No podía creer que después de casi un mes, al fin habíamos llegado a Francia. Mi cuerpo ya acostumbrado al aislamiento y al movimiento de la nave aún no lo creía. Y es que en serio era maravilloso dejar atrás el yate de la mala suerte. No más océano, no más espacio limitado, pero lo más importante: no más el cuarto de los chicos.
Todo parecía haber sucedido tan rápido que apenas podía recordar los terribles y hermosos momentos en Titán: las comidas, la tormenta, el dolor, el resfriado mágico, las discusiones y desacuerdos, la noche de la luna dorada, las risas, las lágrimas. Todo. Todo parecía haber ocurrido hacía ya mucho tiempo atrás.
Después de la noche de reencuentro las cosas habían estado calmadas, normales, hasta diría que divertidas. Nuestros días consistían en disfrutar del yate y entrenar, y aunque eso no sonaba a mucho, lo era con las personas indicadas. Doce días pasaron desde que encontramos a Sara y Daymon, la mitad del viaje, por lo que nos tomó una semana de más llegar a Francia.
La tarde era hermosa, ya que además del olor a diferentes perfumes que inundaba el aire, el cielo se veía teñido de una mezcla entre amarillo y azul. El ruido de la ciudad se alcanzaba a escuchar hasta el puerto, invitándome a adentrarme en ella, junto con la curiosidad por ver cómo era dicho país.
Si no podía creer que el viaje en barco había terminado ¡mucho menos creía que estaba en Francia! En Francia, uno de los países más románticos, modernos, y reconocidos del mundo; donde vivían celebridades de toda clase, donde todo era a la moda y estilo, donde a cualquier persona le gustaría visitar al menos una vez en la vida. Yo estaba ahí, nosotros estábamos ahí, o bueno, al menos lo estaríamos cuando termináramos de desembarcar.
—No te quedes embobada mirando quién sabe qué —regañó Andrew, pasando por mi lado—, ayuda a bajar las cosas, no estás invalida y ya no estas enferma, así que no tienes excusas. Ponte a hacer algo productivo.
Puse los ojos en blanco, y entré al recibidor dejando a Andrew parado en la cubierta con expresión molesta. No pensaba quedarme mirando el muelle de la ciudad de Nantes toda la vida, ni escuchando con intriga a la gente hablar francés, solo quería tomar aire fresco y de paso, pues, conocer un poco el ambiente europeo que solo había visto en películas y despertaba en mí tanto interés.
El barco estaba increíblemente concurrido, a pesar de ser las mismas siete personas que cuando nos subimos en Massachusetts, todos corrían de un lado a otro sacado paquetes y llevándolos a un auto que nos llevaría a un hotel para pasar esa noche. Cailye era la que más corría, por supuesto; pero Daymon no se quedaba atrás. Él tenía tanta energía que por momentos pensaba que estaba compitiendo con Cailye para ver quién sacaba más cosas. Astra estaba realizando el inventario, ya que había que seguir yo no sé qué protocolo para entregar el barco, y Evan estaba ayudando a Andrew con las cosas más pesadas.
Era extraño que tuviéramos que bajar más cosas de las que subimos; solo teníamos que preocuparnos por nuestro equipaje, pero no, los encargados de vigilar la debida entrega de cada nave nos obligaban a desocuparlo completamente, desde comida hasta algunos electrodomésticos en el yate para poder «limpiar a profundidad». Nunca entendería por qué se complicaban tanto, solo debíamos tomar nuestras pertenencias e irnos, nada más.
Esquivé a la bala de Cailye una vez más antes de atravesar el estrecho pasillo de las habitaciones, y una vez ahí entré al cuarto de chicas. Justo frente a mí se encontraba Sara, arreglando los tendidos de las camas. Ese era nuestro trabajo: encargarnos de las dos habitaciones, Sara la de chicas y yo la de chicos (como si no hubiera tenido ya suficiente de ese cuarto). Cuando le pedí que cambiáramos, que en ese lugar siempre me ocurría algo, ella se rió y dijo que eran imaginaciones mías y que era imposible, que no era nada del otro mundo y lo llamó «superstición».
—Ailyn, ¿dónde estabas? —preguntó mi mejor amiga, mirándome desde uno de los closets—. Andrew estaba enojado porque no te vio aquí cuando bajó; dijo que todos tenían que hacer su parte sin hacer del vago, en especial tú.
—Sí, lo sé. Estaba afuera viendo el país de mis sueños, pero Andrew interrumpió mi descanso. Parece un comandante, en ocasiones me gustaría arrojarlo por la borda —Me crucé de brazos, y bufé, molesta.
Ella soltó una risita, suave pero concisa.
—Me lo imagino —dijo. Había algo en su forma de decirlo que me hizo preguntarme si había una doble intención en sus palabras, pero no le di muchas vueltas—. Ve, el cuarto de enfrente sigue intacto.