«Solo podía ver luz. Todo a mi alrededor era blanco, no había paredes, ni suelo, ni techo, nada, todo era un inmenso brillo como si estuviera dentro de una lámpara o un bombillo. Me encontraba sentada en lo que parecía suelo, pero no podía saberlo porque no parecía haber límite con ninguna pared o mostrarse el techo; la cabeza me daba vueltas y la luz que emitía todo el lugar era segadora.
A unos cuantos pasos de mí, se encontraban dos personas, las dos de espaldas hacia mí. Una era una chica joven de cabello largo, liso y completamente negro, era alta y con figura esbelta. El otro era un chico más alto que la chica por pocos centímetros, tenía los músculos definidos y su cabello rojizo se alborotaba en varias puntas, además de lo anterior pude distinguir un peculiar tatuaje en su brazo a forma de brazalete. Abrí los ojos como platos, con el corazón amenazando con salirse de mi pecho.
Sara y Daymon, eran ellos.
Me levanté del suelo torpemente, y grité sus nombres lo más fuerte que pude. Sin embargo, mis esfuerzos fueron en vano, ellos parecían no escucharme. Sus siluetas se empezaron a alejar, viéndose más pequeños a cada segundo. Desesperada arranqué a correr hacia ellos, con toda la fuerza que mis piernas me permitieron. Pero por mucho que intentara alcanzarlos, lo único que conseguía era alejarme más de ellos. Me era imposible acortar distancias, era como si mi cuerpo no avanzara en absoluto.
Y de pronto, frente a ellos, una luz plateada estalló. Los vi tomarse de la mano, para unos segundos después avanzar hacia la luz como si ésta fuera una puerta. Entonces, aquella luz cubrió sus cuerpos por completo, impidiéndome todo posible contacto con ellos.
—¡Sara! ¡Daymon! —grité tan fuerte como pude.
Pero ya era tarde, la luz se apoderó por completo de sus cuerpos.
—Te estaré esperando, Ailyn. Encuéntrame pronto —Escuché la voz de Sara en algún lugar de la luz plateada, pero no la vi ni a ella ni a Daymon.
Al decir eso, todo el lugar se cubrió totalmente de una blanca luz que cegó mis ojos durante breves momentos, los suficientes para devolverme a la realidad.»
~°~
Desperté con el rostro, manos, y espalda mojadas, acompañada de la hiperventilación que provocaba que mi pulso se acelerara. Ya no estaba segura de dónde terminaban las lágrimas y empezaba en sudor, ambos fluidos se mezclaban en mi cuerpo como si esa fuera su costumbre. Y quizá luego de cinco días lo era.
Cinco días era lo que había pasado desde que empecé a tener ese sueño, y seis días desde la tormenta. Esa era la peor semana de mi vida, y no quería imaginar lo que mis amigos debían pasar en esos precisos momentos. ¿Hambre, deshidratación, insolación? Si existía la magia, la mitología no era solo cuentos para dormir, y todo era relativamente posible, ¿por qué estaba ocurriendo algo tan corriente? ¿Por qué nos afectó una tormenta? ¿En qué fallamos?
Recordaba cada uno de esos seis días con bastante claridad, y aquella imagen seguía fresca en mi memoria… Astra y Evan con el trozo de tela ensangrentada de Sara en la mano, las palabras de Astra a continuación… lo demás ocurrió con interferencia, cuando volví en sí estaba sentada en el sofá, con los rostros de todos mis amigos sobre mí, a la expectativa.
Y sin embargo, era incapaz de hablar. Lo único que mi cuerpo hacía era llorar. Lloré en silencio por varias horas, en compañía de Cailye mientras los demás seguían hablando del tema en cuestión.
Luego de eso, me quedé sin lágrimas. Había llorado tanto en un solo día que ya no tenía qué más llorar. Cuando ya no podía llorar en silencio, la desesperación e histeria se apoderó de mi cabeza. Me levanté del sofá de golpe, asustando a Cailye en el curso, y grité tantas cosas que ya no recordaba qué demonios dije; recordaba algo vago como que era imposible que estuvieran muertos, y que solo era una suposición.
Por supuesto, todos se quedaron callados. Esperaron a que me tranquilizara, que fue cuando me sentí tan pesada que tuve que volver a sentarme, y Evan dijo que tenía razón y que eso no detendría la búsqueda… y después pasaron los días…
Día tras día Astra y Evan salían a buscar pistas que nos ayudaran a ubicarlos, con ayuda de los amigos marinos de Cailye, mientras que los hermanos Knight y yo intentábamos con los conjuros que nos podrían servir hasta que mi espada se compactaba de nuevo. Era frustrante la misma situación durante cinco días, más aún si mi Arma Divina estaba incompleta dejándome a la mitad de lo que podría llegar a hacer.