Kamika: Dioses Guardianes

20. A Bordo de Titàn

 

Cuando cerré la puerta del cuarto de los chicos, mi atención voló directamente hacia los cuatro rostros que me observaban con detenimiento. Me quedé pasmada, inmóvil al descubrir que mis amigos estaban del otro lado de la pared, y que quizá escucharon toda la conversación.

—¿Hace cuánto están aquí? —interrogué.

—Lo suficiente —Sara escrutó mi rostro, en busca quizá de algo que delatara cómo me sentía respecto a todo—. ¿Y Andrew? Astra quiere hablar con nosotros.

Apostaría lo que fuera a que fueron mis gritos los que llamó su atención, y a consecuencia de ello todos escucharon nuestro momento de privacidad. Mi mirada se ubicó rápidamente en Cailye, quien se aferraba a la camisa de Evan, con la mirada gacha. Tal vez la miré muy directamente, ya que sentí los azules ojos de Evan sobre mí.

—Está adentro —Señalé la puerta—, dijo que salía en un momento… —Ya no sabía qué decir. Seguí con la mirada fija en la hermana de Andrew y su amigo de la infancia—. L-Lo siento, yo no sabía e hice tantas preguntas que… —Cerré los ojos con fuerza para evitar soltarme a llorar frente a ellos—. Nunca fue mi intención traer esos recuerdos de vuelta.

Abrí los ojos cuando sentí la mano de Evan sobre mi hombro, lo observé, descubriendo así que sus ojos no reflejaban reproche o dolor, solo una pasible tristeza. Sonrió con gentileza, algo que calentó mi corazón.

—Está bien, Ailyn, no te tienes que disculpar por no saber algo que no…

—Que no era de mi incumbencia —lo interrumpí—; lo sé.

Soltó un suspiro.

—No, iba a decir que no tenías cómo saber. Nadie te lo dijo, y todos lo sabíamos. Lamento si te sentiste excluida, pero no es un tema fácil de tratar.

Su serena expresión, junto con el tono suave que usó, calmó mi nerviosismo. Le agradecí en silencio con una mirada, sin saber cómo actuar ahora que sabía por todo lo que esos tres chicos pasaron.

Me percaté de Cailye cuando sentí sus manos aferrarse a mi ropa llena de hollín. Gracias a nuestra diferencia de estatura, no pude ver sus ojos, pero a juzgar por la presión que ejercía en sujetarse de mí, intuí que no se sentía con la misma alegría de siempre.

—¿Cómo te sientes ahora que conoces nuestra vida? —soltó en un susurro— ¿Va a cambiar nuestra relación? ¿Nos tienes lastima?

Me tensé al instante, consiente de dos pares de ojos sobre mí, expectantes, y de la amplia sonrisa que abordó el rostro de Daymon de un momento a otro. Cailye seguía aferrada a mi ropa, y por ello no me veía a los ojos.

—No, no es lastima —respondí—. Me sorprendió saber que a pesar de todo lo que pasaron, siguen juntos y viven una vida relativamente normal. Si yo hubiera pasado por eso… no creo que haya llevado las cosas tan bien. Los veo igual que antes, pero los respeto un poco más, y nunca los veré como si no fueran capaces de sobrellevar lo que sea.

Cailye me soltó, pero solo de la ropa. Sus brazos pronto rodearon mi cintura, y con gran afecto solo me abrazó.

—Eso fue gracias a mi hermano —masculló—, pero él todavía necesita a alguien que lo ayude a ver los colores de la vida. Yo no puedo, Ailyn, por eso te necesito.

No supe qué pensar sobre eso; era la segunda vez que decía algo parecido, pero yo seguía sin entenderlo.

Daymon, con su gran sonrisa, se me acercó.

—Cuidado con lo que sientes, recuerda que ella puede olerlo —comentó.

La rubia se apartó de mí, y se ubicó frente a Daymon, mirándolo con los ojos como platos. Ante la reacción de Cailye, el pelirrojo soltó una gran carcajada.

—No sé de qué hablas —afirmé.

Daymon se volvió hacia mí, y sonrió con amplitud.

—Puede que se le pase a Cailye, por no concentrarse, pero percibo muy bien lo que todos aquí sienten —Se acercó a la pared de la habitación de los chicos, y tocó varias veces como si de una puerta se tratara—. Andrew, amigo, no es sano escuchar conversaciones ajenas.

Mi boca se entre abrió, y mi atención junto con la de mis amigos se posó en la puerta cuando ésta se abría lentamente. Andrew, con el cabello revuelto y ojos cansados, salió de la habitación de los chicos. Recorrió el pasillo con sus oscuros ojos, y el ceño fruncido, pero sin esa indiferencia que lo caracterizaba.




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