Kamika: Dioses Guardianes

17. El Mensajero del Infierno

 

Mi cabeza daba vueltas y vueltas, producto del alcohol en mi sistema, además del constante dolor punzante que conquistaba poco a poco mi cabeza. Y sin embargo, ese no era mi mayor problema. Estábamos fuera del camper, en el estacionamiento, a unas cuantas horas de que Kirok desapareciera y con él los demonios. Nos quedamos un momento para revisar el lugar, y descubrimos que solo era una fachada, lo que explicaría la falta de normas de seguridad; en el verdadero Sky-Room no hubo ninguna fiesta, y estaba a tres o cuatro cuadras lejos de nuestra ubicación.

—Entremos ya —apresuró Cailye, escondida tras Evan—, me da miedo esperar a que salga.

Sí, porque en definitiva Astra daba más miedo en ese momento que los mismos simuladores.

—No —negó Sara—, primero debemos acordar quién le va a explicar lo que pasó.

—Lo deducirá cuando vea nuestra ropa —comentó Andrew—, el resto se explicará solo.

—Así será peor. Si alguien le dice lo ocurrido y los demás nos mostramos arrepentidos, puede que no nos riña tanto.

—No griten —intervine, frotando el puente de mi nariz—, escucho sus voces como una bocina.

Evan y Sara intercambiaron una mirada de preocupación, y luego el chico de ojos azules habló:

—No estamos gritando, es un efecto del vino. No era vino corriente, tal vez le pusieron algo para que sus efectos fueran más severos.

—O simplemente se pasó de copas —dijo Andrew de mala gana, observándome de reojo—. Bravo, líder, nos llevaste directo a una trampa. Qué bueno que nada podía salir mal, ¿verdad?

El sarcasmo, o reproche en su voz, me provocaron deseos de pisarlo; por suerte no se reía, porque de lo contrario sí le espetaría su comentario.

—No la culpes —pidió Daymon, mostrando sus relucientes dientes. Incluso en esa situación conservaba su buen humor—, todos aceptamos ir.

—No busquemos culpables —dijo Sara—, lo que tenemos que pensar es en cómo se lo diremos a Astra. Va a estar molesta, y lo estará más cuando sepa que tuvo razón.

En ese momento, la puerta del camper se abrió, y una fuerza misteriosa nos obligó a entrar en él. Simplemente caminamos, sin el control de nuestros pies o acciones. Ya adentro, lo que nos manipulaba, se detuvo, y recuperamos en movimiento de nuestro cuerpo.

Astra estaba sentada en un sofá, de brazos cruzados, alzó la mirada y cuando observó nuestro aspecto se levantó de un salto del mueble. Sus ojos se veían confundidos y enojados, chispeantes de enfado. Retrocedí por instinto, pero mi mareo me venció y me tambaleé de un lado a otro.

La mujer de blanco cabello abrió la boca en una perfecta O, y entonces el infierno ascendió a la Tierra. El camper se movió, como si estuviera temblando, y algunas decoraciones se cayeron de las paredes y los estantes. No fue un terremoto, fue la ira de Astra.

—¡¿Me pueden explicar qué demonios pasó?! —escupió, y el movimiento bajo nuestros pies duró otro minuto— ¡¿Cómo se les ocurre hacerme eso?! ¡¿Cómo, maldición?!

Tragué saliva, y en vista de que nadie quiso hablar, lo hice yo. Una muy mala decisión.

—Astra… te lo puedo explicar —mascullé.

Ella entrecerró los ojos, y frunció el ceño con marcada fuerza. Se me acercó, y al hacerlo supe que las cosas solo irían de mal en peor.

—¿Tomaste? —inquirió, con ira, y entonces el camper se estremeció tan fuerte que nos vimos obligados a sostenernos de los muebles—. Por Zeus, Ailyn, ¡estás ebria!

—Por supuesto que no —espeté—, fueron solo un par de copas —Y lo seguiría diciendo hasta que me lo creyera.

Pasó su mirada de ira contenida a Sara, provocando que mi amiga se encogiera en su lugar. Nadie quería enfrentar a Astra, mucho menos en ese estado, pero si esa mujer no recibía una respuesta rápida no volveríamos a ver la luz de día dado su control sobre el vehículo.

—Explícamelo —le ordenó Astra a Sara, pero ella a su vez le dio un codazo a Evan—. Ahora.

El movimiento cesó, demostrando que Astra trataba de controlar su furia.

Evan tomó aire, y respondiendo a la silenciosa suplica de Sara le comunicó a Astra lo que pasó en la fiesta. Desde la aparición de los demonios hasta la de Kirok Dark.

Nuestra mentora escuchó cada palabra con atención, y al final de la anécdota lo único que hizo fue sostener su mirada cargada de enojo. Estaba furiosa, se notaba, y esperé que estallara como volcán al saber que siempre tuvo razón sobre la fiesta; pero en lugar de eso solo nos observó por prolongados minutos. No obstante, y para prevenir un posible sismo que nos arrojara al suelo, me sostuve con fuerza de la mesa.




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