Kamika: Dioses Guardianes

27. Sentimientos Cruzados

 

«Una ventisca tan helada como en el Polo Norte removió mi cabello, obligándome a abrir los ojos. Sin embargo, cuando lo hice me percaté de la intensa oscuridad que había a mi alrededor.

Todo era negro, oscuro, sin ningún rastro de luz más allá que mi colorido cuerpo. Veía mis manos, mis pies, mi cuerpo entero estaba a color, como si dentro de mí tuviera incrustada una luz que no fuera afectada por la inmensa oscuridad de mi entorno.

No había arriba o abajo, adelante o atrás, solo oscuridad. Sentía mis pies firmes sobre una superficie plana y deslizante, pero decir si estaba al revés o no era demasiado.

Me quedé quieta, sin moverme ni caminar; no quería adentrarme en aquella penumbra sola y sin nada que me indicara una dirección, así que solo permanecí como mueble en mi lugar.

—Todos tienen un lado bueno —Se escuchó una voz femenina que recorrió la estancia como un eco, sin provenir de ninguna parte en específico—. Por muy pequeño que sea, existe. Encuéntralo, y salva la bondad que queda dentro de él.

Me giré, en busca de la propietaria de la voz, pero no vi nada diferente al negro. Volví a moverme hacia otra dirección, y luego hacia otra, guiando mis ojos a todo lo que mi visión me permitió, pero no obtuve resultados.

—¿Quién anda ahí? ¿A qué se refiere?

Me detuve en cuento vi una luz lejana a mí, roja viva, como una llama flotante. Entrecerré los ojos para verla mejor, pero me era imposible saber si cerca de ella había algo más. Entonces, sentí un aire gélido en mi nuca.

Justo cuando di la vuelta para averiguar la procedencia de la sensación, me topé tan de repente y de frente con un par de ojos rojos, que contuve la respiración por impulso.

Eran los ojos de Kirok.»

~°~

Me senté de golpe en la cama, agitada y sudorosa. Respiraba con pesadez, producto del final tan abrupto del sueño, y mi visión estaba nublaba impidiéndome notar un detalle importante en mi habitación, algo que no debería estar ahí.

—¿Estás bien? —preguntó Andrew, recostado en mi armario y de brazos cruzados, mientras me observaba con detenimiento. Se veía molesto, más de lo normal, a tal grado que de no ser por mi forma de despertar de seguro me gritaría por quién sabe qué.

—Lo estoy, solo tuve un mal sueño —Enfoqué mis ojos en él, confirmando mis sospechas de que estaba enfadado—. ¿Te ocurre algo? ¿Por qué estás en mi habitación?

Resopló.

—¿Que si me ocurre algo? —repitió con ironía, mientras entrecerraba los ojos como si fuera un completo insulto mi desconocimiento de su humor—. ¿Te parece poco haber dormido toda la noche en el frio y sucio suelo con no más que una manta y una almohada porque tú no fuiste capaz de acomodarme en un lugar decente?

Quizá debía seguir durmiendo, así al menos me evitaba sus regaños matutinos.

—Lo siento mucho, Andrew, en serio, perdóname. Pero no tenía cómo acomodarte mejor, pesas mucho, y mi fuerza no era suficiente. No tuve otra opción.

—¿Intentaste con magia? Pudiste haber usado un hechizo de gravedad o levitación.

Mi rostro delató mi completa ignorancia respecto a ello. Sí, conocía la existencia de esos conjuros, pero en ese momento no se me pasó por la cabeza intentar usar magia.

Él soltó un respiro de resignación, entendiendo por mi expresión que no, no intenté con magia, y ni siquiera lo pensé.

Me aclaré la garganta, dispuesta a cambiar de tema.

—¿Cómo te sientes? Ayer te veías cansado por el exceso de magia, ¿ya estás mejor?

Pasó los ojos a la ventana de mi cuarto, donde la luz del sol que entraba por ahí le iluminaba el rostro resaltando su cabello ámbar. Era un linda mañana, un bonito día de otoño, pero dudaba mucho que Andrew estuviera admirando aquella belleza.

—Estoy bien —respondió cortante, pero al notar mi rostro exigiéndole más precisión agregó—: No tienes de qué preocuparte, en serio me siento bien. Solo tenía que dormir.

—Andrew, si no estás seguro o no te sientes completamente bien, dímelo, descansaremos hasta que te recuperes.

Enarcó una ceja, dudoso, como si conociera la verdad tras esas palabras y quisiera sacarla a la luz. La intensidad de sus ojos oscuros paralizó mi cuerpo por una fracción de segundo; tenía que comprarle gafas de sol, así sería más fácil.




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