Desde que era pequeña había creído que cosas como las brujas no existían, que eran invenciones de las personas para asustar a los niños y vender productos publicitarios o disfraces escalofriantes. Cuando veía todas esas películas mi imaginación solo me decía que todo era maquillaje, que no existían mujeres de piel verde, nariz puntiaguda y que volaban en escobas con un gato negro, que fueran capaces de usar magia negra, poner maldiciones y esas cosas que las brujas hacían.
Pero toda esa incredulidad quedó en el pasado cuando descubrí la verdad sobre mí y los Dioses Guardianes. Aun así nunca se me pasó por la cabeza la idea de que las brujas fueran reales, o mejor dicho, las Amazonas. Hasta ese día, que había visto cómo una persona que conocía desde hacía mucho tiempo, no solo había resultado ser una de ellas y que además había hechizado a mis padres, sino que se carbonizó llevándose con ella la única forma de ayudarlos. Y todavía desconocía la razón de la locura de la pobre Sra. Louis que murió frente a mis ojos.
En el momento en que nuestros pies tocaron el suelo de Salem, Massachusetts, ciudad de las Amazonas, notamos que el aire que rodeaba el lugar era lúgubre y pesado, como si una atmosfera de oscuridad rodeara toda la ciudad. Sin embargo, las personas del común no lo podían sentir debido a su falta de magia; qué suerte tenían.
—¿Por dónde empezamos? Ni siquiera sabemos qué buscamos. Y no creo que sea algo que le puedas preguntar a cualquiera —comenté con Andrew a mi lado.
—No a cualquiera —corrigió, con voz más baja de lo usual, casi sin energía para hablar—, a la persona correcta.
—Oye, ¿estás bien? —Preocupada me le acerqué, pero él se apartó de mí a la ligera—. Desde que llegamos has estado un poco… cansado.
Él me miró de reojo sin querer dar más evidencias de su estado, y pude notar con claridad el cansancio que se asomaba en sus ojos, en su rostro, en todo él. Se veía demacrado, sin la fuerza suficiente para siquiera moverse, y eso considerando nuestra situación era un gran problema que justamente él se sintiera débil.
—Lo estoy. Solo me siento agotado por usar ese hechizo cuatro veces en un solo día, sabes la energía que requiere, eso es todo.
—Te dije que te ayudaría —espeté—, pero no me hiciste caso.
En ese momento pasábamos por una de las calles concurridas de la ciudad. El aire estaba cargado de polución, junto con el olor a diferentes restaurantes. Las personas que pasaban por ahí estaban absortas en sus conversaciones telefónicas, o con su grupo de amigos, disfrutando de una vida sin problemas mágicos.
Se sentía extraño caminar por una ciudad normal, rodeada de cosas normales; a pesar de que sabía que esa ciudad no era lo que aparentaba y que quizá solo era una fachada, se sentía bien pensar que lo era, y que ese era un pequeño momento de monotonía. Aunque con Andrew en ese estado, y con mi vida de cabeza… no sabía exactamente qué era normalidad.
—Si uno de los dos va a estar medio dormido de cansancio, prefiero ser yo —decretó con firmeza, sin hacer contacto visual conmigo—. El conjuro era necesario, o nunca llegaríamos a tiempo. Además, se supone que son tus padres, tú eres la que debe encontrar el elíxir.
Agradecí para mis adentros que él entendiera mi necesidad de ser yo quien los ayudara. Eran mis padres, mi obligación, mi responsabilidad. Y el que él me ayudara era lo único que me faltaba; Andrew era fuerte, poderoso, valiente, osado, y pensaba mejor las cosas que yo; por lo que su compañía me servía más de lo que llegaría a admitir.
—Andrew, en serio que a veces no sé si eres muy inteligente o muy idiota —musité, al tiempo que esquivaba a un transeúnte que pasó a toda velocidad por mi lado, intentando alcanzarle el ritmo a mi compañero, quien ya de por sí caminaba más rápido de lo que su condición le permitía—. Me sirves más entero, con energía, y alerta, igual que lo estás siempre. Pero así… solo me traerás más problemas de los que te quieres evitar. No puedo sola con esto, te… —Tomé aire— te necesito.
El freno repentino de Andrew me obligó a parar unos pasos delante de él debido a la velocidad que adquirí. Me detuve por completo en medio de la calle, ganándome algunas miradas afanosas por parte de las personas que pasaban por ahí.
Él me observaba fijamente, con los ojos entrecerrados, queriendo entender algo incompresible para él. A veces creía que veía algo raro en mi aspecto, que no debería estar ahí, pero nunca decía nada al respecto, por lo que cuando me escrutaba de esa forma no sabía qué hacer.