Kamika: Dioses Guardianes

12. Deseo de Poder

 

Se veía cansado y con ojeras, como si no hubiera dormido en toda la noche. Su ropa estaba arrugada, y su cabello por completo despeinado.

Avanzó por el antejardín, ignorando nuestra presencia. Su ceño permanecía fruncido, y su mirada era sombría. Entró a la casa, y luego de intercambiar una mirada con Sara lo seguimos.

Adentro, nadie le dijo nada. Se limitaron a observarlo mientras subía las escaleras para luego perderse en el pasillo. Ni siquiera Cailye, su hermana, se dirigió a él aunque fuera para ofrecerle comida.

¿Por qué no lo detuvieron, o por lo menos le hablaron para preguntarle si estaba bien? Aunque claro, yo tampoco lo hice.

—¿Qué le pasó? —pregunté confundida.

Cailye, que estaba recogiendo los platos con ayuda de Astra, agachó la mirada. Y Evan, todavía en la mesa, me miró y sonrió con pesar.

—Estará bien, solo necesita dormir. No lo molestes, Ailyn —aseguró él.

—Pero…

—Déjalo, Ailyn. Solo déjalo por esta vez —Sara me acarició el cabello con dulzura—. Es Andrew, cuando menos lo pienses volverá a ser como antes.

Bajé la mirada, cohibida ante sus casi suplicas. Prácticamente, tanto Sara como Evan, me rogaban que no me metiera en eso. Y no lo haría. No lo atacaría con preguntas como me gustaría, porque era cierto que merecía un poco de privacidad al menos en su propia casa.

—Gracias de nuevo por tu hospitalidad —le dijo Astra a Cailye, mientras regresaban a la sala—. Espero que no te moleste que permanezcamos aquí otra noche.

—¿De qué hablas, Astra? —quise saber.

—Tengo algo que hacer antes de continuar, volveré mañana en la mañana, luego seguiremos con la misión.

—No tengo problema con eso —Cailye parecía confundida—. Pero ¿qué misión?

—¿Tu hermano no te lo dijo? —se burló Sara, sonriendo con malicia ante el desconocimiento de Cailye—. Tenemos que encontrar a los otros dos Dioses Guardianes, y viajar a Grecia para reforzar el sello antes de que el poder de Hades destruya el planeta.

Cailye frunció el ceño; y bajó la mirada, decaída.

—Él… no lo mencionó —admitió.

—Bueno, pues ya lo sabes. Prepara tus maletas, mocosa, y de paso tu epitafio.

—Sara —regañé.

—¿Qué? Solo se lo estoy advirtiendo, para que no viva engañada.

¿Eso era lo que creía Sara?, ¿que no regresaríamos con vida?

—¡Sara! —exclamó Evan con firmeza, y miró a Sara de la misma forma—. No digas esas cosas —Noté que me señaló con la cabeza, a lo que Sara posó su mirada en mí y se cubrió la boca con arrepentimiento.

—Ailyn, no quise decir eso —trató de excusarse—, solo quería asustarla… Lo siento, Ailyn, eso no es cierto, no es lo que pienso.

La miré y asentí, sin hablar para no alargar esa conversación que no llegaría a nada.

—Yo… —dijo Cailye con indecisión— tengo que hablar con mi hermano antes de tomar una decisión. No creo… no creo que pueda ir…

—Ah no, tú no mocosa —Y otra vez Sara metió la cuchara—. Si alguien no va no funcionará, y Ailyn accedió a venir a pesar de todo por ayudar. No voy a dejar que tú, pequeña mocosa yandere, arruines su sacrificio.

Ya no sabía qué pensar ni qué decir. ¿La había llamado yandere? Además, hablaba de mí como si huera vendido mi alma para poderlos acompañar.

—Sara —intervino Evan—, ya cállate.

—¿Y tú qué, señorita perfección arruina hogares? —atacó Cailye, hablándole a Sara como si le hubiera robado a su marido—. No a todos se les hace fácil abandonar su hogar… ah, espera, tú no tienes hogar.

Los ojos de Sara chispearon de odio, y por un momento creí que se lanzaría sobre Cailye.

—Cailye, no hables así —Evan, como siempre, tratando de mermar humos.

Ambas fruncieron el entrecejo, y apretaron los puños. Fue entonces cuando Astra decidió intervenir.

—Fue suficiente, las dos —habló con firmeza—. Hay un límite para los insultos, y los están rebasando. Para cuando vuelva no quiero escuchar sus peleas, o me veré obligada a tomar medidas más drásticas.




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