Kamika: Dioses Guardianes

19. Mascara de Hielo

 

«Un nuevo incendio misterioso se presentó esta noche en Boston, Massachusetts, en un hotel de socios de la compañía O’Callaghan. Nadie conoce la causa de éste, o la conexión con los otros incendios en Miami, Nueva Yersi, Las Vegas, Nuevo México, y Nevada. Hasta ahora los investigadores desconocen si todo esto es debido a un nuevo cambio climático, o por el contrario, es por obra humana…»

Cambié el canal de radio. No quería ver televisión, porque para eso tendría que salir del cuarto de los chicos, así que Evan me prestó un viejo radio propiedad de su padre para pasar el rato.

«Junto con el ultimo incendio misterioso en Massachusetts, Estados Unidos, suman veinticinco este mes solo en el E.E.U.U, y setenta y tres a nivel continental. Científicos climatólogos de Canadá, Brasil, y Estados Unidos, unieron fuerzas para llegar al porqué de estos sucesos naturales sin explicación aparente; sin embargo, hasta el momento solo tienen hipótesis de lo que puede estar ocurriendo…»

Apagué la radio; no tenía caso seguir escuchando cosas que solo ejercerían en mí más presión y miedo del que ya de por sí contaba. Así que dejé mi celular en reproducción automática para la misma canción: «I Want You Here» de Plumb, era relajante, y en esos momentos, me vendría bien una tonada de suaves melodías.

El frio que entraba por la ventana al cuarto de los chicos me provocó escalofríos cuando centré mi atención a algo que no fuera la radio. Tomé la manta que estaba en la cama de Daymon, y con ella me cubrí los hombros cruzándola por mi pecho. Me levanté de la silla al lado de la cama de Andrew y caminé hacia la ventana, no sin antes dejar la radio en la mesa cerca de la cama de Evan. Cuando llegué a la ventana, me quedé un rato visualizando el clima sombrío y oscuro, junto con las hojas secas en el suelo, que le daban al ambiente un efecto más tenebroso de lo necesario. No obstante, la velocidad del camper era tal que no podía permanecer más tiempo con la ventana abierta sin que volara todo lo que había en la habitación.

Me devolví a la silla, al lado de Andrew, y me senté de la forma más cómoda que pude mientras observaba al inmóvil chico de cabello miel dormir tranquilamente como un bebé. Se encontraba acostado en su cama boca arriba, con la manta cubriéndolo hasta el pecho y con los brazos por fuera de ésta.

Parecía un ángel durmiendo plácidamente: algunos de los mechones de su cabello le caían sobre la frente con delicadeza y estilo, mientras otros solo estaban rebeldes sobre la almohada; sus largas pestañas acariciaban sus pómulos como muñeco de porcelana, y sus rosados labios se veían irreales para un chico en su estado. Su respiración era constante y calmada, mucho más de lo que sería despierto. Y sin embargo, su ceño seguía fruncido. Resultaba placentero solo observarlo, sin preocuparme de que me descubriera haciéndolo, y es que el chico tenía varios detalles curiosos en su bello rostro, y era divertido notarlos todos.

Por supuesto que me entró curiosidad por ver lo que las manillas de sus muñecas ocultaban, pero sentía que si lo hacía estaría cruzando un alinea sin retorno. A pesar de todo lo que habíamos vivido, y de todas nuestras diferencias y discusiones, lo respetaba, a él y a su misterioso pasado, y no haría algo que sabía que no era lo correcto. Tenía mi límite, como cualquier persona, y entrometerme a la fuerza en su vida no nos ayudaría a mejorar nuestra relación.

Ahí, dormido como la Bella Durmiente, era que me daba cuenta de lo realmente atractivo que era, y es que en serio hacía justicia a la perfección que representaba Apolo; poseía una belleza perfecta, como si no tuviera un solo defecto físico, digno de llamarse dios. En ocasiones era tan tentador estar cerca de él, que había considerado la posibilidad de acurrucarme a su lado y solo dormir contra su cuerpo. Pero todavía estaba cuerda, y tenía orgullo, no me rebajaría a ese nivel y mucho menos si el tipo estaba inconsciente.

Sonreí con ironía al pensar que cuando estuve inconsciente probablemente él estaría en mi posición; claro, sin la parte en que pensaba que el paciente era sexy. Pero el aspecto no debía engañarme, y por mucha falta de sueño que tuviera, tenía que permanecer lúcida para no hacer algo de lo que después me arrepentiría.

Verlo dormido, tan calmado y manejable, me hacía desear los momentos en que me miraba de forma penetrante, como si quisiera leer un código en otro idioma, o simplemente que me regañara por mis imprudencias y ocurrencias. Extrañaba eso, y es que era divertido de cierta forma averiguar por qué discutiríamos la próxima vez. Aunque por supuesto, si él lo sabía solo alimentaria su complejo de superioridad conmigo.




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