguien, que no estaba ahí, pero mi corazón así lo sentía.

El dolor en mi pecho se hacía más grande a cada momento, al igual que mi afán por detenerlo. No quería seguir sintiendo tanta tristeza, desesperación… y temor.

Luego, el calor general de mi cuerpo, sofocándome tortuosamente como si mi cuerpo se quemara…

Hasta que la oscuridad se apoderó de mi vista, mientras una suave brisa acariciaba mi piel, y simplemente desperté.»

—¡Ailyn! —gritó Sara en mi oído haciéndome reaccionar—. Bájate ya de las nubes, si no nos apuramos nos van a castigar otra vez.

Sara tenía razón, no era la primera vez que me quedaba dormida y nos castigaban por mi culpa; en varias ocasiones me ocurrió y era algo que no quería repetir.

Avanzamos por el pasillo principal del edificio norte, el tiempo seguía corriendo cada vez más cerca de uno de los castigos de la señora Louis, que conociéndola nos obligaría a limpiar el edificio norte completo o a organizar los archivos de la enfermería escolar, o incluso a trabajar en la cafetería quién sabe por cuánto tiempo. El solo pensarlo me daba cansancio, ¡no soportaría ninguno de sus espantosos castigos otra vez! Ya estaba traumada con sus trabajos exageradamente pesados.

El pasillo parecía no tener fin; miré el reloj que llevaba en la muñeca, y me di cuenta de que faltaba muy poco para que sonara la campana. Observé los segundos mientras corría: diez, nueve, ocho, siete, seis, faltaba unos metros para llegar, solo unos cuantos pasos más y estaríamos a salvo en el aula, a salvo de la señora Louis. Pero entonces, la campana sonó en nuestros oídos justo cuando nuestros pies tocaron el suelo del aula de Matemáticas.

—Señorita Will, señorita Morgan, felicidades. Justo a tiempo —dijo la señora Louis, acomodando sus lentes de viejita para vernos mejor. Su cabello gris caía en cascada tras su espalda, y su piel casi tersa ponía en duda su edad, además de sus claros ojos que observaban todo con detenimiento. Tenía más de cincuenta, pero aparentaba menos de cuarenta. Era toda una contradicción—. Tomen asiento por favor.

Sara y yo recuperamos el aliento, pues prácticamente traíamos el corazón en la mano debido a los apuros. Nos erguimos y dirigimos a nuestros asientos al otro lado del aula, pasando delante de la señora Louis.

A mis compañeros no les llamaba mucho la atención lo que ocurría con Sara y conmigo. No sabía si era por temor a que la señora Louis los regañara por levantar la vista del pupitre, o porque simplemente no les interesaba lo que ocurriera con nosotras.

Mientras caminaba hacia mi puesto, no pude evitar notar el extraño vestido verde elegante que llevaba puesto la señora Louis, era simple, pero algo lindo para su carácter. Llegaba hasta sus rodillas, y lo completaba con un par de zapatos de tacón negros.

La señora Louis se dio cuenta de que la estaba observando, y me lanzó una mirada de advertencia debajo de sus lentes. En el acto, desvié mis ojos hacia mi puesto evitando volver a verla.




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