Un mes después de Aqueronte
Lo primero que hice al entrar a mi habitación fue dirigirme a la gran ventada que daba al árbol del parque residencial, luego de cerrar de un portazo la puerta con seguro. Cerré las cortinas con excesiva fuerza, revisando bien que no dejaran ningún rastro que delatara el interior de mi cuarto.
Respiré con dificultad, y traté de controlar mi constante pánico para que mis emociones se mantuvieran a raya. Pero era difícil, era complicado pretender que todo estaba bien, cuando la realidad era lo contrario. Todo estaba mal en mí, y siempre que pensaba en ello los ataques comenzaban.
Me comencé a vestir, con la ropa de invierno más oscura que encontré, puesto que no podía dejar que nadie lo viera. No podía permitir que nadie se percatara de la forma en la que mis venas se marcaban sobre mi piel. Se veían violetas, como si no circularan sangre, idénticas a la piel de un cadáver.
Debí suponerlo, debí hacerle caso a At y a Kirok cuando me advirtieron que las consecuencias por usar el Filtro de esa forma tarde o temprano se mostrarían. Debí suponer que aquel tremendo dolor luego de la batalla del lago solo era el comienzo. Pero jamás imaginé que de una manera tan literal.
Decidí creer que todo estaría bien siempre y cuando descansara mientras el Filtro hacía su trabajo; pero lo que nunca me imaginé fue que en verdad podría llegar a dejar de funcionar.
Los dolores de cabeza eran cada vez más duraderos, al igual que el molesto zumbido en mis oídos y el mareo; sentía una punzada en mi corazón, como si me clavaran una estaca, como último aviso de lo que me pasaría. Algo a lo que, después de dos semanas, decidí bautizar como ataques, porque eso era lo que eran.
Cada vez que me sentía de esa forma, por lo general luego de estar cerca de alguien que atravesaba una mala situación, significaba que la energía negativa que todavía guardaba en mi interior tomaba fuerza. Podía controlarlo, pero eso no impedía que por mi cabeza pasaran imágenes y pensamientos horribles que no quería recordar.
Trataba de conservar la calma, de esa forma me mantenía bajo control, pero con el pasar de los días, hasta la más mínima acción o comentario ajenos me alteraban lo suficiente para sentir los primeros síntomas, era más y más dificultoso pretender que todo estaba bien.
Todo empezó una semana después de sellar a Hades, ese día sentí el primer mareo, luego el dolor de cabeza, y por último la punzada sobre mi pecho acompañada de la sordera temporal. Al comienzo estaba confundida, muy alterada, entraba en pánico siempre que pensaba en lo que me estaba pasando… y así sucedió gradualmente, hasta que todo lo que sentía por dentro se manifestó en mi cuerpo.
Por todo mi cuerpo se empezó a extender una tinción epidérmica sobre mis venas, pero la zona más afectada eran las venas de mis muñecas, cuya marca violeta oscuro se extendía por mis brazos como telarañas. No dolían, pero eso no significaba que no me preocuparan, más aun si cada día se extendían más por mi cuerpo como un parasito.
A los pocos días ocurrió el primer ataque, luego de acompañar a mamá al hospital y escuchar el llanto de una de sus pacientes terminales, lo que ella sentía se me adhirió y por mi mente pasaron pensamientos tan tristes que todavía no me recuperaba de la sensación.
Nadie lo sabía, por supuesto, ni siquiera At, aunque tenía la sospecha de que lo intuía. Me las había arreglado para mantenerlo en secreto de los demás, pero cada día que pasaba era más difícil mantener algo así escondido. Y no era que no quisiera decírselos, de hecho debía hacerlo, era solo que temía lo que pasaría después si ellos se enteraban.
Comencé a pensar en lo que debía hacer cuando noté que algo andaba mal, pero no conseguía idear un plan a seguir. Temía lo que la Corte Suprema hiciera conmigo si se enteraban, temía la desaprobación y decepción de mis amigos, temía en lo que se convertiría mi vida si aquello salía a la luz.
Pero también tenía miedo por mi familia, por lo que le podría pasar a quienes tenía cerca; me aterraba imaginarme que de no hacer nada podría ocasionar un daño mayor. No quería pensar en el día que no pudiera controlar lo que había en mi interior y por ende me dejara llevar por lo que tenía dentro.
Me miré al espejo de soslayo, con mi cuerpo vestido completamente de negro. Desde mis zapatillas hasta mi chaqueta, e incluso mis guantes de lana y la bufanda que abrazaba mi cuello. Todo eso ocultaba las marcas sobre mi cuerpo, toda esa ropa oscura ocultaban mi problema.