Kamika: Dioses Guardianes

39. Impactantes Revelaciones.

 

Aspiré con fuerza todo el aire que mi cuerpo me permitió, desesperada por llenar mis pulmones de oxígeno. Tosí varias veces, y de mi garganta salió bruscamente toda el agua que había entrado en mi sistema. Me sentí ahogada por un momento, incapaz de controlar la sensación de asfixia, y con un gran malestar no solo en mi adolorido cuerpo, sino también en mi garganta maltratada.

Unos segundos después, el sonido llegó a mí. Lo que había sido un agudo zumbido en mis oídos se convirtió en la angustiada voz de Andrew llamándome por mi apellido. Podía percibir el húmedo césped bajo mi cuerpo, y la brisa de la noche acariciando mi piel con extrema frialdad debido a mi cuerpo mojado.

Abrí los ojos lentamente, adormecida y cansada, y los entorné para observar a la persona frente a mí. Andrew, con su empapado cabello goteando agua de lago, ropa mojada, y ojos oscuros pero brillantes que me miraban expectantes a mi reacción. Noté la preocupación que mostraba en su rostro, y el alivio cruzar por él al verme despertar.

Se encontraba inclinado sobre mí, pero al percatarse de mis ojos sobre él se permitió sentarse de manera adecuada a mi lado. Soltó un pequeño suspiro, y pasó una mano por su cabello para alejarlo de su frente, sin dejar de mirarme. Se veía realmente agotado.

—¿Qué…? ¿Qué pasó? —pregunté, tan exhausta que lo que salió de mi boca sonó como un débil susurro.

Mis parpados pesaron, y quise volver a cerrarlos para seguir durmiendo; sin embargo, la penetrante mirada de Andrew no me lo permitía. Era como una estaca que no me dejaba mover; él en verdad tenía una mirada pesada.

Traté de incorporarme, pero el agotamiento logró mantenerme en el césped. El mareo había regresado, y el dolor en todo mi cuerpo era persistente hasta el punto de no querer ni respirar. Me sentía horrible, como nunca antes en mi vida, y solo quería quedarme ahí sin moverme para no sentir nada.

Andrew pasó su mano bajo mi espalda, ayudándome a sentarme en la hierba ahora sin ningún rastro de nieve. Un golpeteo en mi cabeza me provocó una desagradable mueca, y una punzada en mi pecho me hizo estremecer. Llevé mi mano a la frente, y la sostuve ahí para amortiguar el dolor general que padecía, pero era en vano, el dolor seguía presente como los latidos de mi corazón, y cada vez eran más fuertes.

—Caíste al lago —explicó Andrew, estudiando mis gestos faciales—, y como siempre, yo te salvé.

Aparté la mirada de él, no quería mirar su expresión, estaba muy ocupada deseando no haber nacido para no sentir ese tremendo dolor como para hacerlo.

No obstante, mis ojos lograron detectar las familiares siluetas de mis amigos unos metros lejos de nosotros, ocupados con sus propias dolencias, y en especial con Evan y Cailye, los más afectados. Inspeccioné el cielo sin levantar la cabeza, aliviándome al notar que no había rastro de ningún demonio cerca.

—Gracias... —musité sin mucho esfuerzo; sentía que mi cabeza iba a explotar, así que moverme lo menos posible era lo único que se me ocurría para permanecer consciente.

—¿Qué hiciste? ¿Cómo lograste que atravesara el portal? —interrogó, con sospecha, con si creyera que vendí mi alma al diablo para conseguirlo.

—Solo le di con la espada mientras ustedes mantenían el portal abierto; Kirok me ayudó sosteniéndolo para que no se resistiera —Mi cabeza quería partirse en dos del dolor.

—Sí, claro, y por eso caíste al lago, totalmente exhausta y medio muerta.

—Andrew… —Quería decirle que no quería escuchar sus regaños en ese momento, pero se me adelantó.

—En serio que eres trabajo de tiempo completo —continuó, ignorando mis esfuerzos por callarlo—. Siempre metiendo la pata, siempre arriesgando tu vida, siempre ocasionándome problemas. Qué pesada eres, ni siquiera me das tiempo de respirar; cuando te veo solo alcanzo a rescatarte. Creí haberte dicho que tienes edad suficiente para mantenerte a salvo; si ni siquiera puedes hacer eso, no veo cómo es que sigues con vida… Oh, espera, sí sé: porque aquí está el idiota que siempre se arriesga a sí mismo por ti.

Negué con mi adolorida cabeza lentamente, harta de sus regaños. Le agradecía el haberme salvado de ahogarme otra vez, pero estaba cansada de que siempre me lo estregara en la cara. Sabía que no era perfecta, pero ese no era el tipo de cosas que esperaba escuchar del chico del que estaba enamorada.

—Quieres callarte, por favor —pedí—. Solo quédate en silencio unos minutos.




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