Kamika: Dioses Oscuros

Prólogo

 

~°~

Aquella persona se encontraba frente a Pandora, de pie ante su trono mientras la mujer tomaba una copa de vino. La Amazona que le abrió la puerta le dijo previamente que debía referirse a la primera mujer como reina, y eso implicaba todos los tratos dignos de una soberana; así que le ofreció una pequeña reverencia, provocando una media sonrisa de satisfacción en el rostro de la mujer.

—Así que conoces a los Dioses Guardianes —dijo Pandora con genuino interés.

La persona frunció el ceño.

—Es correcto, reina, personalmente. Y estoy aquí para servirle.

—¿Por qué, alguien como tú, quiere servirme? —Era evidente la euforia y perversión en la voz de la mujer, lo que hizo que un frio viento recorriera la columna vertebral de esa persona en señal de miedo.

Sin embargo, a pesar del miedo que sentía, no iba a retroceder. Había tomado una decisión, y aunque hubiera sido por impulso, no iba a desistir ahora que se encontraba frente a Pandora. Era arriesgado, lo sabía, y no podía confiar en ella o terminaría como Hades, pero era un riesgo que debía correr.

Sus motivos todavía no los tenían del todo claros, quizá era por venganza, quizá solo era realista y sabía que una guerra de esa magnitud no la podrían ganar los Dioses Guardianes ni con todo el Olimpo como respaldo. O tal vez se trataba de envidia. Por la razón que fuera, su decisión había sido tomada.

—Porque no soy idiota —contestó—. Soy más inteligente que los demás, y tengo visión. He visto sus planes, desde que apareció Hades la he investigado, pues sabía que algo andaba mal. Conozco sus intenciones, y sé que me necesita, tanto como yo a usted.

Pandora sonrió, con diversión, que le recordó a aquella persona la sonrisa victoriosa de Hades de la manera más terrorífica posible. La mujer denotaba poder y autoridad, seguridad y confianza, mucho más que el rey del Inframundo. Además, había un brillo siniestro en sus ojos, como el filo de una navaja.

—¿Y se puede saber qué deseas obtener a cambio de tu cooperación? —Pandora enarcó una ceja, analítica.

—Poder —respondió sin titubeos—; tengo un objetivo, pero con mi nivel actual de poder no puedo alcanzarlo.

—¿Qué objetivo? —insistió.

—Es personal —se limitó a responder la persona a sus pies.

Pandora enarcó una ceja, interesada.

—¿Acaso deseas un conjuro de amor, o una multitud de devotos que te sigan ciegamente? —aventuró—. O mejor, ¿buscas doblegar el mundo a tu voluntad, o será tal vez devolverle la vida a un muerto?

—Es… algo que no puedo conseguir sin ayuda —concretó la persona, sin revelar su verdadero objetivo, y al hacerlo se ganó una mirada curiosa por parte de la mujer—. Déjeme usar su poder, y en compensación obedeceré sus órdenes y la ayudaré a obtener lo que desea.

—La Luz de la Esperanza —adivinó Pandora, y el brillo en sus ojos aumentó—. Eso es lo que quiero, pero, ¿cómo podrías tú ayudarme? Supongo que sabes que todo lo que ha pasado ha contribuido a mi plan, entonces, ¿por qué crees que te necesito si yo sola lo he hecho de maravilla?

La persona sonrió; estaba esperando esa pregunta desde que ingresó al palacio de la primera mujer. Su forma de mirar tenía algo escalofriante, igual a los ojos de un demonio con la habilidad de tentar. Resultaba absorbible su sola presencia, mucho más que la de Hades. Era como pisar una trampa y saber que si te movías morirías.

—Nadie sospechará que estoy de su parte —explicó—. Puedo mantener las cosas interesantes entre los Dioses Guardianes, e incluso en el Olimpo para que cuando llegue el momento sea más sencillo manipular a Atenea. Hay cosas que usted no puede hacer o quedaría en evidencia, pero si me deja encargarme de ellas nadie hará la relación con usted.

Pandora tomó otro sorbo de vino, enganchada por la propuesta de la persona, pero sin quitarle los ojos de encima. La primera mujer lo sabía, se le notaba que entendía que le convenía más tener a dicho sujeto como aliado que como enemigo. No era cuestión de querer o de confianza, era tan solo un acuerdo mutuo que beneficiaría a ambas partes.

—¿Cómo puedes tener la seguridad de que eso no pasará? —interrogó la mujer.

—No creo que haga falta mencionarlo, pero son bastante ingenuos. Me consideran uno de ellos, en cierto sentido, nunca creerían que yo esté de su parte.




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